Una gran expectativa y un resultado…¿decepcionante? La ultima gran guerra parece haber dejado un mal sabor de boca en gran parte del público. La serie volvió a caer en resoluciones poco coherentes para lo que venían siendo los arcos narrativos y para los tiempos que demanda la historia. La expectativa de los espectadores parece estar siendo defraudada. ¿Qué sucedió con esas historias que se construyeron durante casi una década? Escribe Belén de los Santos.
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Todos los ojos y nuestras expectativas estaban puestos en la ¿última? gran guerra, aunque más que guerras estas parezcan batallas para ser liquidadas en horas. Ahora que ya la pasamos, sólo nos resta hacer cuentas, repensar y decidir si la hemos sobrevivido.
Siento necesario hacer algunas aclaraciones primero. El episodio entero empalideció bajo la sombra de la primera guerra. Una primera guerra cuyas sombras, paradójicamente, habían despertado grandes —e infundadas, digamos todo— polémicas. Y tal vez esto no debería sorprender a nadie, porque el episodio tres fue técnicamente perfecto. En este caso, si bien las enormes explosiones de fuego tuvieron algo de encantador y replicaron a la perfección los memes de Dany quemando Notre Dame, su repetición fue perdiendo efecto al no estar acompañada por la sutil construcción de atmósfera que caracterizó a “La larga noche”. Este domingo el manejo de la tensión a lo largo de la batalla fue más bien monótono, con algunas contadas excepciones, e incluso el uso de la música pasó a un segundísimo plano.
Quizá el problema sea que en lugar de construir la batalla hasta su clímax, los puntos altos del episodio se dieron en la primera parte: la sentencia de Varys, el diálogo de Dany con Tyrion, la inesperada irrupción de Drogon por atrás de las puertas, la angustiosa espera por las campanas de rendición. Y, luego, la tan anunciada locura de Dany desatada. Mucha tela que cortar en relación con la supuesta locura de la madre de los dragones. Su irrupción fue tan anunciada como imprevisible para el desarrollo de su personaje, por más contradictorio que esto parezca, y es por eso que la concreción de lo que debería haber sido un giro central en el recorrido de Daenerys falla, resulta anticlimático. Intentemos desarmar, entonces, la paradoja de la Khaleesi.
Entre la angustia y los gritos —esta vez de indignación más que de emoción—, se cruza una enorme variedad de argumentos: que la locura Targaryen ya estaba presente en la mitología de la serie, que estaba en los libros, que la historia de los dioses tirando una moneda, que Dany ya había quemado y matado gente, que una mujer al poder se vuelve loca, que es totalmente incoherente, que era obvio y siempre estuvo ahí. Varias cosas por desenredar, teniendo en cuenta algunos principios básicos: cada hecho estético —la serie, en este caso— se juzga mejor sobre sus propias reglas y construcción, de cuyo éxito o fracaso depende en gran medida el efecto que provoca en nosotrxs.
Primero, la cuestión de género. El dilema del líder hombre o la líder mujer fue planteado de manera explícita en el episodio anterior por Varys, quien abre la puerta a la posibilidad de una traición: eliminar a Daenerys antes de que pueda completar su recorrido hacia King’s Landing con la excusa de una posible locura y la conveniencia de tener a un varón del norte como candidato al trono. Ese arco, analizado en términos de género porque así lo plantea Varys, implicaba desandar un gran camino relacionado al lugar de poder de las mujeres —volvamos, si quieren disfrutar en vez de pelear, al “fuck tradition” de Tormund—. Esta línea se cierra, de manera coherente, con la lealtad de Jon, la confesión de Tyrion, la rápida deducción de Dany y la ejecución del traidor. Dany afirma su poder, debe cumplir su destino de ser ella quien llegue al enfrentamiento con Cersei en King’s Landing, cerrando su viaje de ocho años. A partir de este punto, asociar la supuesta locura de Dany a su condición de mujer significa retroceder en el avance que hemos hecho hasta el momento —empezamos estas lecturas diciendo, luego del primer episodio, que ese espacio de poder ya estaba naturalizado—. Al igual que Cersei, Dany es capaz de ejercer tanto el bien como el mal, de ceder a la razón o a la locura; ningún estereotipo de supuesta bondad debería atarla como personaje.
En segundo lugar, la (in)coherencia del desarrollo del personaje. Para pensar esto, tenemos que primero separar dos instancias básicas de la ficción. Por un lado, lo que sabemos de un personaje por acciones y omisiones en el pasado, por los relatos en torno a su familia y su historia; por otro, la construcción misma del relato que arma la serie. Vuelvo a recordarles a todxs ahora que estoy pensando exclusivamente en la serie, porque entiendo que libros y series son dos hechos estéticos radicalmente diferentes y deben analizarse como tales. Sobre Dany, entonces, conocemos la historia de su familia, la rebelión contra los delirios de fuego de su padre y el exilio forzado de lxs últimxs Targaryen. Sabemos de su propio recorrido: casada a cambio de un ejército, nombrada Khaleesi de los dothraki, convertida en madre de dragones, rompedora de cadenas, adorada por miles. Sabemos que hace mucho que perdió la inocencia y ha recurrido al fuego por convicción en contra de la esclavitud y la tiranía… y, básicamente, cada vez que su poder se vio amenazado: contra el esclavista dueño de los Inmaculados, contra los nobles de Meereen, contra todos los khals, contra las flotas de Yunkai y Astapor, contra el ejército Lannister y contra los Tarly (pero nunca contra el pueblo y, mucho menos, de forma injustificada). Sabemos que su identidad se construye en torno a la certeza de que el trono de hierro es su derecho de nacimiento y a su utopía de un mundo sin tiranía. Podemos hasta decir que hubo varias ocasiones en el pasado en las que aquella utopía se vio amenazada por su propia sed de venganza y deseo de usar la fuerza, lo que ha llevado a sus consejeros a temer por algunas de sus resoluciones. Todo esto podría, de alguna manera, trazar un arco argumental en el cual, encontrándose completamente aislada en Westeros, Dany decidiera destruir King’s Landing por completo, población de inocentes incluida, si de eso dependiera la consolidación de su poder —lo cual, por lo menos hasta acá, no pareciera ser el caso—. Debemos recordar también que se trata del mismo personaje que no hace mucho decía que no venía a ser reina de las cenizas.
Ahora, es necesario diferenciar toda esta información sobre Daenerys distribuida a lo largo de las siete temporadas pasadas de lo que llamamos la construcción de relato: la forma en la cual los arcos argumentales se desarrollan y los cambios en los personajes se nos van presentando para que nosotrxs, como espectadores, acompañemos esos giros por más inesperados que parezcan. La construcción del relato, si es efectiva, debe hacer que cada nuevo paso nos resulte verosímil, aunque no por eso predecible. Esto es, por ejemplo, lo que hace la serie en la primera temporada con la muerte de Ned Stark. Es lo que vuelve a hacer con la explosión del Septo de Baelor. Se trata de giros radicales, inesperados, y nuestra sorpresa es total porque en ningún momento abandonamos a esos personajes, porque en ningún momento se rompe con el verosímil. Esto se debe en gran parte a la sutil preparación previa que lleva hacia el clímax.
En el caso de la supuesta locura de Daenerys —y, podría agregar, de otros arcos argumentales de esta última temporada, como el de Jamie— lo que falla es la construcción del relato en un arco argumental que, llevado de otra manera, podría haber sido realmente impactante. La khaleesi que conocemos, tal como nos fue presentada, no habría asesinado sin motivo aparente al pueblo indefenso. Esto no significa desconocer las líneas de cambio que posibles para el personaje, pero lo cierto es que una transición de tal magnitud hubiese requerido un enorme trabajo de construcción para ser exitosa. Y eso jamás tuvo lugar.
Caemos de nuevo en el problema del tiempo de aire dedicado a los períodos de transición, en los que se tejen los verdaderos cambios en los personajes. Vuelvo, entonces, a reivindicar la absoluta necesidad de aquellos episodios en los que algunxs ansiosxs han dicho que “no pasaba nada”. En “Unx caballerx de los siete reinos” se gesta gran parte de lo que logra el relato de la primera guerra en “La larga noche”. Y, por contraste, en este último episodio se cosecha todo lo que se apuró en “Los últimos de los Stark”: un montaje de escenas apresurado en el que todxs de pronto desconfían de Dany y hablan de traición, en el que Jon se desenamora tan rápido como se había enamorado y una serie de primeros planos a una Daenerys angustiada primero, furiosa después, no son suficientes para llevar a la Khaleesi que vimos meditar cada una de sus decisiones a quemar vivo a un pueblo. Tampoco son suficientes las muertes de Rhaegal y Missandei, igual de apresuradas, usadas como meros detonantes de la furia. Por todo esto, en lugar de un giro que nos sorprende y desgarra, el episodio solo logra un leve shock anestesiado por la incomprensión.
Se construye así, de forma casi impensada, el peor escenario posible: a falta de un relato sólido que acompañe la transición de un personaje, se amontonan escenas demasiado explícitas a último momento en un intento de justificar lo que está por suceder. Y el resultado es una explosión de locura demasiado avisada pero mal construida. Lastimosamente previsible e incoherente al mismo tiempo. Apurar estas últimas trayectorias, por demanda o por presupuesto, es un triste final para una serie que despertó tanto. Me uno a Varys cuando digo: “Espero estar equivocada, realmente lo espero”.
Ahora, antes de dejarlo todo mientras esperamos el último episodio, propongo una lectura diferente que, si bien no cambia la pobre construcción de clímax de este episodio, tal vez le dé aunque sea algo de sustento. O quizá no sea un más que un manotazo de ahogada, haciendo piruetas de lectura por no caer en un final tan vacío y previsible. Son los juegos de lectura que podemos permitirnos todavía, cuando el relato permanece abierto. Entonces, juguemos.
Y es así que vuelvo, espero que por última vez, a la supuesta locura de Dany. Y digo y repito “supuesta” locura, quizá algunx lo haya percibido. Es que llamamos locura al desenfreno en ausencia de la razón, a un desborde emocional desconectado de todo aquello que dicta la lógica. Es lo que intenta transmitirnos el episodio en su momento de quiebre (y es ahí donde se rompe el verosímil). Dany, furiosa, destruye a la flota de hierro —con la misma facilidad con que éstxs, antes, mataron a su dragón en el aire—, nos sorprende volando las puertas de la ciudad de King’s Landing y arrasa con la compañía dorada desde atrás. Después, se encarga de destruir todos los escorpiones y cualquier esperanza de Cersei de mantener el control sobre la ciudad. En ese momento —para mí, el mejor logrado del episodio— el ejército de King’s Landing se rinde, sus espadas caen, los ecos ruegan que se toquen las campanas. Y esperamos: Dany, Jon, Tyrion, nosotrxs —todxs mirando al campanario. Hasta que, por fin, las campanas suenan. Es el mejor escenario posible: la ciudad se ha rendido y sólo los soldados han muerto. En ese momento, Dany irrumpe en lo que parece que es un principio de llanto, de furia, y comienza la debacle: incluso ante la ciudad rendida, está dispuesta a destruirlo todo y a todxs. El primer significado que se desprende de esta secuencia, el más obvio, el que se construyó —pobremente— en el capítulo anterior, es que Daenerys está desbordada de furia, que no puede contener sus emociones, que en ese instante deja de lado la estrategia y da rienda suelta a la locura: que arda todo.
¿Qué pasaría si esto no fuera así, si no se tratara de un impulso de ira descontrolada sino que este haya sido su plan desde un comienzo? Estaríamos todavía ante la presencia de una Dany casi rota, a quien desconocemos. Pero tendríamos, aunque sea, la sombra de una motivación que le de sentido a tan radical cambio. Y es que la pobreza en la construcción del relato genera también lecturas torcidas, inesperadas, que se esfuerzan por reunir de alguna forma el caos.
Retrocedamos. En su diálogo con Jon, Dany le dice que solo le queda el terror como forma de ejercer el poder en Westeros. De hecho, cierra diciendo “que sea el miedo”. No es a la gente de King’s Landing, ni a Cersei, a quien ella necesita inspirar miedo. De hecho, está convencida que triunfará en esa ciudad. Lo que ve flaquear, en Sansa, en Varys, en Jon, es el apoyo de sus supuestxs aliadxs. Es aquellxs que aman a Jon y no a ella quienes deben temer para que su autoridad no se vea diezmada. Pensado de ese modo, el exterminio de King’s Landing no es una loca sed de venganza contra Cersei, sino un mensaje contra Jon y lxs suyxs. Incluso, si lo repensamos, ese principio de llanto podría no significar una furia desatada sino su angustia ante la conciencia de lo que ahora siente que debe hacer.
Volvemos a ese instante en el que Dany espera las campanas. Ese momento parecería ser el quiebre de su pacto con Tyrion de cesar el ataque. Pero la verdad es que, si lo pensamos, Dany nunca ha aceptado la propuesta de Tyrion de detener el ataque al escuchar la campanas y ver abrirse las puertas; ella solo se queda en silencio. Y no solo es eso, también sabemos que la reina ya sabe que por lo menos parte de ese plan jamás ocurrirá: las puertas no se abrirán, porque piensa volarlas con Drogon. “Sabrás cuándo es el momento”, le dice a Grey Worm.
La realidad es que el personaje de Dany queda tan desdibujado en estos últimos episodios, que es difícil sostener una u otra postura. Sin embargo, si detrás de su accionar hubiese un plan —aunque terrible, aunque falible– para afianzar su poder en Westeros, en lugar de una simple locura mal construida, quizá tendríamos algo que esperar aún del cierre que se viene. Quizá las campanas que le dan nombre al episodio no hayan sido nada más que falsa esperanza para Jon, para Tyrion, para nosotrxs; quizá nunca hayan tenido otro destino que el de ser ese edificio que se derrumba sobre Arya. Las pistas están ahí para pensarlo así. Defraudadxs o no, toca esperar una semana más.