“Post” parece ser el prefijo que define todo lo que sucede en nuestra época: postmodernismo —desde hace ya varias décadas—, post-verdad y post-democracia. Nos han tocado tiempos oscuros, semánticamente oscuros. Estos tres conceptos parecen definirse sólo por lo que no-son. La post-democracia ya no es democracia, aunque se parezca; la post-verdad ya no es la verdad, aunque funcione como tal; la post-modernidad ya no es la modernidad, aunque no seamos capaces de ver claramente qué es este “después de”. En un artículo anterior llamado “Post-democracia ¿Qué es eso?”[1], publicado también en esta revista, abordamos uno de esos conceptos. Ahora, con Para salir de lo postmoderno, el libro del poeta y ensayista francés Henri Meschonnic, editado en conjunto por Tinta Limón y Cactus, nos acercaremos a otro.

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La postmodernidad ha tenido varios intentos de definición. Por un lado, el proyecto cultural del capitalismo acelerado —¿liquido como las finanzas? —; por otro, la muerte de “los grandes relatos” que organizados la historia —¿la muerte de la historia? —, y un movimiento que parece oponerse a todos los proyectos e ideales de la modernidad y su “pasión por lo real”[2], la conquista/eliminación de la otredad y las concepciones de “lo absoluto”[3]. Si combinamos todas estas visiones, podríamos delinear una posible primera definición de la post-modernidad: un proyecto cultural, social, histórico y económico que favorece la dispersión de los proyectos culturales e identitarios —frente a la voluntad coercitiva absolutista de la modernidad—, la desconfianza por todo lo que se proponga como “verdad”, y una continua sensación de fluctuación que corre detrás de los vertiginosos cambios económicos. ¿Será, entonces, la post-modernidad, el proyecto de una sociedad con una identidad financiera, volátil como el mercado, que ya no ofrece ningún tipo de negatividad al proyecto capitalista, sino que, por el contrario, se identifica con sus procesos? ¿Será la idea de un proyecto de individuo-consumidor que es todo lo que sea capaz de consumir/obtener como en la novela Los cuerpos del verano de Martín Castagnet[4]? Bueno, esto es sólo una de las formas. Digamos que es la “forma discursiva” que ha tomado la historia, nuestra historia. ¿Qué quiere decir eso? En su libro The short twentieth century, el historiador Eric Hobsbawm, propone una forma nueva de dividir el siglo XX, al que llama “siglo corto”. En oposición al siglo de 100 años, Hobsbawm señala que podemos determinar la duración del siglo por una serie de dinámicas que abarcan proyectos históricos y económicos. En este caso el siglo XX comenzaría con la Primera Guerra Mundial y terminaría con la Caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, prólogo y epílogo del fin del siglo, respectivamente. Ahora, esto pone en evidencia una forma de pensamiento, más específicamente una pregunta ¿Cómo pensamos el tiempo? Volvamos con un ejemplo, esta vez del humorista norteamericano Louis C.K. En uno de sus monólogos se pregunta si el cristianismo no ganó, literalmente, la batalla cultural de la historia. La escena se desarrolla más o menos así: él pregunta al público “¿En qué año vivimos?” y alguien responde “2017”. “¿2017 después de qué?”, replica. Si, efectivamente 2017 después de Cristo. ¿No es una locura que el 99% de la historia del mundo haya sucedido antes de Cristo? Si, algunos dirán que los judíos, los árabes y los chinos tienen su propio calendario, pero a la hora de firmar los cheques, nadie pone “Año del mono”. La victoria es clara. También es claro que la división del tiempo que realizamos como humanos es todo, menos objetiva. No hay razones reales para que elijamos el año 2017 y no contemos como “año 0” nuestro paso de la singularidad a la materia dispersa y nuestra introducción al devenir del tiempo hace 13.800 millones de años, en eso que llamamos Big Bang.

Tiempo y lenguaje

Ahora, hay otra posible respuesta a la historia, lejos de las taxonomías y necesidades clasificatorias que segmenten todo en unidades discretas y contables. Meschonnic, al igual que señala el narrador de Matadero Cinco —célebre novela de Kurt Vonnegut—, y Fabiana Liborino, personaje de una de las películas más absurdas del cine mundial —made in Argentina— llamada Un buen día[5] (2010), dice: “El tiempo es todo el tiempo”. De manera quizás más poética, algo similar parece haber pensado Borges en su “Nueva refutación del tiempo”: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”. Puede que suene confuso aun, y por eso vamos a seguir desarrollando. Si “El tiempo es todo el tiempo” y “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río”, no hay corte, hay continuidad. Esto no implica que no exista la sucesión temporal, sino que entre antes y después hay siempre un vínculo indestructible, sobre el cual no puede establecerse un corte. ¿Acaso, somos como el Age of Empires, donde cada vez que cambiábamos de época, las construcciones simplemente mutaban en unas nuevas? No. Claramente no. Y es que la humanidad se define por algo, cuyo desarrollo también se somete a la ley de la linealidad propia del tiempo, es el lenguaje. Si hay una herramienta constitutiva de la humanidad, a través de la cual el ser humano se constituye como tal, piensa, se expresa y modifica el mundo, es el lenguaje. Este concepto, esta teoría del lenguaje como un continuum y no como un sistema de elementos discretos o “signos” del pensamiento Saussureano, es fundamental, para Meschonnic, el eje principal para salir de la postmodernidad:

El signo es una sistemática de los discontinuo entre el sonido y el sentido, entre la forma y el contenido, entre la voz y lo escrito, entre el cuerpo y el lenguaje, entre lenguaje y pensamiento, entre lengua y literatura, entre legua y cultura.

La tarea de la poética, el papel teórico de la literatura y del arte en la teoría del lenguaje, es entonces trabajar en ´pensar la coherencia de lo continuo, así como una coherencia de lo discontinuo. Esta coherencia de lo continuo no es del orden de lo que esta oculto, aunque el signo la oculte, es tan empíricamente banal como la otra, hay que inventar los conceptos que el signo no puede darnos. (18)

Los pensadores faro de lo continuo para esta concepción del lenguaje son Heráclito, Benveniste y Humboldt. Y, si vamos a pensar una actividad primordial para desarrollar esta idea del continuum entre lenguaje e historia, para salir de la posmodernidad, debemos hacer hincapié en lo que fue la actividad de la modernidad por excelencia: la actividad poética. En relación a esto, Meschonnic dice:

Por lo que la modernidad en el arte y la literatura muestra —porque es una actividad, no un proyecto, el proyecto de una consciencia— es que la actividad de un sujeto específico, el sujeto del poema, que desborda inconmensurablemente la intención, la conciencia, el sujeto clásico único. La modernidad como actividad postula la pluralidad de los sujetos, ya que implica un sujeto específico, diferente de los otros sujetos. El sujeto, el valor, es la historicidad, la facultad indefinida de presencia en el presente, de transformación de todos los presentes. Lo que se opone al producto de la época. (22)

¿Qué demandaba Rimbaud como imperativo? Ser totalmente moderno. ¿Qué intentó durante su corta vida? Crear un lenguaje. Ahora vamos avanzando. La modernidad es una actividad concreta de producción de un sujeto, que se hace identificable claramente en el género que más éxito ha tenido en el desarrollo de eso que llamamos “modernidad” en el siglo XIX: el poema. “La modernidad” como época histórica, como figura en los libros de historia y manuales de literatura, abundó en poetas y fue giro copernicano en la forma de entender el lenguaje y la poesía. También los libros de historia llaman “la modernidad” al proyecto de “modernización” que comienza alrededor del s. XIX y llega a su momento crítico durante la Segunda Guerra Mundial con la visión técnica al servicio de la destrucción de la vida en el mundo. Pero no, modernidad y modernización no son lo mismo. Mientras la segunda ha fallado en su proceso —los sueños de la razón instrumental engendran pesadillas nazis de exterminio—, la primera sigue en plena actividad y no ha concluido. El “fracaso de la modernidad” no es más que el fracaso de la falsa o errada representación que teníamos de lo que la modernidad es o, mejor dicho, está haciendo. Esta perspectiva de la modernidad implica dotar al lenguaje de toda una función política y ética que hasta el momento anterior se desplegaba en otros campos, separados del lenguaje como argamasa de la existencia humana.

Humboldt cuando reflexionó sobre el lenguaje pensó en dos conceptos ergon (producto creado) y energeia (actividad de creación). Al igual que Humboldt, Meschonnic afirma que el lenguaje no es algo dado, un producto/ergon, sino que es algo que está en continua producción/energeia. Este posicionamiento implica una posición ética de suma importancia para Meschonnic. No hay posibilidad de transformación y nuevos devenires del sujeto en el poema, si esa interacción con el lenguaje no es una producción. El ser sólo es si está siendo —fundamental el aspecto durativo del gerundio—. Como dijo Bernard Shaw: “God is in the making”. Cada devenir particular se hace presente en el poema. Un ritmo, una sintaxis, son una vida: «Le style c»est l»homme même», como dijo Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon.

Si la modernidad es, como dice Meschonnic, una actividad, un proceso de creación continua, lo que llamamos erróneamente “post-modernidad”, que nos agobia con su proliferación de diferencias y de nuevos sujetos, no es más que la modernidad de la modernidad, es decir el proceso de la modernidad haciéndose a si misma. Entonces ¿Cómo pensar realmente la modernidad y su desarrollo? ¿Cómo beneficiar ese proceso histórico humano y lingüístico si no es rompiendo con todas las categorías anteriores a través de una filosofía del lenguaje y el continuum? Para salir de la posmodernidad el compromiso está en el lenguaje, y ese compromiso con el lenguaje lo es con cada vida particular y favoreciendo el desarrollo de esa voz de cada sujeto que, en su actividad poética —en todos los sentidos de la palabra “poética”—.

No hay hecho para el que no haya sido necesario cada pequeño momento de la historia para realizarse. Volviendo, cuando no, al omnipresente Borges, alguna vez escribió el siguiente texto en homenaje a J.F Kennedy y con el que Meschonnic asentiría:

 

Esa bala es antigua.

En 1897 la disparó contra el presidente del Uruguay un muchacho de Montevideo, Arredondo, que había pasado largo tiempo sin ver a nadie, para que lo supieran sin cómplice. Treinta años antes, el mismo proyectil mató a Lincoln, por obra criminal o mágica de un actor, a quien las palabras de Shakespeare habían convertido en Marco Bruto, asesino de César. Al promediar el siglo XVII la venganza la usó para dar muerte a Gustavo Adolfo de Suecia, en mitad de la publica hecatombe de una batalla.

Antes, la bala fue otras cosas, porque la transmigración pitagórica no sólo es propia de los hombres. Fue el cordón de seda que en el Oriente reciben los visires, fue la fusilería y las bayonetas que destrozaron a los defensores del Álamo, fue la cuchilla triangular que segó el cuello de una reina, fue los oscuros clavos que atravesaron la carne del Redentor y el leño de la Cruz, fue el veneno que el jefe cartaginés guardaba en una sortija de hierro, fue la serena copa que en un atardecer bebió Sócrates.

En el alba del tiempo fue la piedra que Caín lanzó contra Abel y será muchas cosas que hoy ni siquiera imaginamos y que podrán concluir con los hombres y con su prodigioso y frágil destino.

 

Poesía para entender la historia, poesía para entender a la humanidad, poesía para transformar (se). Poesía para salir de la posmodernidad.

 

[1] www.codigoyfrontera.space/2017/09/12/post-democracia-que-es-eso/

[2] “La pasión por lo real” puede entenderse en términos casi literales. Un ejemplo claro es el de Rimbaud y su obsesión por la “poesía objetiva” en sus “Cartas del Vidente”. “La pasión por lo real” implica la búsqueda de conocer sin mediaciones. “Lo real” no es “la realidad”, mientras el primer concepto engloba todo lo existente tal y como es —el en-si kantiano—, el segundo concepto implica la construcción/ordenamiento del mundo fenoménico que lo rodea, para volverlo comprensible, a través del lenguaje. Para indagar más, puede encontrarse un desarrollo más extenso en El Siglo, de Alain Badiou.

[3] El crítico francés George Steiner publicó, alrededor de los años 70, un libro llamado “Nostalgia del absoluto”, donde reúne conferencias donde habla sobre los grandes sistemas de pensamiento dominantes de los siglos XIX y XX (las “metarreligiones”, “antiteologías” o “credos sustitorios”), los “cultos de la insensatez” (la astrología, los “hombrecillos verdes”, el ocultismo, los clichés del orientalismo), la ciencia y la búsqueda o la literal caza o persecución de la verdad.

[4] Novela argentina de ciencia ficción ubicada en un tiempo futuro o paralelo, no definido, donde la gente es capaz de comprar cuerpos para continuar su vida luego de la muerte. Este sistema genera un nuevo mercado en torno a la posibilidad de obtener nuevas identidades raciales y sexuales, y cumplir con fetiches.

[5] Un buen día (2010) es una película argentina producida por Anabella del Boca, guionada por Enrique “Quique” Torres, autor de éxitos televisivos como “Nuñeca brava”, y dirigida por Nicolas del Boca, padre de la actriz argentina que lleva el mismo apellido. La historia trata de la historia de dos personajes argentinos residentes en Long Beach: Manolo — Anibal Silveyra, ganador del premio Ace en 1995—, y por Fabiana Liborino —actriz y pareja argentina del actor norteamericano Al Pacino—. Como en una versión camp y hasta kitsch de Antes del amanecer (1995), los personajes caminan por Long Beach durante todo un día, hablando sobre el amor y sus problemas personales. Además del montaje absurdo y las actuaciones exageradas, la historia posee un plot-twist con saltos temporales que le merecido un puntaje de 4 en IMDb y 3.3 en Cine Argentino. Por otro lado, el consumo irónico ha transformado este film en una película de culto entre los jóvenes argentinos. Está disponible de forma gratuita en Youtube.

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