¿Qué pasa en la política? ¿Por qué un Milei? Siempre, en toda situación de miedo y de duda, existe la ancha salida de culpar al Otro. El que no mira al abismo nietzscheano, piensa que los monstruos nacen ex nihilo. Llegan, aparecen, crecen y se alimentan ¿de nada?. En esta oportundiad Emiliano Scaricaciottoli indaga entre los monstruos (y su ausencia), pero no como un vigilante del orden ni como un tímido ofendido por la presencia anómala, sino como otro monstruo. ¿Cómo se combate a un monstruo? ¿Quién está dispuesto a asumir las consecuencia de semejante movimiento?

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“Panic show” es una de las ofrendas musicales-líricas, para ser justos- más pobres de La Renga. No es la animalia freudiana, como sostenía Nicolás Rosa en 2006. Es, en todo caso, la bastardización fálica que necesita ese imaginario. El león, los dinosaurios, el oso, la parquización de la zoofobia. O peor aún, la miniaturización de la potencia animal. La transgresión es eso: hacerse de sí un otro ya creado, ya seteado. La verdadera ruptura del hilo de plata es el monstruo. Dice el doblemente censurado, Ricardio Iorio, que en este país hay dos cosas que están prohibidas: “…darse cuenta”, primeramente; y no querer matar al monstruo. Le dedicó-a la monstruosidad- dos canciones hermosas en Trillando la fina: “Muere monstruo muere” (oda al acampe rural de corte turístico, locus amoenus que extirpa la impureza del paisaje) y “Si me ves volver” (regreso del monstruo en su faz desreguladora pero con un letrero de advertencia). La monstruosidad es la única respuesta a la “amenaza securitaria” del “riesgo cero”, como plantea Badiou en Elogio del amor. Todo lo demás, es charlatanería. Es juego pequeño burgués del mundo normativizado en el régimen filo-moralizador. Es decir, del mundo que ha admitido que lo único que puede (en tanto potencia, voluntad de poder) es contenerse, controlarse, amenizarse en la transgresión. 

La respuesta de Milei al comunicado de La Renga es lapidaria. Contundente. Intachable. El problema del rock “…al costado del mundo” o “…al lado del camino” es su exceso. A eso, en términos no hegelianos, se lo llama: estesis. Te superó, querido. El exceso de la obra implica la dimensión real. Milei le está haciendo ganar guita a muchos: Paladini, la Fundación Libertad, Atlas Network, Direct TV, y siguen las firmas. Vaya exceso, pues, que el discurso parquizado teñido de autonomía del rock, sea abofeteado por el verdadero monstruo, por el mismísimo muñeco del bloque libertario. Ahora La Renga también está ganando mucha guita, no se preocupen. Milei lo hizo. Lo hizo de vuelta, lo hizo con la serpiente de Metallica en sus banderas, en el mes que celebramos un nuevo aniversario del …And justice for all. Qué belleza. Lunecer, bellecer, explicaba Borges. Así el excedido que se siente zarpado, amanece como hormiga, como larva, como “barro, tal vez”. La necesaria monstruosidad que requiere el presente del arco (miserable) de la política argentina atraviesa un fenómeno sorpresivo de altísima sensibilidad para subirse al tren fantasma: Milei habilita un debate que la izquierda pacata del FIT-U (siempre subida arriba del Pony, en su función ecuestre oportunista y cero programática) y la masonería albertista desconoce o se niega a aceptar: necesitamos, muchachos y muchachas, otro monstruo. 

En el abanico de la “derecha” no sólo están Milei y Cúneo, mora un crisol de arquetipos reproductores (el troll es una vieja herramienta, obsoleta: acá hay carne humana) de grupos de autodefensa, jóvenes enrolados en la propuesta de los monstruos, cuerpos marcados (en el tajo y en el tatuaje) dispuestos a darlo todo. La izquierda trotskysta y el kirchnerismo aburridos en su lecho de consignas para la ruina del triunfo (parlamentaristas de alto rango, profesionales de la moderación) no entienden el gesto. Aplican caracterizaciones muy equivocados: no son un clown, no salieron de un auto-sacramental, detrás de los monstruos está la objetivización malestarista del referente. Un ejército se forma, se disciplina, opera con puntillismo y sin fisuras (facciones, muchas; fisuras discursivas, ninguna) para reclutar un arsenal de lobos que, a diferencia de lo que plantea Myriam Bregman, no podrían ser sólo un fenómeno del AMBA. Lectura ingenua y tranquilizadora. Los dientes (de los lobos), “…esa espuma que contagia valor” (el cheguevariando de “El hombre de la estrella”, cuando La Renga confiaba en su inofensivo público, en 1998) ahora se traduce en salir de la tibieza. El arco moderado que Altamira le reclamó al FIT-U para corregir al “nene malo” que él engendró-Solano- y que mi íntimo amigo Guillermo Moreno predica desde que se quedó afuera de la discusión nacional para organizar al PJ, deambula en la “realeza securitaria” de su militancia pretérita. El presente, la coyuntura de anomia del progresismo (¿qué progresismo no sufre de anomia?) nos reclama-volviendo al mejor Nietzsche- comprender que para enfrentarse a monstruos, hay que convertirse en uno también. Dicho por el brahamanismo bonapartista, representado en una buena parte de la izquierda (trotska, stalina y popular: elija), Spinoza y Nietzsche son recién nacidos. Dicho por un hiperbóreo de cartón como Santiago Cúneo, por el abanderado papal de Moreno o por el inquisidor místico de Lucas Carena, bueno, ahí suenan las trompetas del fascismo new age. No hay nada más miserable que un zurdo corriendo en refugio de la policía. La pulga y el huésped. Allí radica el dilema del origen que se reedita en nuestros días, días de rabia guardada, intoxicada de tantos metales, plásticos y pantallas. El identikit tecnovivial reforzó las defensas del INADI: nunca ví a tantos compañeros y ex compañeros llamando al INADI. Asco. Resulta que la respuesta al monstruo vendrá de la mano de las formas jurídicas, de los aparatos de psicoregulación (la farmaco-política en su matriz discursiva tranquilizadora), el aparato represivo (¡que actúe!) y el sionismo organizado entre asuras (titanes) y devas (titanes de segundo orden, los imperfectos). El monstruo exotérico debe ser encapsulado. El monstruo esotérico, el que está más allá de lo humano, se traduciría como un fetiche, divertido, gracioso pero que, guarda, hay que denunciar. 

En este montaje no veo más que oxidados discursos canceladores (securitarios) para proteger lo conseguido. ¿Qué es o qué representaría “lo conseguido”? Lo negociado con las formas de vida. La monstruosidad que trabaja-como orcos debajo de Orthanc- suena a teatralidad inofensiva pero es una contundente respuesta a la bajeza del arco progresista. Desde que el “candidato es el Proyecto” hasta “la salida es la unidad (de la izquierda)”, el consignismo pierde la calle. Sólo le ha quedado un dedo puesto en cada tecla, un viejo rock que ya no escucha nadie. Los votos de La Renga, a nadie le importan. Sus comunicados, menos. Si no fueran tan tibios, quizás, sólo quizás, el tironeado “león” se escucharía en las calles, en las marchas, en los cortes. Aún, muy ocupada en su moral, el ala quimérica del Partido busca al neofascismo con envidia. ¿Dónde están los monstruos del Proyecto? ¿Mandando audios desde una embajada en Brasil? ¿Dónde están los monstruos de la izquierda revolucionaria? ¿En el “ecosocialismo” heredero de aquellas orgiásticas marchas con el campo por la 125? 

El abismo dentro del identikit de nuestra consciencia progre, popular y “de base” nos mira en la ausencia. El vacío encantador en el que mora la subestimación de la monstruosidad que se diseña día a día y cualitativamente en la movilizada juventud libertaria no tiene límites. Como tampoco lo tiene el termómetro que mide la correlación de fuerzas de tu presente. Hay un moderno Prometeo esperando en algún círculo de fastidiados que aún está protegido por el olvido y el buró de rentados.

La batalla del meme o del spot encubre la verdadera batalla, la que se debe dar a campo abierto. ¿Quién arrojará la primera piedra? ¿Quién hará sonar el clarín (sic)? Si diciembre de 2017 fue nuestro último bastión para rehabilitar el músculo fagocitado por el universo del “plan”, la ilusión de las economías populares y las apuestas al pentecostalismo (porque, como me dijo un gran amigo y maestro, es la base con la que se trabaja), habrá que seguir rememorándolo, añorándolo, quedándose petrificado en esa nostálgica imagen del mortero del tiempo. Del mortero que cortó el tiempo en mil pedazos. Ahí estaba nuestro monstruo.

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