Junto con la salud, la educación se transformó en un foco de reflexión obligada en este nuevo contexto de encierro. El sistema, que ya presentaba problemas, déficit y brechas, se encontró, de un día para el otro, con la necesidad de abordar, con carácter urgente, una situación extraordinaria: que todo el sistema de educación presencial deviniera virtual o a distancia. En esta oportunidad, Paula Suárez, licenciada en educación de la Universidad de Buenos Aires y docente de escuela media, reflexiona sobre ese abismo que parece agrandarse entre aquellos que cuentan con los recursos y los que no.
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Gracias a lxs profes del Bachillerato Popular 2 de diciembre,
que contribuyeron a la construcción colectiva
de la descripción de la situación actual del Bachi
Suena el despertador y miro el reloj: son las 8, hora en la que habitualmente estaría en una de las dos escuelas donde trabajo. Ahora tengo dos escuelas en mi living. Mientras se calienta el agua para el mate empiezo a ver los mails de lxs profes que me hacen todo tipo de consultas: nunca antes recibí tantos pedidos de ayuda como en este momento. Lxs profes están desbordadxs, si bien cuentan con todos los recursos tecnológicos necesarios para garantizar, en la medida de lo posible, una continuidad pedagógica que satisfaga a los distintos actores educativos. Para que esto ocurra, no solamente la escuela cuenta con una enorme cantidad y calidad de recursos tanto materiales como humanos: la mayoría de lxs estudiantes tiene celulares, tablets, Macs, acceso a Wi-fi, espacio para estudiar en sus casas, necesidades básicas más que satisfechas y un capital cultural que les permite desenvolverse con cierta naturalidad en este contexto. Es el Disney de la educación.
Mientras tanto, me hago un rato para pensar las actividades que voy a mandarles a lxs estudiantes del Bachi, una escuela secundaria para jóvenes y adultos donde doy clases. ¿Cómo adaptar este contenido que fue pensado para la presencialidad, a una actividad corta, que se explique a sí misma, significativa, que sea posible de realizar con los escasos recursos con los que cuentan lxs estudiantes en sus casas?
El comienzo fue difícil. Tuvimos una sola semana de contacto presencial, en la que no llegué a conocer a todxs lxs estudiantes, ya que el ausentismo es moneda corriente y muchxs se van inscribiendo a medida que transcurre el año. Ponerse en contacto virtualmente tras el decreto de la cuarentena no fue sencillo, ya que no todxs tenían celular.
Las condiciones en el Bachi no empezaron a ser difíciles ahora: siempre fue un desafío tratar de enseñar cuando las necesidades urgen. La mayoría de lxs estudiantes enfrenta situaciones de desocupación o precariedad en sus condiciones de trabajo: trabajos en negro, informales, sin estabilidad ni convenios. Salarios o planes de miseria implican que no estén resueltas cuestiones básicas de alimentación, vivienda y salud. Todos los años muchxs estudiantes son víctimas de la exclusión escolar, ya que las condiciones materiales de vida les ponen muchas barreras para continuar ejerciendo el derecho a la educación: ya sea por la pérdida del trabajo o por un cambio arbitrario de horarios laborales, por el cansancio después de largas jornadas de trabajo o por todo lo que implica ser sostén del hogar, por cuestiones de salud, entre otros. La pandemia y la consecuente cuarentena, con todo lo que esto conlleva, no hizo más que exacerbar estas situaciones. Casi ningún estudiante cuenta con computadora y muy pocos tienen conexión estable: tienen que usar los datos del celular para conectarse. Dado que la prioridad está puesta en la educación de lxs hijxs, el único celular que tienen está a disposición de sus tareas.
A la precariedad agravada de las condiciones materiales, se suma un hecho que parece darse por descontado: parecería que debiera ser natural para profes y estudiantes del siglo XXI preparar secuencias de enseñanza y realizar actividades de forma virtual, pero la realidad está muy lejos de este supuesto. La presencialidad, sobre todo en el Bachi, es clave para que lxs estudiantes puedan realizar consultas, tengan un espacio interpretar consignas y aclarar cuestiones de contenido, cuenten con un ambiente propicio para realizar tareas, y puedan desligarse de otras tareas del hogar y cuidado de lxs hijxs por un rato. Organizar los tiempos, tener la motivación y la autonomía que requieren aprender y estudiar a distancia es un largo proceso que en muchos casos ni siquiera se logra en los estudios superiores (¡ni hablar de otros niveles educativos!).
Todo esto, sin contar las dificultades por parte de quienes tenemos que proponer las actividades. “Por suerte aunque sea yo tengo wi-fi”, pensé cuando se empezó a implementar este modelo de educación a distancia, “por suerte no tengo que superponer mi trabajo con el cuidado de hijxs”, “por suerte me pude llevar la compu de la escuela”: sé que mi situación privilegiada no es compartida por la mayoría del cuerpo docente.
Según datos del Observatorio de Argentinos por la Educación relevados a partir de los operativos Aprender (2018) y las pruebas PISA (2018) en Argentina 1 de cada 5 estudiantes de nivel primario no cuenta con acceso a internet en su hogar (fijo o móvil). En el nivel secundario, el 15,9% de los estudiantes no tiene acceso a Internet en su hogar. Por supuesto, estos datos no alcanzan para evidenciar las grandes desigualdades por provincia o región.
La desigualdad no sólo se mide en datos cuantitativos, es palpable en el espíritu de cada reunión de profesorxs, en las expectativas puestas en los resultados de la tarea de educar, en la posibilidad o no de aprovechar las oportunidades que brinda la tecnología y enriquecer así la enseñanza vs. la preocupación por garantizar un plato de comida a las familias de lxs estudiantes y ponernos en acción para realizar donaciones.
Lejos está de mis intenciones reforzar los ya arraigados estereotipos de que las escuelas privadas son «mejores»: la desigualdad educativa no tiene que ver con el carácter público o privado de una institución, sino que son las desigualdades socioeconómicas preexistentes las que influyen fuertemente en las trayectorias educativas.
Dado el panorama, estamos viviendo una situación de exacerbación de la expulsión de un gran número de estudiantes del sistema educativo, con el consecuente agravamiento de la brecha ya existente entre los distintos sectores socioeconómicos: entre quienes pueden sostener cierta continuidad pedagógica y quienes quedan imposibilitadxs de integrarse a las lógicas y requerimientos de una “educación a distancia social y obligatoria”. ¿Qué consecuencias sociales, subjetivas, de aprendizaje, laborales e institucionales tendrá la realidad actual? ¿Cómo podemos tender redes (virtuales pero reales) para no sólo denunciar, sino construir alternativas posibles y luchar para tratar de mitigar esta brecha que se acrecienta sin solución de continuidad? Mientras sigo tomando mi mate, respondiendo mails y preparando actividades, me quedan dando vueltas en la cabeza estas preguntas.