La visibilidad cada vez mayor de las discusiones sobre género parece haber puesto en cuestión algunas ideas del psicoanálisis, lo que generó, en algunos casos, una relación tensa y áspera. Sin embargo, esas rispideces no suelen ser tanto responsabilidad del psicoanálisis como de epígonos e investigadores que parecen ser más afines a la glosa psicoanalítica que a la lectura profunda de las fuentes. En esta oportunidad, David Vargas, psicoanalista e investigador, nos presenta algunos puntos para tener en cuenta al momento de pensar estas tensiones entre los discursos de género y el psicoanálisis.
* * *
“Que nuestra gratitud para con nuestros maestros no nos prive de aceptar que no todo lo que nos enseñaron merece ser transmitido”
Donald Winnicott
Introducción
Desde los primeros días del descubrimiento freudiano, han sido varios los discursos que han realizado objeciones a sus formulaciones. Actualmente, y quizás más puesto en evidencia por la globalización e internet como medio masivo de información, los discursos de género representan uno de los mayores detractores al psicoanálisis. Frente a esto, han sido varias las respuestas que psicoanalistas han dado al respecto, desde el silencio, pasando por el desprecio y el llanto, hasta las más fervientes defensas cual cruzados, con el común denominador de considerar que dichas críticas son resultado de malas interpretaciones de los textos psicoanalíticos. Esta posición resulta más acorde a la de una capilla gótica que a la analítica: adentro, luz; afuera, oscuridad. Así, también, la respuesta es igualmente religiosa: “nosotros” sí entendemos de lo que hablamos, sólo “nosotros” entendemos el chiste. Estas respuestas, a veces apuntaladas en una supuesta defensa del psicoanálisis, resulta más benéfica para algunas morales rancias que para un genuino diálogo con otros discursos. Una vez más, somos los analistas quienes introducimos las resistencias.
El espíritu que anima este texto es tomar una postura efectivamente analítica: en vez de defender(nos), revisar nuestra posición al respecto. Así, dichos discursos, lejos de no ser dignos interlocutores, se tornan mensajeros de lo reprimido por el psicoanálisis mismo: la sexualidad como subversiva. Si, como afirmaba Lacan, el triunfo será el de la religión, ¿pretenderá entonces el psicoanálisis triunfar deviniendo religioso, es decir, dejando de ser un campo analítico?
No se trata entonces de ser políticamente correctos, o de seguir la ola para “ganar adeptos”: el psicoanálisis necesariamente tiene que encontrarse con resistencias –¿cuál fue la respuesta que recibió Freud y Breuer cuando comunicaron sus descubrimientos de Estudios sobre la histeria frente al discurso médico? ¿Cuál fue la reacción de cada uno frente a ello?– precisamente por la herida narcisista que produjo en la humanidad con lo inconsciente, pero podemos no sumar nuestra resistencia. No debemos seguir ignorando la insistencia de un mensaje que nos retorna sintomáticamente.
Algunas objeciones, algunas respuestas
Lejos de pretender agotar las objeciones y las respuestas hechas desde los discursos de género y los psicoanalistas, me interesa marcar cómo la dificultad radica en que se pretenda tener una respuesta inequívoca, carente del salto al vacío que toda interpretación implica. Iniciaré planteando tres objeciones hechas al psicoanálisis y luego tres respuestas que se han dado a dichas aseveraciones desde el campo analítico.
“Patologizante”: Esta crítica tiene varias aristas, pero tomaré una que, creo, es la más comúnmente reprochada al psicoanálisis. Consiste en el uso del diagnóstico como una suerte de estigma. Frente a esto, los analistas solemos decir que el diagnóstico es en transferencia, y que una de sus funciones es poder ubicar lo que para el paciente/padeciente es un síntoma, distinto a otras prácticas en donde se considera síntoma aquello que el profesional, con su saber, considera como tal. En la misma dirección, cuando pensamos nuestra práctica a partir de las tres estructuras freudianas –neurosis, psicosis y perversión–, señalamos con Lacan que son tres modos de normalidad. Con estas argumentaciones, creemos dar cuenta de lo injustificada de tal crítica.
Sin embargo, y como ejemplo paradigmático de contradicción, encontramos que también parece no ser necesario el diagnóstico en transferencia con lxs sujetos transexuales, y esto en total consonancia con explícitas referencias en la enseñanza de Lacan. Pero la cuestión no termina allí, sino que se llega al punto de desvalorizar un testimonio por el mero hecho de considerarse viniendo de un sujeto psicótico. Esta posición es francamente antianalítica. Un ejemplo al respecto consiste en las respuestas transfóbicas a Paul B. Preciado: no sólo desprestigiando sus dichos por ser considerado –en un claro ejemplo de psicoanálisis salvaje– como psicótico, sino que sólo una “verdadera mujer” –¿olvidaron que sólo Lacan habla de Medea como una verdadera mujer y no, precisamente, por ser de sexo femenino? – podría realizar ciertas aseveraciones que él hace.
Allí donde antes la homosexualidad estuvo para el psicoanálisis, parece haber advenir la transexualidad. Tenemos una larga y lamentable historia desde el psicoanálisis respecto a su posición a propósito de la homosexualidad. ¿No aprendimos nada al respecto?
Ni hablar de las objeciones de analistas respecto a las cirugías de reasignación de sexo. Con argumentaciones carentes de cualquier estudio al respecto –dentro del campo del psicoanálisis, por supuesto, ya que otros campos se han ocupado al respecto–, pero apuntalados en las mayores preocupaciones de desencadenamientos psicóticos. Por un lado, se ratifica lo que señalé previamente en la ecuación transexualidad=psicosis; y por otro, se desconoce que cada caso es singular, cosa que también solemos repetir cual mantra: lo que a tal sujeto puede atenuar su sufrimiento, a otro puede hacerlo insoportable.
“Heteronormativo”: Desconocer esta crítica es ignorar las dificultades que Freud nos transmite en su práctica, especialmente, en dos de sus historiales: El caso Dora y el de La joven homosexual. Que Freud haya pretendido que “el hombre es a la mujer como el hilo a la aguja” es no advertir su propio descubrimiento realizado en Tres ensayos de teoría sexual: que la relación entre la pulsión y el objeto es efecto de una soldadura, no una predestinación, de allí que la relación entre el hombre y la mujer sea un enigma. Igualmente, recordemos que algunos autores posteriores a Freud, consideraron que, dentro de los criterios para la terminación de un análisis, debía encontrarse una “heterosexualidad bien establecida”.
Si bien Lacan fue un fuerte crítico de tales criterios de finalización de un tratamiento, igualmente, encontramos, en un primer momento de su enseñanza, aseveraciones como la siguiente en su seminario La relación de objeto: “Si la teoría analítica asigna al Edipo una función normativizadora, recordemos que, como nos enseña nuestra experiencia, no basta con que conduzca al sujeto a una elección objetal, sino que además la elección debe ser heterosexual. Nuestra experiencia nos enseña también que no basta con ser heterosexual para serlo de acuerdo con las reglas, y hay toda clase de formas de heterosexualidad aparente. La relación francamente heterosexual puede encubrir en ocasiones una atipia posicional, que por ejemplo, la investigación analítica nos mostrará que se deriva de una posición francamente homosexualizada. Por lo tanto, no alcanza con que el sujeto alcance la heterosexualidad tras el Edipo, sino que el sujeto, niño o niña, ha de alcanzarla de forma que se sitúe correctamente con respecto a la función del padre. Éste es el centro de toda la problemática del Edipo”.
La objeción común es decir que en el seminario Aun –casi quince años después–, Lacan zanja tajantemente la relación entre hombre y mujer al plantearlo en términos de sexuación. Si bien es cierto, también es cierto que, en algunos pasajes del seminario en cuestión, reencontramos cierta ontologización del hombre y la mujer, por más que también señale que tanto “hombre” como “mujer” son significantes, lo que impediría definir qué es uno u otra.
Creo que la expresión más clara de esta objeción de heteronormatividad la encontramos respecto a las infancias trans. “¿Alguien quiere pensar en los niños?”, claman con preocupación algunxs colegas, como el personaje de Los Simpsons, al horrorizarse de que no haya un alineamiento entre sexo biológico, género, deseo y práctica sexual, lineamiento que no es más que ficción en la llamada “heterosexualidad”, así como en cualquier presentación de la sexualidad. Digo llamada, porque mientras en psicoanálisis pretendamos tener la respuesta sobre qué es un hombre, una mujer, y respondamos intuitivamente qué entendemos por homosexualidad, heterosexualidad, y demás presentaciones sexuales, entonces, no estaremos haciendo psicoanálisis, sino catecismo.
¿Por qué si no hay una relación natural y predestinada entre el cuerpo y el sujeto, si la anatomía no es el destino, entonces, por qué sólo parece general sorpresa cuando tal lineamiento no se produce? ¿Por qué, frente a tal lineamiento, no escuchamos expresiones como “hay que esperar”, o preguntas tales como “¿de dónde viene eso?”, o, directamente, recargando las viejas tintas, “es un fantasma materno”, cuando se trata de niñez trans? –
Se dice que Freud fue el primer autor queer al desligar la pulsión del objeto. Sin embargo, también tiene otras posiciones menos vanguardistas. Encontrar esta división entre los descubrimientos y sus criterios personales, tanto en Freud y como Lacan, creo que es más acorde a una perspectiva analítica de entender a ambos como sujetos, modo también de desidealizarlos.
Finalmente, y como ejemplo de la división previamente, mencionada, evoquemos aquel fragmento de la carta de Freud a la madre de un homosexual, en 1935, el cual suele ser usado como evidencia para desmentir tal acusación de heteronormatividad: “La homosexualidad no es, desde luego, una ventaja, pero tampoco es nada de lo que uno deba avergonzarse, un vicio o una degradación, ni puede clasificarse como una enfermedad; nosotros la consideramos como una variante de la función sexual, producto de una detención en el desarrollo sexual”, señalando más adelante, a propósito de algún tipo de tratamiento que “en cierto número de casos conseguimos desarrollar los marchitados gérmenes de heterosexualidad presentes siempre en todo homosexual, pero en la mayor parte de los casos eso ya no es posible” [las cursivas son mías]. Un paso para delante, dos pasos para atrás, estimado Sigmud.
“Falocéntrico”: Frente a esta crítica, la respuesta dada es que dichos discursos confunden el falo con el pene. Veamos, pues, qué encontramos en nuestra vereda.
Freud señaló que no hay representación inconsciente ni de la muerte ni del sexo femenino, de allí que tuviera lugar la primacía del falo, tanto en hombres como en mujeres. Uno de los puntos que han pretendido relativizar esta objeción, es recordar que, el falo –además de la ecuación simbólica niño=falo, entre otras, de modo tal que evidencia que el falo está en relación al pene pero no se restringe a él– es ubicado en el marco de la madre fálica, bajo la hipótesis de las teorías sexuales infantiles de que todo ser está provisto de pene. El problema, a mi entender, radica en que, pretendiendo resolver un asunto, se introduce un problema que parece ya zanjado: la distinción entre madre y función materna. Si decimos que el falo tiene su valor en tanto ausencia de pene, y esto en relación a la madre, entonces podemos justificar las voces que se levantaron en contra de la adopción por parejas homoparentales, ya que esto llevaría a que no se tuvieran referencias respecto a la diferencia de los sexos…y de los vaticinios Apocalípticos, que Dios nos ampare.
Si la confusión entre falo y pene fuese algo saldado en el psicoanálisis, parecería innecesario que Lacan, en 1971, manifestara que “haciendo hincapié en un órgano, el falo no designa de ningún modo el órgano llamado pene con su fisiología ni tampoco la función que efectivamente podría atribuírsele con alguna verosimilitud, la de la copulación”.
De hecho, un punto de inflexión en la obra lacaniana es a partir del seminario La angustia, en donde, con lo que llamó “su única invención”, el objeto a, dio cuenta de cómo el análisis freudiano encalla en el falo –protesta masculina en el hombre, envidia del pene en la mujer–, y propone este otro objeto para repensar ese final. Creo que esta indicación expresa claramente el estancamiento del psicoanálisis en la perspectiva falocéntrica al tener como piedra de base un sustento biológico.
Ahora bien, la lectura que algunos colegas hacen de las fórmulas de la sexuación en el seminario Aun no parece ser muy coherente con la distinción que dicen sostener entre falo y pene, cometiendo así el supuesto error atribuido a sus objetorxs. Hay que decir que el planteo de Lacan del goce fálico y el goce no-todo-fálico difícilmente permite desmentir el falocentrismo, pero esto es francamente redoblado cuando colegas restringen el goce fálico a los hombres, y el goce no-todo-fálico –también llamado “goce femenino” – a las mujeres. Lacan realiza afirmaciones que van expresamente en contra de tal formulación: hace mención a San Juan de la Cruz como místico, en relación al goce no-todo-fálico; a la histérica como inscripta en el campo del goce fálico, además de decir que cualquier ser-hablante puede inscribirse en un modo de goce u en otro.
“Leen poco y mal a Lacan”, “leen con transferencia negativa”: esta defensa, dada por algunos analistas respecto a las acusaciones antes mencionadas, podemos descomponerla en partes. Decir que “leen poco” nos puede recordar que en el seminario Las psicosis, Lacan se pregunta qué es leer, y recuerda, dentro de los tres ejemplos que da, que leer no es saberse de memoria ciertos textos. A mi criterio, creo que a Lacan se lo repite más de lo que se lee, aunque a veces, francamente, se cree suficiente con haber leído un par de seminarios y algún texto para, con eso, poder realizar una lectura analítica de la experiencia del análisis. Creo que más que un asunto de “leer poco / leer mucho”, la cuestión es qué interpretación hacemos de lo que leemos y cuál es el alcance moral, ético y político de dicha lectura.
Ahora bien, manifestar que “leen mal” es una afirmación que tiene una connotación fuertemente dogmática, dado que acarrea que habría una forma de leer, y que otras lecturas, estarían más o menos acertadas en la medida en que se acercan o no a esta forma única de lectura.
Respecto a leer con transferencia negativa, haría falta que los analistas, y en consonancia con lo que mencioné recién, leamos un poco más a nuestros maestros. La transferencia negativa, advierte Freud, lejos de ser un modo de transferencia poco lúcido, pasa en limpio lo que la sugestión ha erigido. Por su parte, Lacan, en el seminario Aun, también dirá que “de-suponer saber” es una forma lúcida de lectura. Quizás esto es lo que termina molestando a algunos colegas: que las nuevas generaciones no quieran recibir el psicoanálisis como el ceremonial de la comunión, sin objeciones ni cuestionamientos, tragando entero.
Igualmente, y no menos importante, parece un gesto de “bella indiferencia” extrañarse de tal transferencia negativa –si osamos reducirla a la vertiente imaginaria del odio–, al olvidar las diversas perspectivas retrógradas que el psicoanálisis ha tenido respecto a algunos logros alcanzados por la comunidad LGBTIQ+, como es la despatologización de la homosexualidad, el matrimonio de parejas homoparentales y la posibilidad de adopción por parte de las mismas.
“Lo real del sexo”: Una común defensa por parte de algunos analistas es afirmar que, en mayor o menor medida, los discursos de género no tienen en cuenta la dimensión real del sexo. En consonancia con el falocentrismo antes mencionado, se considera entonces como real la “diferencia sexual”, la presencia-ausencia del pene.
Lo que considero aquí un obstáculo es la lectura que se hace de lo real, dificultad que encuentra su justificación en la enseñanza de Lacan. En un primer tramo de su enseñanza, por ejemplo, encontramos cierta equivalencia entre “realidad” y “real”, lo que, posteriormente, desaparece. Igualmente, destaquemos que los problemas para definir lo real son coherentes con lo real mismo, dado que se presenta como aquello que resiste a lo simbólico, “lo que no cesa de no escribirse”. En este sentido, no parece muy “real” decir que lo real del sexo sea la diferencia sexual. Otra cuestión es cuando Lacan afirma “no hay proporción/relación sexual”, y ahí sí señala que nos encontramos con un real, en tanto es imposible escribir tal proporción. Es evidente entonces que no se trata de órganos, sino de sexuación y, como señalé previamente, la inscripción del lado “macho” de las fórmulas, no es privilegio de los seres parlantes con pene; ni el lado no-todo-fálico, de los seres parlantes carentes de pene.
Tengamos presente uno de los textos freudianos en los que suelen apuntalarse para justificar tal crítica a los discursos de género: “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”, de 1925. Allí, al final del texto, podemos leer: “Me inclino a conceder valor a las elucidaciones aquí presentadas acerca de las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, pero sé que esta apreciación sólo puede sustentarse si los descubrimientos hechos en apenas un puñado de casos se corroboran universalmente y demuestran ser típicos. De lo contrario no serían más que una contribución al conocimiento de los múltiples caminos que sigue el desarrollo de la vida sexual” (Las cursivas son mías). Más papistas que el Papa.
En consonancia con esto, también muestran una franca preocupación de cómo la ciencia estaría haciendo posible lo imposible: reproducción sin copulación –lo que ingenuamente lleva a algunxs a suponer allí un “deseo anónimo”, como si acaso hubiese hecho falta la inseminación in vitro para ello, o un encuentro sexual “a lo clásico” asegurara lo contrario. Quizás un poco de ciencia ficción –“la única ciencia verdadera”, Lacan dixit– aplacaría sus preocupaciones. ¿No ha sido la Iglesia la primera objetora a los avances de la ciencia?
En este sentido, creo que subestiman al ser hablante y al lenguaje…y a la neurosis. ¿Acaso una de las cosas que la tecnología pone en evidencia no es que, allí donde la neurosis se servía de las dificultades “reales” –lo real no es un concepto fijo, por el contrario, la línea de lo imposible siempre se va corriendo en la historia–, al hacerse posible, la neurosis se sigue inventando inhibiciones, síntomas y angustias para postergar el encuentro con la posibilidad de realizar algún deseo?
La defensa por lo real parece haberse convertido en una nueva excusa para volver a un lugar de donde la histeria le enseñó magistralmente al analista a salir: que el cuerpo es indiferente a la anatomía médica, que el cuerpo en cuestión es Otro.
“No hacen clínica”: Esta crítica se convierte en la última trinchera, el refugio donde los argumentos parecen flaquear. Es una razón, igualmente, pobre, dado que, por un lado, hace equivalente la experiencia del análisis con el momento de lo que Lacan llamó “clinicar”, y que justifica que el analista sea al menos dos, “el que produce efectos, y al que, a esos efectos, los teoriza”.
Más allá de esta aclaración, se puede estar toda una vida detrás de un diván u atender cualquier cantidad de pacientes y no transmitir ninguna formalización de la experiencia del análisis. O, también, se puede hacer la lectura más intuitiva –psicología de pasillo– con conceptos psicoanalíticos –los hombres esto, las mujeres aquello–. Si bien no hacen clínica, los textos que han leído lxs detractores del psicoanálisis son expresión de la lectura que un analista realizó. No se trata de establecer que “en el principio fue la experiencia”, ya que ni siquiera Freud llegó a decir que el psicoanálisis fue un invento ex nihilo. Entre “los conceptos me ayudan a pensar” y “la experiencia que siempre reverdece”, en ese ir y venir se encuentra la articulación que procura la ética analítica entre teoría y práctica. Igualmente, recordemos que varios de los conceptos y nociones de los que se sirvió Freud para leer la experiencia analítica fueron, precisamente, de otros discursos, aún de algunos de los que francamente renegó, como fue la Filosofía.
En última instancia: todo aquello que venga fuera de la parroquia, no parece digno de leerse. Volvemos, nuevamente, al psicoanálisis como religión.
Del psicoanálisis en la Universidad
Finalmente, quisiera destacar que, si bien es cierto que la sociedad Argentina tiene una gran pregnancia de psicoanálisis, la Universidad –especialmente la UBA– sigue siendo un espacio de encuentro para algunxs con el psicoanálisis, sea éste de la orientación que sea. Teniendo en cuenta las objeciones previamente mencionadas, y las respuestas dadas a éstas, ¿cómo seguir extrañados frente al desinterés, cuando no, fastidio que despierta el psicoanálisis en algunxs de lxs estudiantes? Creo que es ingenuo seguir creyendo que evitan las Cátedras con énfasis en Freud y en Lacan solamente por la dificultad que implica su lectura.
Lacan expresó que el psicoanálisis es en intensión y en extensión. Si bien es fundamental que los analistas interroguemos las enseñanzas de nuestros maestros al interior de la comunidad analítica, también no debemos olvidar que el discurso analítico tiene su participación en la polis, por lo que no le conviene la estrategia del avestruz. Seguramente resultará más provechoso tanto para sí como para otros discursos que pueda compartir no sólo aquello que le ha permitido perdurar hasta nuestros días, sino aquello que actualmente merece revisión y reformulación.
Por fortuna, la relación al saber y a la autoridad es distinta en nuestros días que en otras épocas, de allí que seamos interrogados, modo privilegiado para repreguntarnos y advertir, por lo menos, los prejuicios que nos habitan. Ya sabemos que los dinosaurios van a desaparecer, pero el problema es que, así como el superyó, varios de sus enunciados son re-producidos por las “nuevas generaciones”, actualizando algo que la historia del psicoanálisis nos enseña: los psicoanalistas hemos sido lobos para el psicoanálisis.
En resumidas cuentas: ¿es el psicoanálisis patologizante, falocéntrico, heteronormativo, etc.? No necesariamente, pero algunos analistas, lo son.