La administración de recursos es clave para la supervivencia. Sabemos que ningún recurso, incluso el sol, es infinito. Sin embargo, en muchos casos, actuamos como si así fuera. Algo de nuestra experiencia cotidiana, quizá la tecnificación, la alienación respecto de la producción y transformación de los recursos y materias primas, nos ha hecho pensar que el problema ecológico no es tan grave. Abrimos la canilla y sigue saliendo agua, el sol sigue brillando, la carne llega a las góndolas de supermercado, las verduras siguen creciero (algunas de formas cada vez más monstruosa), pero ahí están. El problema parece poder ser ignorado hasta que la crisis sea total, pero las nuevas generaciones están en sintonía con esa fibra sensible e intentan recordarnos que no hay más tiempo que perder. Uno de los ejemplos más actuales es el de Greta Thunberg, la joven sueca que ha adquirido fama internacional por su defensa de la ecología y sus protestas por el cambio climático.  Escribe en esta oportunidad Sofía Mercader.

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“Nuestra casa está en llamas y quiero que entren en pánico”, así suele comenzar Greta Thunberg sus discursos, y así lo hizo también cuando le tocó hablar frente  al parlamento europeo el dieciséis de abril de este año, un día después del incendio de Notre Dame. Agregó que esperaba que los cimientos de la catedral fueran lo suficientemente fuertes para sostener su reconstrucción, pero que esperaba aún más que los cimientos de nuestra casa, como ella se refiere al planeta, fueran también lo suficientemente fuertes para afrontar la reconstrucción del daño prácticamente irreversible que la actividad humana ha generado en el planeta.

La historia de Greta podría ser la historia de cualquier persona. Cuenta que fue en la escuela donde escuchó por primera vez del cambio climático y de cómo las emisiones de gases de efecto invernadero generan un aumento significativo y de difícil reversión de las temperaturas globales. Greta cuenta que, a diferencia de sus compañeros, no logró distraerse de lo aprendido en la escuela, sino que se obsesionó con el tema. En su propio relato, parte de su fijación se explica por el síndrome de Asperger que padece. Las personas con Asperger presentan dificultades para desarrollar habilidades sociales, son por lo general retraídas, y suelen tener un alto coeficiente intelectual y una especial habilidad para enfocarse en temas específicos. Greta cuenta que parte de su condición explica su fijación con el cambio climático y su actitud comprometida con esa lucha.

En su relato, sus primeras acciones fueron individuales: dejó de comer carne y productos lácteos y se prohibió a sí misma viajar en avión. Una de las mayores fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera es la actividad agrícola, en especial, la ganadera, que genera significativas cantidades de gas metano. Por otra parte, los medios de transporte que utilizan combustibles fósiles, como los automóviles, los camiones y los aviones, entre otros, son los principales responsables de la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera y la principal fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en los Estados Unidos, país que, junto con China, India, Rusia, la Unión Europea y Japón contribuyen al 70% de emisiones globales de dióxido de carbono. También dejó de comprar ropa: la industria textil produce alrededor del 10% de los gases de efecto invernadero que se generan globalmente, debido al alto consumo de energía y agua que implican. Y también representa una alta proporción de desechos que terminan en rellenos sanitarios, los que producen asimismo emisiones de gases de efecto invernadero, en particular, de dióxido de carbono.

Un episodio central en la toma de conciencia pública respecto del cambio climático es el Acuerdo de París. El principal objetivo de este acuerdo, firmado y ratificado por 195 países en 2016 es que los países firmantes se comprometan a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero para limitar el calentamiento global por debajo de los 2 grados centígrados respecto de la era preindustrial. Sin embargo, estudios recientes sostienen que tan solo un aumento de 1,5 grados centígrados es suficiente para afectar los niveles de los mares, acelerar el derretimiento de los glaciares, aumentar las lluvias en algunas regiones y la sequía en otras. Y que, en la actualidad, la actividad humana es ya responsable del aumento de 1,2 grados centígrados de la temperatura global respecto de niveles preindustriales, por lo que los científicos creen que, si no se toman medidas drásticas en los próximos doce años, la crisis climática, de la que ya se pueden ver varios síntomas (como las cada vez más frecuentes sequías en países de África, el derretimiento de los glaciares en el Ártico, el fenómeno del sargazo en México o los incendios en California) estallará. Como Greta sostiene en sus discursos, estas cifras provienen del Panel Intergubernamental por el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), en donde participan más de mil científicos de todo el mundo y cuyo trabajo tiene un amplio respaldo por parte de la comunidad científica internacional.

Ante la creciente evidencia de que el Acuerdo de París no había sido estrictamente respetado por sus países firmantes y que la tendencia hacia el calentamiento global seguía su curso, Greta decidió sentarse, hace un año, en agosto de 2018, frente al parlamento sueco en Estocolmo con un cartel que decía “Huelga escolar por el clima”, reclamando que su país cumpliera las metas establecidas por el Acuerdo de París. En palabras suyas, “¿Por qué deberíamos aprender hechos, si los hechos no importan en la sociedad?”.  La escuela, dice, se supone que nos prepara para el futuro, pero es evidente que los adultos no se preocupan por nuestro futuro. Ese primer día de huelga, nadie se le acercó. Sin embargo, Greta decidió ir nuevamente al viernes siguiente, con su cartel, hasta el parlamento. Ese día algunos chicos y chicas se le sumaron. En cuestión de semanas, otros jóvenes se le sumaron en otras ciudades suecas, luego en otras ciudades de Europa, hasta que el movimiento llegó a Australia, Uganda, Japón, Chile y los Estados Unidos, entre otros países. En su Instagram, Greta sigue subiendo religiosamente su foto en huelga los viernes frente al parlamento sueco.

 

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School strike week 51. Greetings from SMILE in Lausanne, Switzerland. #fridaysforfuture #climatestrike #schoolstrike4climate #smile

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Las imágenes de Greta dando su discurso en perfecto inglés frente al parlamento europeo, sobrellevando sus lágrimas con entereza y enfrentándose sin vacilaciones a quienes tienen el poder de tomar decisiones que son de extrema urgencia, no tienen precedente y tal vez expliquen la creciente popularidad de este movimiento. Pero es también incómodo ver que esos líderes la aplauden energéticamente mientras ella los mira seria, como si ellos mismos no entendieran que son sus acusados y no sus aliados. La imagen acentúa la distancia que existe entre los representantes y los representados, algo que está en juego en los principales escenarios políticos del mundo hoy. Es claro que ser un ciudadano ambientalmente responsable es esencial para combatir el cambio climático, pero no es suficiente si los líderes no toman medidas de mayor alcance, que limiten la producción de combustibles fósiles, que propongan sistemas de energía, de transporte y de tratamiento de desechos sustentables y que limiten la actividad industrial y agrícola contaminante.

La voluntad de Greta y los miles de niños y niñas que la acompañan en su apuesta crece proyectándose en la falta de voluntad de los políticos y pone de manifiesto un problema central de la política: ¿cómo tomar medidas que van a afectar a las futuras generaciones y que cuyos resultados, tal vez, esta generación nunca llegue a ver? Se estima que el cambio climático generará pérdidas económicas significativas y desastres ambientales que se cobrarán miles, sino millones, de vidas. La falta de implementación de políticas sustentables es otra forma del pan para hoy, hambre para mañana.

Greta Thunberg es un símbolo de nuestra era y una fuente de inspiración para sus pares generacionales. El cambio climático no es solo un problema exclusivo de los países desarrollados, que tienen las cosas más resueltas como para ocuparse del medio ambiente, como suele pensarse. El cambio climático no sabe de jerarquías y afectará a todos los habitantes del mundo por igual. Hablar del tema implica poner el foco políticas públicas que puedan contrarrestar los beneficios de quienes explotan los recursos naturales en su propio beneficio. Es decir, proponer soluciones al cambio climático no es una cuestión de un puñado de ecologistas llamando la atención, sino que implica poner en el centro de atención el rol de los estados en la regulación y el control de la explotación de recursos de parte del sector privado. La pregunta es fundamental: ¿quién decide por nosotros: nuestros representantes o el capital? Greta enumera las pérdidas, con lágrimas en los ojos: “doscientas especies se extinguen cada día, la tierra se erosiona, las selvas están deforestadas, el aire contaminado, los océanos se acidifican a tasas aceleradas, y mientras, en las partes favorecidas del mundo, creemos que tenemos el derecho de simplemente seguir como si nada”.  Si Greta Thunberg, esta mujer de dieciséis años, puede inspirar a más gente y recibir más aplausos que los líderes de las principales economías del mundo, quizás haya esperanza.

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