El encuentro de los líderes de las dos Coreas en pleno auge de amenazas militares, desarrollo de programas nucleares y armamentísticos, ha acaparado la atención de todos los medios. El «histórico» encuentro fue señalado, rápidamente, como un rayo de esperanza en un contexto que había hecho avanzar el «Doom´s day clock» (reloj publicado por el Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago que calcula el tiempo que falta para la destrucción de la humanidad) hasta 2 minutos antes de la medianoche (desastre nuclear). ¿Qué tan histórica es la historia de este encuentro? Matias Chiappe, desde Japón, realiza para Código y Frontera un repaso de la construcción mediática de este encuentro.

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Que un evento sea histórico pasa hoy en día menos por el tiempo cronológico que por los discursos que así lo califican. “Histórico” fue precisamente el adjetivo que utilizó el líder norcoreano Kim Jong-un el pasado 27 de abril después de viajar a Panmunjeom para encontrarse cara a cara con su par de Corea del Sur, Moon Jae-in, antes de anunciar sus intenciones de concretar un acuerdo de paz entre ambas regiones: “Desde ahora empieza una nueva historia, el comienzo histórico de una era de paz”. El surcoreano usó la misma palabra para describir ese momento: “Es un comienzo histórico de la nueva era de la península coreana”. Incluso las grandes cadenas mediáticas hicieron eco y acentuaron la dicha idea: “El viernes pasado se hizo historia”, publicó la CNN, y “Líderes rivales de las Coreas apuestan fuerte en cumbre histórica”, publicó Fox. Con mayor escepticismo, el internacionalista John Nilsson-Wright se preguntó en la BBC: “¿Llevarán estos debates históricos a una paz duradera?”. Aljazeera, por su parte, optó por comillas para el adjetivo y resaltó la opinión de su corresponsal, James Bays, para quién “un histórico apretón de manos no necesariamente significa un camino hacia la paz”.

 

Más allá de estas apreciaciones, la Declaración de Panmunjeom del 27 de abril fue todo menos precisa. Se fijó que a fin de este año habrá de terminarse la Guerra de Corea, sí. Que ambas naciones se unirían para poner fin a los proyectos nucleares en la zona. Que se abrirá una oficina conjunta en la región de Kaesong y que habrá mayor cooperación entre los respectivos gobiernos, además de facilitar la reunión de familias separadas desde la década del cincuenta. Pero (y éste es un gran pero) no se explicó en ningún momento cómo se logrará la de-nuclearización, ni cómo se le pondrá punto final a la guerra. Tampoco se dieron mayores especificaciones respecto a las siguientes reuniones o tratados a firmar. Parecería ser, en todo caso, un paso más dentro de un largo proceso diplomático que buscó siempre, o calmar las aguas, o tapar otros incidentes. Recapitulemos, a fin de profundizar sobre esto último, los hechos que llevaron a la situación actual, hechos menos ‘históricos’ que concretos y que van a determinar la situación geopolítica de Asia. Abordemos así los ‘eventos históricos’ para contraponerlos a los ‘históricos eventos’ del discurso oficial y mediático.

 

Tras la derrota del Imperio de Japón en 1945, la península de Corea fue dividida en el paralelo 38 y ocupada por las potencias de la Guerra Fría, quedando dieciséis millones de coreanos bajo dominio estadounidense y nueve millones bajo dominio soviético. El general John Reed Hodge quedó a cargo de un Gobierno Militar del Ejército de los Estados Unidos en Corea (en la región sur), donde promovió una purga anti-comunista que lo llevó a enfrentarse a levantamientos de campesinos, trabajadores y agrupaciones de izquierda, hechos que le costaron la vida a casi cien mil coreanos. Por su parte, en 1946 el control de la región norte quedó en manos del Comité Popular Provisional para Corea del Norte, que tenía el apoyo de la Unión Soviética y de China, siempre bajo el lema de un «Socialismo Fraternal». En mayo de 1946 se prohibió el cruce sin permiso entre regiones.

 

En 1947, la ONU intervino con la supuesta intención de unificar ambas Coreas. La Unión Soviética se opuso, dada la mayor influencia que tenía Estados Unidos en aquella organización. El resultado fue que se llevaron a cabo elecciones sólo en la región sur, hecho que generó un fuerte repudio en la opinión pública[1]. El 15 de agosto de 1948 el sur pasó a llamarse República de Corea (Daehan Minguk), con Syngman Rhee como presidente. Mientras tanto, el 9 de septiembre el norte pasó a llamarse República Democrática Popular de Corea (Chosŏn Minjujuŭi Inmin Konghwaguk), con Kim Il-sung como primer ministro. Los enfrentamientos entre las fuerzas armadas de una y otra región, sin embargo, no se detuvieron entonces. Al contrario, los respectivos intentos por imponer un modo de unificación propio continuaron escalando hasta el 25 de junio de 1950, cuando el norte invadió al sur, hito que generalmente es considerado el inicio de la Guerra de Corea.

 

La guerra implicó un avance y un retroceso de fuerzas coreanas, norteamericanas, soviéticas y chinas demasiado extenso para el marco del presente artículo. Por el momento, basta mencionar que para 1951 el frente de batalla se había estabilizado alrededor del paralelo 38. Es en este punto que empiezan los “históricos” intentos por unificar a las Coreas o, cuanto menos, por aplacar el conflicto. En 1952, quien habría de convertirse en presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, viajó al territorio en cuestión y calificó de “históricos y decisivos” los intentos de su país y de la ONU por solucionar la guerra. El 27 de julio de 1953, se firmó un armisticio que creaba la Zona Desmilitarizada de Corea en la frontera intercoreana, hecho que muchos consideran un punto final a la guerra. “Histórico documento”, publicó el New York Times, poniendo énfasis en la cautela que debía de tener el ‘mundo libre’ ante el comunista. “Punto final a la más larga negociación de la historia: 158 reuniones a lo largo de dos años y 17 días”, afirma aún el Departamento de defensa de Estados Unidos en su sitio de Internet.

 

Lo cierto es, sin embargo, que un armisticio dista mucho de ser un tratado de paz.  Esto significa que técnicamente Corea del Sur y Corea del Norte están todavía en estado de guerra. La última ni siquiera reconoce a aquella como parte beligerante del conflicto; en cambio, la considera un ‘estado títere’ de Estados Unidos. Corea del Norte cuenta además con una larga lista de sanciones a las medidas de la ONU, con un registro de violaciones a los derechos humanos y, un punto central dentro del debate, con una reiterada negativa a limitar sus fuerzas. Estados Unidos, por su parte, fue responsable de ingresar armas nucleares en la zona durante la década del sesenta. A esto deben sumarse las declaraciones (insultos) que Donald Trump apuntó durante los últimos años hacia Kim Jong-un. Ambas posturas implican que un tratado de paz se encuentra en un horizonte muy lejano todavía. ¿En qué va a ceder Corea del Norte? ¿En qué va a hacerlo Estados Unidos, sobre todo respecto a sus tropas en Corea del Sur?

 

Pero regresemos a lo “histórico” del asunto. No es la primera vez que un tratado de paz está al otro lado de la puerta y que, aun así, no logra concretarse. En el año 2000, el entonces presidente surcoreano Kim Dae-jung y el líder norcoreano Kim Jong-il se reunieron y acordaron la construcción del parque industrial Kaesong de forma conjunta, el ingreso de turistas surcoreanos a Corea del Norte y la ayuda a las familias separadas. “Encuentro histórico”, aseguró The Telegraph, además de calificar a Corea del Norte como un ‘estado paranoico’. Por otra parte, entre 1998 y 2008, Corea del Sur aportó más de 8 mil millones de dólares a Corea del Norte como parte de su Política del Sol en miras de mejorar la cooperación internacional, hecho que le valió al presidente Kim Dae-jung el Premio Nobel de la Paz. “Tenía una mirada telescópica que miraba el horizonte de la historia”, publicó The Korea Times luego de su muerte, sin hacer referencia a los escándalos de corrupción que estallaron por aquellos años.

 

Los resultados de estos dos eventos fueron precisos y concretos si se los compara con los de la reunión del 27 de abril en Panmunjeom, la cual (como hemos dicho) aportó muy pocas definiciones y especificaciones del camino a seguir para alcanzar la paz. Sin mucho que ofrecer en el plano de la acción, Kim Jong-un y Moon Jae-in se explayaron en lo simbólico. Plantaron un árbol usando tierra de ambos países y lo regaron con agua de ríos de sus respectivos territorios. Se sentaron ante una mesa que medía exactamente 2018 milímetros en su centro, cifra que conmemora el presente año del “histórico” encuentro. Sus sillas estaban talladas con imágenes de un espacio coreano unificado. El postre que comieron durante el encuentro fue mousse de mango, también con la forma de una península coreana unificada, cuyo color intentaba evocar la llegada de la primavera y simbolizar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.

 

Otros datos y rumores inconexos proliferaron por los medios de todo el mundo al culminar el encuentro: el índice de aprobación de Moon Jae-in habría subido 11 puntos, Donald Trump sería nominado al Premio Nobel de la Paz, la caligrafía de Kim Jong-un estaría ocultando sus verdaderas y oscuras intenciones, los japoneses estarían indignados porque el mapa del mousse de mango incluyó a las islas Dokdo, actualmente en disputa. A la vez que transforman la Declaración de Panmunjeom en tema central, en trending topic de la agenda pública, este sinfín de noticias da cuenta de las pocas proyecciones a futuro que se debatieron en concreto. Porque histórico sería un tratado de paz, luego de tantos años. Histórico sería el encuentro de un líder estadounidense y uno norcoreano, hecho que no ocurrió desde aquel armisticio. Donald Trump accedió en marzo pasado a encontrarse con Kim Jong-un. Éste se habría reunido con el director de la CIA, Mike Pompeo, en vistas de lo mismo. Se ha hablado también de una posible reunión durante el mes de junio. Ya veremos cuánto de histórico, de simbólico y de concreto tendrá dicho encuentro.

[1] Hyung Gu Lynn (2007). Bipolar Orders: The Two Koreas since 1989. Londres: Zed Books (p. 20).

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