Recientemente Caja Negra lazó Raving, de McKenzie Wark, un nuevo libro de su colección Efectos Colaterales, donde la teoría atraviesa la barrera que la separa la ficción especulativa y la auto-ficción para poner en juego una nueva forma de narrar los imaginarios que habitamos en la actualidad y sus futuros próximos. Para esta oportunidad, con motivo de la publicación del libro, Alan Ojeda conversó con la autora y nos ofrece un panorama sobre la experiencia de pensar la rave.
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En 1871 un (muy) joven poeta escribe una carta: “El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen; si lo que trae de allá abajo tiene forma, él da forma; si es informe, lo que da es informe. Hallar una lengua”. Hallar una lengua es una de las tareas más difíciles, que no embarga sólo a poetas sino también a filósofxs y pensadores. Definir un concepto, que sea capaz de vibrar en otro y que logre captar una realidad dinámica es una tarea poética en la que su creador debe participar con la totalidad de su ser. Un claro ejemplo de esta tarea es Raving (Caja Negra, 2023) de McKenzie Wark.
¿Cómo hablar de la rave? ¿Cómo pensarla? ¿Cómo escribirla? Una de las respuestas posibles es Raving (Caja Negra, 2023) de McKenzie Wark, un libro de difícil clasificación, que construye sus propios conceptos sin la necesidad de recurrir a un afuera de la experiencia misma del cuerpo inmerso en la fiesta. “Hay mucho escrito sobre el raving que describen el fenómeno, y a veces muy bien, pero cuando se trata de conceptos, a menudo parece que al raving sólo se le pide que ilustre una idea de filosofía o política. Yo quería que los conceptos surgieran orgánicamente de la experiencia”, señala McKenzie. Algunas de estas dificultades se deben a las particularidades propias de la experiencia de la rave y la música electrónica. McKenzie aclara: “Me interesa el techno como categoría amplia. Gran parte de ella no tiene letra, ni mucha estructura de canción, y está hecha para ser experimentada bailándola. Así que el objeto sobre el que escribir no es tanto la música como la situación en la que la música es sólo una parte. No encaja tan bien con el modo de crítica de sillón”. Una primera persona recorre todo el libro. Esa voz narra, comenta, opina y reflexiona. Es esa voz diletante que despega en medio de la fiesta cuando el cuerpo se entrega, como si encontrara un cauce nuevo, una nueva forma de libertad mientras el baile acontece y la música penetra: “Apropiarse de un espacio. Apropiarse de las máquinas. Apropiarse de la química. Jugar desde dentro de los signos, la tecnología, la arquitectura. Al menos por un rato. Ya no hay afuera, pero tal vez podamos encontrar un mundo fractal interior. Esa sería una buena rave.” (Wark, 2023, p.12).
Para la autora, la rave favorece un tipo de actividad cognitiva particular: la disociación. Es en el estado disociativo producido entre la rave y la escritura que nace el libro. En Raving podemos leer: “Las personas trans no somos las únicas que disocian, pero solemos hacerlo bien. Somos una clase de persona que no necesita estar en su cuerpo o en el mundo. El cuerpo se siente errado. El mundo nos trata como si fuéramos un error. La disociación puede ser debilitante. Pero a veces no lo es. Solía escribir mucho en estados disociados. Luego de transicionar no podía escribir nada. Pero aún necesitaba disociar. Me sentía en mi cuerpo, pero el mundo seguía sintiéndose extraño. Entonces empecé a ir a raves. Y gracias a las raves, la escritura volvió a aparecer lentamente” (Wark, pp. 19-24). Aunque parezca contraintuitivo -los ravers podrán confirmarlo-, el sonido demoledor, los bajos taladrando el pecho, las vibraciones que parecen transformar el cuerpo en gelatina y el ritmo maquinal, en el contexto adecuado, son espacios óptimos para la introspección y análisis. Mientras el cuerpo piensa a su manera y se entrega al movimiento, la mente navega en la masa sonora. La música es un espacio otro doblemente habitado. En el caso particular de McKenzie, como señala en su libro, la tarea es simplemente habitar la disociación sino volverla capacitante. La forma de existencia queer se une al a contingencia raver: “En una buena rave, en una buena noche, ahí es donde puedo sentir que mi cuerpo no es una anomalía, o, más bien que no es la única anomalía. Es una distribución de anomalías sin norma, anómalas solo la una frente a la otra. Eso es lo que una buena rave hace posible. Aunque no debamos olvidar que tomamos esta configuración de posibilidades fugitivas de…la cultura negra” (Wark, p.33).
La rave redefine la lógica espacial de la tradición espectacular del rock. No hay un “frente-a”, sino “sumergidx-en” / “envueltx-por”. En un show estamos frente a un espectáculo, el publico dirige su mirada hacia el escenario. Mientras más cerca se esté, mejor. En cambio, la experiencia de la rave está dominada por el baile y la intensidad sonora. Y, como dijo Sloterdijk, es imposible estar en la esquina de lo audible. “La inversión de la jerarquía de los sentidos, confundiendo lo visual y potenciando lo sonoro y lo kinestésico, es la táctica para alterar la posibilidad de lo que los cuerpos pueden llegar a ser juntos. Cualquier sofisticación que tenga se la debemos a una larga historia de la cultura negra. El libro de DeForrest Brown Jr., Assembling a Black Counterculture, es esencial. Una historia muy detallada del techno como música negra”, señala McKenzie. En este sentido, la rave también se propone como algo “nuevo” que no responde a categorías tradicionales y cuya riqueza está en su autonomía. “No es política, no es guerra, no es religión, no es resistencia, no es goce, no es comunidad. Así es como no se ve lo que realmente hace. La rave no tiene por qué ser política, guerra o religión: es algo propio. ¿Por qué todo tiene que ser «política»? La cultura es una forma de poder. La estética es una forma de poder. La rave no necesita ninguna justificación externa”, concluye McKenzie Wark. La particularidad de la experiencia de la rave es tal que pareciera, en su intensidad, doblar el espacio-tiempo conectando eventos distantes dentro de una misma dimensión: el rave continuum. Como señala McKenzie Wark en su libro: “Toda buena rave que existió o existirá entra en contacto con el continuum, un tiempo que existe fuera de otros tiempos”. Todas las buenas fiestas son una sola fiesta. Más de un raver debe haber experimentado en el punto álgido de una fiesta la sensación de haberse perdido, de estar, por momentos, en un lugar en el que ya estuvo, en otro tiempo. Un nuevo mapa psíquico comienza a delinearse en el devenir rítmico, en la forma en la que la rave construye su propia historia, su propia temporalidad.
La existencia precaria de las raves, siempre al margen del mainstream y de la legalidad, son también caldo de cultivo para el desarrollo de otras formas de existencia, igual de frágiles. Tanto la rave como sus asistentes corren el riesgo de ser devorados. Con la omnipresencia del mercado y sus efectos en todo territorio a través de la gentrificación y la mercantilización de estilos, la rave se encuentra siempre en un estado de fragilidad constante. Todo surge en el underground y los márgenes, principalmente gracias a las innovaciones estéticas que introducen las disidencias. Antes del whitewashing de la música disco, con el italo-disco y artistas como Bee Gees, la escena estaba compuesta fundamentalmente por cultura afro, latina y gay. En esa comunidad se forjaron los primeros dj legendarios de la escena norteamericana y se fueron delineando los elementos constitutivos de la rave, que se volverían populares con su devenir masivo en los grandes clubes. Lo que alguna vez fue avant-garde es clasificado, adaptado y empaquetado por el mercado para su venta y distribución en el resto de la sociedad. Sobre esto, McKenzie señala: “Así es como funciona la mercantilización, y lo ha hecho durante mucho tiempo, al menos un siglo. Es un proceso de extracción de estilos. La mercantilización extrae en forma o estilo, donde el estilo es la repetición de algunos elementos reconocibles que, como grupo, pueden ser nombrados e identificados. Uno se vuelve un poco más intencionado a la hora de ocultar lo que no quiere que se extraiga”.
Raving expande el territorio literario y filosófico de la rave, permitiendo el desarrollo de una episteme propia. Así como Kodwo Eshun exploró las posibilidades de la lengua y sus texturas para dar cuenta de la potencia de las ficciones sónicas, McKenzie Wark le da una voz a la experiencia del cuerpo atravesado por la máquina sonora techno en el rave continuum.