Último piso: la poesía habla en el límite se presentó el Centro Cultural Recoleta el jueves 12 de abril. De la mano de Mora Monteleone y María Sevlever en la dirección, y con la participación de poetas de la escena literaria actual, la obra nos presenta una visión simbiótica del teatro y la poesía, en la que el espectador debe abandonar la pasividad de la cuarta pared y la escucha tradicional, para poner en funcionamiento la máquina poética que lo habita y abandonar, aunque sea por un rato, esa inmensa llanura del lenguaje que llamamos «habla».

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Si hay algo que no se puede negar es que la Ciudad de Buenos Aires es una de las que más propuestas culturales ofrece a su público local y extranjero. Las 24hs del día, los 7 días de la semana, algo está pasando en algún rincón de la ciudad. Esa oferta cultural muta, crece, madura, y los que antes eran jóvenes experimentando con la música, la poesía y el teatro en bares y centros culturales oscuros, de pronto dan un salto. En este caso hablo de mi generación. Y con generación no hablo de una unidad estilística o temática, hablo de determinados espacios de circulación, producción y edades. Poetas y actores de entre los veinte y los treinta a los que uno observa atentamente a lo largo de las extensas jornadas nocturnas de los ciclos de poesía, presentaciones de libros y los pasillos de las universidades, con los que se cruza en la calle, conversa y comparte cervezas en un bar. Y todo sigue igual, todo sigue igual de bien, hasta que algo cambia —y sigue igual de bien o mejor—. Los que eran poemas dispersos con letra apretada en cuadernos guardados, en archivos del celular o en la PC, toman una mayor consistencia, el lenguaje se texturiza, se pliega, dialoga con el de los pares, se sintetiza y accede a un nuevo escalón: la obra.

Ultimo piso: la poesía habla al límite es el resultado de una maduración colectiva. Con la participación de los poetas y actores Juan Coronel, Rolando Curten, Pierre Froidevaux, Rita González Hesaynes (interpretada por Lucía Torn), Juan Francisco Moretti, Juan Spinetto, Micaela Szyniak y María José Testa, la obra pone en juego una nueva dimensión del lenguaje poético. Usualmente los poemas parecen concebirse cerrados sobre si mismos, ajenos al lenguaje comunicacional. Así formen parte de un libro coherente y cohesivo, cada poema es un martillazo que cincela la lengua en la soledad de la página. ¿Pero qué pasa si esos límites se corren, si el poema abandona su soledad para tocarse con otro? ¿Qué pasa si el poema responde a algo más y el cuerpo ya no está varado en el silencio imperturbable del escenario? La sinopsis de Ultimo piso dice:

“La noche y el último piso de un edificio. Ocho poetas. Lo que comienza como un juego acaba desnudando las voces. Ocho personajes con sus intenciones al borde de un precipicio: algunos se aferrarán al lenguaje poético para sostenerse, y otros, para caer del todo.

En el último piso la poesía también puede ser engaño, estrategia, pedido de auxilio, amenaza o un programa de televisión”

Lo que empieza en un diálogo coloquial de los actores comienza a romperse rápidamente. El lenguaje se altera y pasa de la convención y la referencia a la expresión pura. Desaparece la costumbre, desaparece la automatización de la palabra, el significado se reconstruye y abandona su relación servil con el mundo de la economía lingüística —¿resultado de la pereza del alma? ¿o efecto del mercado y el capital? —: nace la poesía. Cada personaje habla a través de los poemas, abandonando el monólogo acostumbrado de las lecturas, construyendo un diálogo continuo con los otros. Se responde y se pregunta con poemas; se discute con poemas; se insulta, se ama, se odia con poemas; se informa con poemas. Se construye, momentáneamente, la soberanía de la poesía como lenguaje.

Los primeros minutos de la obra someten al espectador al desconcierto. Es difícil captar, a simple oída, la textura y los tejidos de los versos y los poemas como diálogos: desautomatización. Comienza, así, la paranoia del significado, el tembladeral de la tiranía del sentido. En un principio, la pregunta más superficial podría ser ¿La obra es la representación de un grupo de snobs tratando de vivir atravesados por la poesía y en la poesía? Pero no. Eso es la hipótesis más ingenua, que se ve desmenuzada por la intensidad y la coherencia interna de lo que sucede en escena. La obra compone, en concepto y palabra, un nivel más alto —¿Un último piso? — de la lengua. La terraza donde suceden las interacciones como el punto de contacto entre la comunicación y el lenguaje puramente expresivo.  Eso sólo puede darse con la coincidencia de dos factores: 1-la conciencia sobre el lenguaje, resultado del trabajo continuado con la palabra 2-una alianza objetiva —emocional y experiencial— que constituye a una generación, mas allá del estilo.

Poco a poco el oído se acostumbra, se acostumbra también el cuerpo y la máquina procesadora del sentido. Sin obtener el resultado final que el “sentido común” impone —el significado—, y sus deseos de aferrarse a algo, de “entender” y “analizar” antes que “experimentar”, algo empieza a pasar. Ese algo es un nuevo idioma funcionando, que construye de manera sutil senderos de diálogo que se sostienen en una lámina fina, como sobre el agua con tablones de madera por la que corren los ninjas. La tensión superficial de esa lámina verbal se rompe cuando el espectador le impone demasiada presión, obligándolo a aferrarse al impulso, a continuar y abandonar la pretensión de hacer pie por tiempo indefinido. La sucesión dinámica de los poemas-diálogos obstruyen la posibilidad de estabilizarse, de decir “acá estoy parado”. Hacerlo es hundirse, como se hunden los que persiguen a los ninjas sobre el agua al disminuir su velocidad por temor a pisar en falso. Casi como en una escena de un cuento japonés, despojados de toda pretensión de sentido lineal, se alcanza la comprensión. Arquería zen.

Sin embargo, nada de esto sería posible sin directores de orquesta, que además de presentar la idea fueran capaces de trabajar con la palabra de otros como si fueran las suyas e interpretar el ritmo que subyace a ese grupo de poetas-actores. El trabajo Mora Monteleone y María Sevlever, responsables de la idea, selección de textos y puesta en escena, ha sido imprescindible para que el proyecto lograra concretarse exitosamente. Luego de la experiencia de Una habitación así (2016) —obra inspirada en imágenes de A puerta cerrada, de J. P. Sartre— de la que Monteleone y Svlever participaron como responsables de la idea, selección de textos y puesta en escena junto con Lucía Igol, la interacción entre teatro y poesía en Último piso alcanza un nuevo estado de maduración. La poesía no es condimento del teatro, ni el teatro un marco para la poesía. Ninguno de los dos elementos funciona como suplemento o decoración. La puesta en escena no sólo complementa, sino que constituye la posibilidad del diálogo poético. La selección y la organización de los textos dibuja la semblanza de la comunicación diferida propuesta por los poemas de forma tal que pareciera que todos los textos han sido compuestos por una mano única que logó tocar la frecuencia a la que vibra la voz de cada poeta. Así, cada uno de los actores logra lucirse no sólo en su individualidad sino en el conjunto. El hilo no se corta y la palabra no se pierde, aunque siempre esté en fuga.

La alegría es doble: la presentación de una propuesta envolvente, cuidada y novedosa, y la posibilidad de observar la evolución de una generación como artesanos de la palabra y el cuerpo. Una señal de que el mundo cotidiano y el arte están cerca, sólo que un paso más allá de la comodidad.

 

 

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