Peces raros, la banda platense liderada por Lucio Consolo y Marco Viera, navega por el rock a través de texturas sonoras, tanto analógicas como digitales. Con cuatro discos en su haber, la banda ha realizado un recorrido desde las estructuras más tradicionales del género hasta las capas sintéticas de atmósfera tecno. En esta oportunidad Alan Ojeda, integrante del Seminario permanente de estudios sobre rock argentino contemporáneo (SPERAC) nos presenta una reseña-ensayo que recorre la experiencia sonora de la banda.

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La vida en el agua. Nada más. Pero hay una fauna extraña, peces rítmicos y escamas de neón: Peces raros. En la oscuridad de las profundidades abisales, fiesta de luces fugitivas, bioluminiscencia y alianza química, ritmo y presión. En el fondo, donde la luz apenas llega, aún hay vida. Imprecisos peces en la oscuridad componen sonidos extraños acompañados de un brillo tenue.  Más que ver, oyen: un movimiento, una carga eléctrica en la piel, un roce. Todo es vibración en el agua. Hay peces que también cantan: Peces raros.

Peces raros, no sirenas. Ya no hay nada que seducir “en los barcos heridos”, dicen. Urbanizados, sólo conocen las calles rotas de una Atlantis decadente. Son peces de ciudad, peces del éxtasis, del óxido, el litio y la cicuta. ¿Mutantes? Hijos de la alteración química y la acidificación. Al asomar la boca y despejar las branquias, lo primero que dicen es No, gracias (2014):

A mi me hablan de olvido

Yo digo: “No, gracias”

Las aves no sabían su camino cansadas

[…]

Me hablan de un desplazamiento

De hundirme en el tiempo.

Me hablan de vivir petrificado

De hundirme en el pasado.

Tu cárcel estaría sin personas sin nada

Entonces me ofrecieron el olvido

No gracias

Peces más melancólicos que nostálgicos. La profundidad -ese lugar-, el azul profundo casi negro -ese color-, el caldo primigenio que queda en el cuore -ese gérmen-, y un animal que emerge y no ve del sol sino un reflejo -la luna-. Ni negadores, ni fundadores, habitantes de un lugar indeterminado. Se agencian un pedazo de tierra por primera vez. Emergen como ahogados en un suelo endeble. Ahora todo es confusión, un movimiento perpetuo y la tensión eléctrica del choque con el otro:

Estalla tu pelo contra mi cara

a dos veinte

Baila el enterrador sudando oro

espásticamente

mientras me rayás

Como las anfetas no puedo parar

No me importa si está bien o mal

El cuarto es de un fucsia incandescente.

Peces devenidos ligeramente telúricos en un momento umbral, que bailan alterados por la nueva atmósfera. De la tierra solo queda la posibilidad de un ritmo, la solidez del golpe. Aún suenan cuerdas moribundas, percusiones antiguas. Se escuchan todavía los instrumentos de la última aldea, melodías en retroceso, crepusculares. Pero los Peces raros, seducidos por la química, con la piel eléctrica y abierta a la técnica, que sienten como vibración en el cuerpo, buscan algo más: la posibilidad de un estímulo nuevo.  “Ya nada es lo que es/ Quedan muy pocas pistas/ para entender lo que nos excita”, dicen y van en busca de un mundo nuevo y un cuerpo nuevo, con riesgos que en el agua desconocían.

Un territorio es un espacio codificado. Ensamblar, componer, circunscribir un paisaje en un mundo más áspero y más duro, pero imponiéndole la profundidad del cuore que reposa en el caldo primigenio, esa es la tarea. Hacerlo implica un doble movimiento, descubrir los vectores de lo que viene al mismo tiempo que se rescata y traslada la frecuencia previa, la que se arrastra con el cuerpo. Voz, ritmo y cuerpo se articulan sobre la superficie. Algo interior se externaliza y algo exterior deviene voz. Los Peces raros llegan a una tierra en retroceso: “Ciertamente fue algún tipo de romance que cayó/ Ciertamente fue algún tipo de romance que cayó/ Ciertamente fue algún tipo de romance que cayó/ Ciertamente fue algún tipo de romance que cayó”. Y el eco se repite, le da ritmo al paso. Peces que pasan del flujo acuático al flujo rítmico de la matrix tecno. Todo parece Parte de un Mal sueño (2016). Pero un agenciamiento correcto es una ruta veloz al futuro: “Allí donde está el dolor, está también lo que lo salva”. Profundizar, como todo pez abisal, incluso sobre la superficie. Profundizar para ver más allá: “¿Por qué será que somos tan distantes mi amor?/ Hoy te entregás a mundos de euro-visión/ Y todo lo que hacés lo vimos antes de llegar/La nueva ola, campeón, un comprimido neuro-ficcional”. Nadar en el ritmo, conocer el flujo, detectar donde coagula el sentido: “Las antenas hasta el fin/ Que bellos molinos con frecuencias llegando hasta mi/ Dulcinea mi perdón/ La escritura, el circo, las pastillas ¡Qué gran invención!”. El desengaño: ver el loop de la matrix. Aún peor: ver que algunos ponen en un repeat ad infinitum el soundtrack de un territorio que ya no existe:

Todo el mundo quiere

Amor

Otoño

Remedios

Alcohol

Programas de humor por la tarde

Primavera

Efectivo

Buenos tiempos de a dos

Un Cristo

Un Videla

Fabulaciones

Dolor

La idea

De que algo sigue

La máquina productora de lo nuevo, pero también de la más perfecta repetición. Los Peces raros se encuentran en un dilema. Pueden avanzar sin rumbo a través de estímulos ciegos que desconocen dirección o ser capturados por la comodidad de la máquina de ficciones:

Doy un giro, salto y vuelvo a caer

En los rayos de la ciencia ficción

Paroxismo y anestesia del sol

Con los ojos de un alcohólico más

Pensamientos que se enredan en mí

Que se tensan hasta que no das más

 

Del agua al tecnoceno. Del caldo primitivo a la experiencia de testimoniar el sustrato acumulado de una nueva era geológica. El desgarro del ser que no sabe dónde anclarse, si anclarse o correr. El cuerpo incómodo por la nueva experiencia pide Anestesia (2018). El plug sonoro se activa de forma definitiva, sin interferencia. Nace una nueva soonosfera electrónica de sonidos sintéticos, una síncopa que altera el paisaje: soundscape futurista, paisajes de ciencia ficción, luces de neón y destellos en la oscuridad.  Ahora, con los oídos y los ojos adaptados al nuevo mundo, perciben la soledad, comprenden haber llegado al lugar de donde todos se fueron. Los primeros después del final, los adanes del fin:

Y en tu corazón ya no es de noche

Nadie más espera por nosotros

Y en tu corazón una bandera

Nadie nos espera, nadie nos espera

Ahora avanzan por nuevos barrios desolados que sólo existen como memoria en ruinas: “Hoy llueve barrio adentro/ Como una pisada/ Las chapas no resisten ya/ ¿Y qué? ¿Qué podrías decirme/ si al bajar la marea ya no estoy ahí? / Y es que no estoy ahí”. No queda otra que fundar el pueblo que falta. Hace falta un nuevo génesis:

Nacimos de formas directas

Vos siempre me rompías de formas perfectas

Juramos, nos arrodillamos

Besábamos cianuro, juntábamos las manos

Y el sol ya se va a apagar

Es como una ilusión, es el día

Y el sol ya yacerá

Es como nuestro amor, nenúfares perfectos

Caímos, caímos del cielo

Bailamos un réquiem en paramos internos

Nacimos, nacimos de nuevo

Vos siempre te reías, océanos de tecno

Peces raros, la raza crepuscular de un sol que titila levemente y se quema con la lentitud de una respiración que reposa sobre el lecho final. Nacen y crecen en el veneno, transmutan en flor el agua cenagosa, bailan la canción de su muerte donde ya nada puede crecer. Peces raros, peces del páramo heredado. Los océanos tecnificados inundan el territorio: suena el mar donde no está. Bailan con el eco de lo profundo sobre la tierra arrasada. Es el eco de un “vendaval en las puertas del edén”.

Pero no es suficiente resistir. Se necesitan bases, un Dogma (2021). Nada de lo vivido fue en vano. Adaptación estratégica, ojos que ven en la oscuridad, oscuridad que ya es manto, luz tenue que es suficiente: “Mi amor, me pierdo, mi amor/Qué suerte la mía, qué suerte la mía/Dolor, todo ese dolor/La luna nos guía, la luna nos guía”. El ritmo es cada vez más fuerte y la voz más etérea. Agua en la tierra. El trabajo y los días, todo “sudor, cicuta y sudor”, porque el misterio de la memoria de las cosas no les fue revelado: “Sombras en el cielo, sombras en el cielo/ No son un secreto, no son un secreto/ Guardan un recuerdo, guardan un recuerdo/ No nos lo dijeron, no nos lo dijeron”.

Peces raros con los ojos enrojecidos y húmedos. Dijeron “No, gracias” al olvido, se conectaron a 220 a la matrix, bailaron en sus páramos internos y fundaron su mito. Ahora sólo queda una cosa. Habrá que escarbar, con una sensibilidad nueva, lo que queda en el fondo, con este nuevo cuerpo transformado e hiperestésico plagado de estímulos, de escamas eléctricas vibrantes, abrir la carne y consagrarla confiando en la respuesta que nos traerá: “Un amor, un amor/ La reliquia de la percepción”.

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