¿Qué es ser solista? ¿Qué es lo que se pone en juego en ese contacto individual del artista con su instrumento? ¿Qué es lo que busca? ¿Qué es lo que se encuentra en ese proceso de individuación? Leonardo Sai, integrante del Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino, nos presenta un análisis de Portals, primer disco solista de Kirk Hammet, guitarrista de Metallica.
* * *
La voluntad de estilo es el trabajo de una marca propia, capaz de transformar la arbitrariedad de toda subjetividad auténtica, en una decisión estética que convoca al otro a lo mismo, esto es, a descubrir la materia de la cual estamos hechos subiéndola a escena. Si esto fuera, simplemente así, comprendido en su simpleza llana, bastaría con bajarnos los pantalones y arrojarnos, cual comediantes de stand up comedy, al correlato humorístico de la gastronomía de “burgas” y papas con cheddar; ese teatro que deshace teatro con flaccidez genital, carne flatulenta, y demás sutilezas del anecdotario menstrual, proctológico, veterinario. Marca, huella, ¿qué estoy diciendo? Digo que las trazas que nos dibujaron están veladas, por nosotros mismos, para nosotros mismos, y por eso nos ponen a trabajar. ¿En qué? En su enmascaramiento. Ese actor, incluso en pelotas, no se desnuda para ser vulnerable, sino todo lo contrario: disimula sus huellas en el escenario del cuerpo. La voluntad de estilo cuida la intimidad verdadera, la intimidad no cedida, no mostrada, no exhibida, como efecto significante, exuberante, de la voluntad de máscara. La voluntad de estilo tiene como destino el ser solista, es la fruta madura que nos regala la realización del grupo, la singularidad que cae de un árbol de esfuerzos compartidos. De aquí que el solista auténtico está al final, no al principio; no es un asunto cronológico, sino dialéctico: es solista quién retorna de la enajenación en el grupo hacia sus propias marcas, no para verse a sí mismo, sino para encontrarse más profundamente con sus compañeros de ruta. No se trata de la autoconciencia del solista respecto a lo que aportó, en su diferencia, con el grupo: se trata de aquello no podía sino acontecer en ese grupo (y no en otro) como destino. Un solista es, por lo tanto, identidad y devenir de la fuerza creativa; resultado, en un ser singular, de lo que el materialismo llama trabajo. Todo lo contrario, es el particular, vanidoso y ególatra, apresuradamente lanzado al grotesco de la mercancía; el solista está al final, y solo para recordarnos lo que ya estaba, en el inicio, en el carozo, hermético, de un grupo cualquiera. En “Portals” no escuchamos lo que Hammet aportó a Metallica. Justito lo contrario: todo lo que Metallica le aportó a Kirk. Para ser, finalmente, Mr. Hammet. No hay, en fin, voluntad de estilo sin el necesario rodeo de la enajenación del trabajo, aquél que, velando las marcas, permite exponerlas —ahora sí— como eminentemente sociales.
***
El asunto de este disco es el viaje, el viajar etéreo a través de los portales del sonido hacia las extrañezas de unas texturas que llaman al cine, a las imágenes de inmensidades subterráneas, subacuáticas, ktulianas. Pasajes espeluznantes, pero siempre melódicos, hasta dulces. Hay arreglos de cuerdas, épicos, pianos, toques flamencos, presencia del Sabbath Negro. Emerge, desde estas profundidades sonoras, piezas, objetos, que están presentes en la bestia Metallica, pero que aquí toman toda la escena, se autonomizan, como brazos o manos que cobran vida propia. Metallica ha transformado el mundo de las sinfónicas: ahora todas se cruzan con alguna banda de rock. Pero la sinfónica también ha trastocado la cabeza de sus integrantes. Este disco es prueba de ello, ahí está Edwin Outwater en “The incantation[1]” y “High Plains Drifter[2]”. Este cruce con las sinfónicas no vuelve al trash metal “progressive”, ni nada de eso. Se trata de un ensamble en aspectos de la intensidad, donde la identidad del sonido confluye en una experiencia que desborda los géneros, separándolos y poniéndolos en diálogo permanente. Ni uno ni otro son absorbidos, se nutren de sus diferencias.
Hammet no me aburre; Hammet no me abruma con una guitarra superdotada y erudita; Hammet puede ser lento, puede ser veloz, siempre intenso y profundo; su producción de sonidos no es mental, no es cerebral, aplica, sin duda alguna, sus esquemas, pero su guitarra se funda en una sensibilidad abierta, espontánea, disciplinada, afectiva, a veces infernal; otras va en dirección a eso que seguimos llamando “alma”… Hammet explora formas musicales, las renueva, las combina, las hunde en las raíces del trash metal, las separa, las vuelve unir… Elucubra un conjuro, para que los cuerpos reposen en alguna habitación solitaria, se dejen atrapar por la oscuridad, para que el encantamiento de la guitarra haga su trabajo, los portales de la intuición podrían así abrirse… largos y quietos instantes donde las cosas comienzan a borrarse ante la inundación de los recuerdos… ya todos los restos de luces se infiltran, como luciérnagas, se confunden con presentimientos… dicen que son las divinidades últimas que hospedamos, las que desde hace tiempo pugnan por resurgir.