Algunos acontecimientos recientes en la política latinoamericana, como la victoria de Jair Bolsonaro y la fuerte presencia de los sectores evangélicos en las marchas contra la Ley del aborto legal, seguro y gratuito despertó la alarma una alarma en algunos sectores de la sociedad. ¿De donde surgieron? ¿En qué momento el evangelismo comenzó a tener tanto poder en las calles? ¿Son una amenaza para los avances sociales y la laicidad del estado? ¿Argentina es el próximo Brasil? Marcos Carbonelli, investigador del CONICET nos ayuda a responder algunas de esas preguntas.
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Introducción
Las elecciones recientes en Brasil y el debate publico en torno a la despenalización del aborto en Argentina posicionaron a los evangélicos en el centro de atención mediática y de la preocupación de los analistas políticos. Las preguntas que circulan en diferentes ámbitos académicos son las siguientes: ¿estamos en presencia de un fenómeno religioso que trastoca la escena política? ¿Los evangélicos constituyen una amenaza para la democracia regional? ¿Representan una suerte de “ariete sagrado” contra la extensión de derechos liberales y democráticos?
Las respuestas a estos planteos requieren dos operaciones claves, propias de las ciencias sociales: historizar y complejizar. Historizar remite a un tipo de análisis que trasciende la emergencia coyuntural del fenómeno para situarlo en una línea temporal donde el acontecimiento se inscribe en un proceso. Por su parte, complejizar implica ir a contrapelo del discurso mediático y su estrategia de espectacularizacion y visibilizar los matices de una realidad, sus aristas más ocultas.
Afiliados entonces a esta manera de razonar desde las ciencias sociales, en lo que sigue presentaremos una pequeña síntesis de la potencialidad política evangélica en Argentina. En un primer apartado abordaremos el anclaje de los evangélicos en la historia política de nuestro país, desde los tiempos de la revolución hasta la recuperación democrática. A continuación, mostraremos las dificultades de esta confesión religiosa para proyectarse en el mundo partidario local. En una tercera sección, fundamentaremos porque las controversias y las políticas publicas representan las áreas con mayor incidencia política cristiana. Finalizaremos nuestro manuscrito señalando como la gravitación política evangélica reconfiguró parcialmente las relaciones político religiosas en Argentina.
1. Los evangélicos en la historia política argentina. Disidencia y movilización
El nombre “evangélicos” o también llamados coloquialmente como “cristianos” alude a las comunidades religiosas que se formaron como consecuencia de la Reforma Protestante y que se escindieron del catolicismo por razones teológicas, pastorales y doctrinales. Desde Europa viajaron y se esparcieron por diferentes partes del mundo, dando lugar sus tiempos a nuevas expresiones religiosas. Argentina no fue la excepción y los historiadores colocan como un hito el Tratado de Libre Comercio y Amistad que nuestro país celebró con el Reino Unido en 1825. Dicho tratado, además de las consabidas prerrogativas comerciales, también concedía a los extranjeros la oportunidad de celebrar cultos no católicos, al principio en sus casas y más tarde en sus templos. Subrayamos esta acción para dejar en claro que muy tempranamente en nuestro país por razones estratégicas, pero también por convicción, existió intereses por defender la libertad religiosa.
No obstante, por el legado colonial, la Iglesia Católica ya se había constituido en esos tiempos como un actor político de peso. La Constitución Nacional de 1853 lo muestra: si bien no se posicionó como un estado confesional, su artículo numero dos (¡uno de los primeros!) dice que el Estado Argentino se compromete con el sostenimiento del culto católico, fundamentalmente con el sueldo a obispos, curas de fronteras y seminaristas. También esa primera versión constitucional mantenía como clausula que el presidente de la nación debía ser católico y que el Estado argentino se comprometía con la evangelización de los territorios y poblaciones a los cuales la Iglesia Católica todavía no había alcanzado con su pastoral. Estos artículos, de un claro sesgo católico, se contraponen en su espíritu con el articulo diecisiete que subraya la libertad religiosa como una de los derechos civiles inalienables a custodiar. Hacemos esta reconstrucción para graficar que desde tiempos fundacionales subyace una tensión en lo que respecta a la regulación estatal del hecho religioso: un estado no confesional que se compromete a sostener y auxiliar a una religión en particular, al mismo tiempo que a respetar el derecho de manifestación de las demás.
Mas allá de esta marca de origen problemática, durante buena parte del siglo XIX no hubo conflictos religiosos ostensibles. Las pequeñas comunidades evangélicas iban creciendo de la mano de la inmigración. Como se sabe, la inmigración que recibió nuestro país a finales del siglo XIX y principios del siglo XX cambió sus rasgos culturales y políticos para siempre. La religión no fue ajena a este proceso, y si bien la gran mayoría de migrantes españoles e italianos reforzaron la practica católica, también vinieron en menor medida, escoceses, galeses, holandeses, daneses, suecos que pluralizaron el paisaje religioso de nuestro país. Luteranos, metodistas, presbiteranos, hermanos libres y bautistas fueron de las primeras comunidades evangélicas que se radicaron de manera sostenida en nuestro país. En un principio los cultos estaban dirigidos a las comunidades étnicas y se realizan en la lengua de origen, pero con el transcurso de las décadas los hijos de los fundadores impulsaron la integración y las celebraciones pasaron a hacerse en castellano.
El conflicto religioso se suscitó en las primeras décadas del siglo XX, cuando la cuestión social y su consecuente conflictividad auspiciaron la idea que el catolicismo debía ser el código cultural que homogeneizara una población en transformación. Esta premisa fue particularmente adoptada por los sectores militares, protagonistas de los diferentes golpes de estado de la historia argentina contemporánea. En su propuesta, la identidad nacional se asociaba a identidad católica, una ecuación que dejaba por fuera y hostilizaba a todas las otredades religiosas. En términos concretos, durante los gobiernos de facto circularon discursos oficiales que ligaban la presencia evangélica a una fuerza invasora, que venía a erosionar y a contaminar la identidad nacional. Simétricamente, toda vez que la clase dirigente argentina se distancio o entró en tensión con la jerarquía católica, esa tensión sirvió de resquicio, de oportunidad para que la disidencia religiosa se manifestara.
La situación política y cultural de los evangélicos cambió rotundamente con la recuperación democrática (1983) y su consolidación. Por primera vez en la historia los evangélicos contaron con el beneplácito legal para realizar actividades proselitistas en el espacio público. Pastores y pastoras armaron convocatorias multitudinarias en estadios de fútbol, plazas, teatros y cines. Al mismo tiempo en los barrios de las principales urbes aparecían templos pequeños improvisado en cocheras de casas o clubes de fútbol. Durante la década del ochenta y buena parte de los noventa los evangélicos experimentaron un crecimiento demográfico inédito, que los llevo a constituirse en la primera minoría religiosa del país, aglutinando al diez por ciento de la población total, aproximadamente.
De todas las ramas evangélicas, la fracción que más creció fue el pentecostalismo, que se caracteriza teológicamente por sostener la idea de la presencia de Dios en la cotidianeidad creyente, mediante la forma del milagro como manifestación del Espíritu Santo. También promueve la conexión entre la restauración espiritual y material de las personas: no se trata solo de creer para salvarse en un tiempo futuro, en el mas allá. La redención también sucede aquí y ahora y se manifiesta en logros materiales concretos, como conseguir trabajo, abandonar una adicción, reconstruir un vínculo familiar. Otro motivo del crecimiento pentecostal tiene que ver con la producción de lo que Bourdieu llama “especialistas religiosos”, esto es, aquellas personas que, dentro de determinada visión religiosa, se encargan de la administración de los bienes simbólicos de salvación. Mientras que en el catolicismo una persona para llegar a ser sacerdote debe pasar por una trayectoria de formación extensa y al mismo tiempo aislada de la comunidad (el seminario) en el caso del pentecostalismo, la posibilidad de constituirse pastor tiene que ver con ejercicio de un carisma personal, que a su tiempo resulta manifestación de lo divino.
A estos elementos diferenciales se suma un dato contextual: las décadas del ochenta y del noventa resultaron momentos de un fuerte descenso social por parte de muchos sectores trabajadores argentinos, producto del desacierto de políticas económicas durante el gobierno de Alfonsín y Menem. Lo que el antropólogo Pablo Semán mostró es que el mensaje y la pastoral de las iglesias evangélicas acompañaron mejor esa experiencia fuerte de descenso social, que las acciones de una iglesia católica atravesada por un fuerte proceso de burocratización y de deslegitimación. Esta suma de factores explica el crecimiento pentecostal a expensas del catolicismo.
La jerarquía católica y los sectores dirigenciales cercanos a sus intereses y pensamientos no permanecieron impávidos frente a este crecimiento, percibido como amenaza y que jaqueaba los fundamentos de la “nación católica”. Por ello, produjeron hicieron circular en los medios masivos de comunicación discursos donde se introducía una sospecha con respecto a la procedencia de las iglesias evangélicas, enlazándolos concretamente con una infiltración imperialista: en esa cosmovisión los evangélicos no eran otra cosa que sectas foráneas que venían a la Argentina a “lavar el cerebro” a las personas, adormeciéndolas y dopándolas culturalmente. En segundo movimiento, esta misma coalición impulsó una nueva ley de cultos en Argentina que contenía clausulas restrictivas y aumentaba el control estatal sobre las creencias religiosas no católicas, dándole al Estado potestad plena para decidir que era una religión y que no.
Esta avanzada legal restrictiva puso en alerta a los evangélicos. Sus pastores más populares se organizaron en el espacio público para frenarla. Por primera vez en la historia este mundo de iglesias tan diferentes en materia de creencias, practicas, y liturgias se unía en una acción política. La estrategia defensiva se desdobló: por un lado, los principales dirigentes evangélicos se reunieron con actores políticos y mediáticos para mostrar que los evangélicos no eran una secta con una influencia negativa. Por el otro, los creyentes se movilizaron en el espacio publico (la plaza de los Dos Congresos primero y el Obelisco más tarde) para peticionar el cese del avance de una reglamentación discriminatoria. La acción concertada surtió efecto y el proyecto se truncó en el ámbito parlamentario. Este resultado dejó una huella profunda en la memoria colectiva de este mundo religioso: la calle era un ámbito propicio para presentar demandas ante la sociedad argentina y su clase dirigente. Esto explica la organización de dos eventos multitudinarios en 1999 y 2001, donde las iglesias evangélicas se congregaron para orar por la Argentina, pero también para peticionar antes las autoridades una nueva ley de cultos que instaurara un verdadero régimen de igualdad. La crisis social del 2001 y también la poca receptividad de la clase política a las demandas de grupos no católicos truncaron una iniciativa capaz de borrar los privilegios católicos e inaugurar un tiempo de igualdad religiosa en Argentina. Pese a este resultado, la movilización exitosa en el espacio público sirvió de proceso de aprendizaje ya que activó movilizaciones posteriores en otras temáticas, tal como veremos en breve.
2. Los evangélicos y las urnas argentinas. Una historia de desencuentros.
Históricamente las comunidades evangélicas comulgaban con un ideario apolítico: los misioneros fundacionales inculcaron la idea que la política era un mundo pecaminoso en el cual mejor no involucrase. Sin embargo, con la democracia y fundamentalmente con el recambio generacional en las filas pastorales se suscitó un interés genuino por participar políticamente bajo la idea de “redimir la política y volverla hacia Cristo”. Esta pretensión formó parte de una cosmovisión más extensa y que circulo intensamente en las iglesias evangélicas latinoamericanas en la década del ochenta. La misma llamaba a los creyentes a insertarse en diferentes espacios mundanos, el arte, la política, los medios masivos de comunicación, la universidad, para “inundarlos desde adentro” con la lógica de actuación propia de los conversos.
En el caso argentino también incidieron otras experiencias latinoamericanas. Las iglesias evangélicas habían sido muy importantes en la elección presidencial de Alberto Fujimori, con su partido Cambio 90. De hecho, uno de los vicepresidentes de Fujimori era un fervoroso creyente. Por su parte en Brasil, luego de la constituyente de 1986 los evangélicos ingresaron con fuerza en la dinámica política estadual y federal, consiguiendo que varios creyentes fueran elegidos como diputados. Esta dinámica fue la que influyó para la formación de la Bancada Evangélica: un bloque extenso de diputados evangélicos que se inscriben en diferentes partidos políticos pero que, al momento de votar en temas controversiales como la despenalización del aborto, el consumo de drogas o la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, lo hacen al unísono y en oposición.
Con estos fenómenos como horizonte, en Argentina líderes evangélicos pentecostales armaron partidos confesionales a mitad de la década del noventa, en Buenos Aires y en Córdoba. La idea de un partido confesional remite a la posibilidad de articular y representar la voluntad política de todos los evangélicos del país y a partir de allí formular iniciativas. Un partido de estas características mantiene el lenguaje religioso y lo confunde con lo político, porque sostiene la idea que los evangélicos merecen ser representados en la escena partidaria. Ambos intentos fueron fallidos, no lograron rendimientos aceptables en las elecciones y en los años siguientes, sus cuadros formaron sub- grupos dentro de estructuras partidarias consolidadas y seculares. Primero la Democracia Cristiana, más tarde el FREPASO y por último el Polo Social acobijaron evangélicos en sus filas. Esta experiencia de inscripción en una estructura política mayor tampoco dio resultados.
En la década del dos mil, los evangélicos cambiaron de estrategia. En ver de armar partidos que procuraran ser la voz de los evangélicos en el mundo partidario, optaron por insertarse en estructuras partidarias y desde allí levantar un discurso cristiano, preocupado por cuestiones morales (nuevamente, proteger la vida desde la concepción y modelos familiares heterosexuales) pero también con una marcada sensibilidad social. La degradación y vulnerabilidad de las vidas de los ciudadanos de barrios populares del Conurbano era un tema recurrente en sus predicas. Estos líderes, la mayoría pastores, se presentaron a elecciones por el poder ejecutivo municipal. En nuestra investigación doctoral detectamos no menos diez casos. Pero todos ellos fueron fallidos, una vez más.
Dentro de los casos analizados, se recorta como sobresaliente el de Cynthia Hotton. Miembro de una de las familias más tradicionales del mundo evangélico en Argentina y diplomática de carrera (su padre fue embajador en Bulgaria y Macedonia), llegó a ser diputada nacional por el PRO en 2007. En esa oportunidad no fue su procedencia religiosa la que traccionó su ascenso la escena partidaria argentina, sino más bien sus capitales sociales y culturales previos y la necesidad de la alianza entre López Murphy y Macri de colocar a una mujer entre las candidateables. Ya una vez en el Congreso su identidad religiosa paso a ser el eje de su proyecto político: lograr constituirse en la representante no solo de los evangélicos, sino también de todas aquellas personas que comulgaran con un ideario de valores donde la anti- corrupción, la defensa de la familia en su versión heterosexual y de la vida desde la concepción estaban en el centro. Para ello formó un espacio político propio, Valores para mi País y se convirtió en una de las más visibles opositoras a la sanción de una ley que contemplara el matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de adopción. La radicalidad de sus posturas en el espacio público en estas temáticas inclusive la llevaron a romper con el partido PRO y armar un monobloque en la cámara de diputados y más tarde, transformar a Valores para mi País en un partido político que compitió en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, donde Hotton aspiraba a convertirse en legisladora porteña, al terminar su mandato como diputada nacional. No lo consiguió y el fin de sus aspiraciones volvió a acentuar los problemas recurrentes que los evangélicos tienen para trasladar su potencia demográfica en una fuerza política.
En este punto es preciso retomar la intención de complejizar el análisis con respecto a la fuerza política evangélica. ¿Por qué los evangélicos en Argentina no tienen éxito en la arena electoral como si lo tienen en Brasil, Colombia o en su momento en Perú? La razón de fondo es la siguiente: mas allá de su historia, del paso de los años, de sus crisis y de la erosión de sus liderazgos, las identidades políticas clásicas siguen siendo fuertes en la Argentina y son las que estructuran las preferencias electorales. Al momento de pensar su voto y luego entrar decididamente en el cuarto oscuro los argentinos conjugamos y sospesamos nuestras afiliaciones partidarias o ideológicas, nuestra condición de clase, nuestras evaluaciones sobre el gobierno saliente, sobre la oposición, nuestra actualidad económica, nuestras expectativas con respecto al futuro pero no nuestras pertenencias religiosas. Por razones extensas y que exceden a este articulo, esto no significa que la nuestra sea una sociedad perfectamente secular y laica, y que no existan cruces, intersecciones e intercambios de legitimidades entre mundo político y religioso. Pero está claro que esos intercambios no se dan (al menos hasta ahora) bajo una lógica electoralista.
3. Políticas públicas y espacio público: la potencia política evangélica.
Ahora bien, que los evangélicos choquen una y otra vez contra el muro de las identidades políticas tradicionales no significa que no tengan potencialidad política alguna. El campo de estudios sobre politicidad evangélica en la Argentina señala dos espacios significativos a tener en cuenta. El primero es el campo de las políticas públicas, donde de manera creciente los evangélicos aumentaron su participación en ámbitos importantes, como el abordaje del consumo problemático de estupefacientes, la asistencia social y la intervención en pabellones carcelarios, a partir de dinámicas pacificadoras. Cabe aclarar que el cruce entre religión, Estado y políticas públicas en Argentina no es nuevo. De hecho, históricamente el Estado argentino delegó y subvencionó en el catolicismo varias actividades que estaban bajo su potestad, como es el caso de la educación (ver el numero importantísimo de escuelas parroquiales que cuentan con subvención estatal) y la ayuda social a los mas vulnerables (tener en cuenta la importancia histórica de la organización Cáritas en este rubro).
Las razones se fundan en cuestión estructurales (el problemático control que el Estado argentino ejerce sobre el territorio a su cargo) y culturales: la clase política argentina, por formación y convicción considera que el trabajo social católico cuenta con una profundidad y una sapiencia que es preciso apuntalar antes que reemplazar. El dato del siglo XXI en este punto es la inclusión de los evangélicos en este patrón de relación entre lo político y lo religioso. Fundamentalmente a nivel municipal, cada vez más agentes políticos reconocen el trabajo que de manera auto gestionada los evangélicos realizan entre los sectores más humildes y deciden apoyarlo, usándolos como mediadores entre el Estado y los beneficiarios de las políticas. Les reconocen una experiencia, un saber y un manejo del territorio que supera en mucho al de las fuerzas políticas tradicionales.
El segundo espacio donde los evangélicos demostraron una fuerza política inobjetable es en la calle, el anfiteatro donde toda movilización enarbola una demanda, busca ser visible y presionar. En los dos mil, su participación en el espacio público ya no se circunscribió exclusivamente a demandas vinculadas estrictamente a su condición de minoría religiosa. En el nuevo milenio, diferentes líderes evangélicos se pronunciaron sobre controversias publicas que afectaban y atravesaban a toda la sociedad argentina, particularmente debates relacionados con la extensión de derechos sexuales y reproductivos. La ley de educación sexual en la ciudad de Buenos Aires, el matrimonio igualitario y, de manera más reciente, la posibilidad de despenalizar el aborto fueron los tópicos donde diferentes lideres intervinieron con fuerza. En este punto, es necesario retomar el principio de complejidad al que aludíamos al principio de nuestro artículo. Los medios masivos de comunicación suelen ligar a los evangélicos a una fuerza conservadora que se enfrenta duramente a la extensión y reconocimiento de derechos para otras minorías. Sin negar que efectivamente existieron importantes pastores y líderes evangélicos que se opusieron públicamente al reconocimiento legal a minorías sexuales o al derecho de las mujeres a interrumpir embarazos, también se registraron voces evangélicas disidentes que impugnaron la idea de tutelar al Estado y la esfera de derecho por un orden moral trascendente. Cambien esos referentes evangélicos impugnaron la pretensión de tomar a los textos bíblicos como fundamento para atacar los nuevos ordenes familiares y derechos individuales. En suma, esta pluralidad de posiciones muestra que no hay un único proyecto político, una única forma de ser una “religión pública” en este espacio de creencias.
Conclusión
Con su presencia y actividades, los evangélicos cambiaron el paisaje religioso de Argentina. Sus cultos, campañas, música y eventos ya forman parte de nuestra idiosincrasia cultural, y son cada vez más masivos e intergeneracionales. En términos políticos, si bien la arena electoral se les presenta como un reducto inexpugnable, están integrados a la dinámica política nacional, por sus posicionamientos en controversias publicas donde actúan en coalición con otras fuerzas religiosas y seculares; y también por su participación en el ámbito de las políticas públicas, donde progresivamente se desempeñan como rueda de auxilio de las agencias estatales. En definitiva, en los últimos treinta años dejaron una posición defensiva frente a la estigmatización sectaria para transformarse en actores políticos legítimos y activos. Lejos de observar una postura monolítica, la heterogeneidad constitutiva de este mundo religioso conduce a posicionamientos políticos diversos y dispersos, que impiden cualquier asociación con una amenaza democrática.