Seis discos separan Jessico de Trinchera. Diferencia y repetición. «La pregunta» vino a revelar una nueva etapa, sintética tal vez, entre el hedonismo y el hartazgo. ¿Qué pasó con ese dandy carismático, irónico y desapegado? ¿Qué pasó para que diga: «No va a empezar la muerte hoy/ a llevarse a mis amigos/ no la voy a dejar, yo la voy a apalabrar/ tiene que peleármelo»? Hay peligro en el horizonte. El contexto reclama algo más que indiferencia porque amenaza incluso la cuerda floja sobre la que camina. ¿Frente a qué hay que resguardarse? ¿Por qué hacer una trinchera?
Deslizarse en la noche
Hay una noche que comienza en Jessico. Mejor dicho: comienza una voz que transita una noche nueva. Un «lado B» de la crisis, que es la canalización de la crisis por otros medios. Mientras el país explota, la voz de Dárgelos encuentra una entonación estable para su lírica, el registro ideal de lo que será después gran parte de su producción musical: el dandy. Lo corrosivo y áspero deja lugar, paulatinamente, para la lengua tersa y una esgrima verbal estilizada.
Un dandy que se construye, desde Jessico, en el conflicto entre el afuera y el adentro, entre la traición y la resistencia: «rey farsante/ diferente igual/ del suburbio que se escapa». Un «yo» en el umbral; en pocas palabras: un contemporáneo. Ni distancia absoluta ni seducción absoluta: una voz que coquetea con el deseo de su época. Sabe que nada de superficial hay en la superficie, sobre todo cuando es de placer.
El grano en la voz le da cuerpo a la letra y funciona como punctum en la escucha. Posición del cuerpo en la voz, cuerpo hecho a la medida del romance. El dandy se entrega a los últimos estertores de una causa perdida: «Vivo inmersa en un estilo ya sin vida/ yo pertenezco a cualquiera/ no a quien me pueda comprar». Nada de crème de la crème, espuma social. Irreverencia y supervivencia por igual. Autoconciencia de un agotamiento que solo puede ofrecer los restos de una actuación ya muy obvia. No hay nada que ocultar. Rey farsante devenido As de los bastardos. La traición ahora es regla. La economía libidinal invita al goce de la traición también al otro. Pero esa no es la novedad. Lo nuevo es que esa voz cante el cinismo con deseo y seducción. Elige, para eso, su traje favorito: el amor. Increíble tentación, pero nada espontáneo. Solo quedan personajes. Queda, quizá, como último rescoldo, la alienación máxima: el loco. ¿Pero es o se hace?
Hay una ¿progresión? entre Jessico y el siguiente disco. Intensificación como forma de caída. Se elige un camino: ser Infame. ¿Pero a través de qué actos se logra la infamia? ¿Qué peso tiene? El dandy insiste en su línea de desapego, distancia emocional, superficialidad y ausencia de compromiso. Esto permite, al mismo tiempo, profundizar el personaje, intensificar la performance. Como dice «Rubí»: «Mi traje favorito es el amor». El delito del dandy es el engaño en el amor, la ficción del amor, el desarrollo de le mot juste para la conquista. Criminal en el amor, cada crimen premeditado.
Criminal dandy
«Irresponsables» declara el peligro real del dandy: enamorarse. No puede confundirse pasión con amor: «Poco a poco/ fuimos volviéndonos locos/ y ese vapor de nuestro amor/ nos embriagó con su licor/ y culpa al carnaval interminable/ nos hizo confundir, irresponsables». Nuevamente, «increíble tentación es el amor», pero como un dealer, no puede comprar lo mismo que vende. Todo acercamiento romántico se hace con máximos recaudos: «Me le acerqué suspicaz/ y le tendí un anzuelo». Para el dandy, conquistar equivale a cazar. Seducción, conquista y abandono. Como piedra rebotando sobre agua tersa, en vuelo rasante: toca y se va. El placer es efímero; solo promete impacto y emoción del momento: «Oh! La alegría llegó/ La alegría llegó/ Y sé que no dura para siempre».
La temporalidad de lo vincular en el dandy es «el momento». «Estertor» ejemplifica esto en su estructura tripartita. Primero: la invitación: «Olvidemos todo de una vez/ así/ hagamos un trato que podamos sostener/ aquí/ al menos un rato». Nada de credulidad. El yo lírico propone algo cumplible, algo que, en oposición al amor, él es capaz de dar. Segundo: la intensidad desatada: «Acurruquémonos, mi amor/ todo estalla en derredor/ la miseria y su estertor nos mata/ acurruquémonos, mi amor/ fulminemos el rencor/ que sólo sobrevive del pasado». Intensidad del momento como refugio ante la destrucción. Último fuego antes de la caída final. Tercero: confirmación de la imposibilidad: «Y ahora fue todo reducido a cenizas/ no queda ni una sola pista/ de lo que fue/ no hay más». ¿Es el estertor la forma en que el dandy habita el amor? Amor como causa perdida.
«Putita» prolonga las tentaciones del dandy. La putita es su reflejo feminino: seduce, conquista, aplasta corazones. La descripción inicial no escatima en halagos: “Sin piedad dejas atrás/ Un séquito de vana idolatría/ Sos tan espectacular/ Que no podés ser mía nada más/ Tenés que ser de todos”. La admiración transforma a la putita en una imagen casi divina que supera incluso a la propia diosa del amor: “Derramas esa impresión de ser/ La acción que encarna la ternura/ A tu alrededor no hay humildad,/ La venus es caricatura”. La letra deja entrever una forma de trascendencia en lo efímero. La putita, como experiencia estética, como objeto de contemplación y deseo, somete hasta al dandy más avezado. La experiencia de su belleza y su seducción es tan desbordante que la captura es inútil. Nadie puede corresponder a ese exceso y preservarse. Sin embargo, no es el amor lo que lo captura sino la intensidad erótica de una diosa temperamental que lo tenga como súbdito.
Lo reprimido (el amor) aparece, cada tanto, como una ficción nostálgica. Como diría Serrat: “Tus recuerdos son cada día más dulces, el olvido sólo se llevó la mitad”. La intensidad del amor no es reemplazable, pero necesita de algo que el dandy es incapaz de dar. El compromiso emocional requiere vulnerabilidad y apertura al dolor, experiencias imposibles si se quiere sostener la frescura: “Es que me mata tu ausencia/ Y haberte querido tanto/ Porque el recuerdo no es real/ (No acepto más pasarla mal)/ Estemos juntos otra vez”. Estos momentos contrastan con canciones como “Suturno”, “Y qué” y “Sin mi diablo”, que alternan entre la sexualidad explícita, la provocación y la imposibilidad de mantener el personaje sin una ayuda ¿química?
La sensibilidad queda en el plano de la memoria, la confesión o lo íntimo, pero no es parte de la forma pública. Puede identificar perfectamente qué es y qué no es el amor (“Curtis”). Es por eso que el dandy sabe que “lo malo es mentir/ palabras de amor”. Es por eso que la propuesta, nuevamente, es clara. Sólo queda el trance, el momento, la intensidad fugaz como único punto de encuentro: “Acéptalo/ No estamos para el romance/ Entreguémonos al trance/ Que eso si es para los dos”.
Hacia el derrape
Anoche comienza con una declaración de principios: “Así se habla”. Sin embargo, nada de mensaje. Sólo un resto de negatividad. Tanto el “yo” como el “tú” están incómodos. Exige una explicación que no llega: educación cristiana, aversión social, condición racial, educación de privilegio o trabajar cabrón para ganar como un pendejo. Un resto. Pero esa voz rabiosa retrocede rápidamente. No hay que perder la línea, hay que ser “Carismático”. Vuelven los trajes, pero ahora son de payaso. La (di)simulación se intensifica con la máscara. Il pagliaccio triste: “Tengo que aprender a fingir más, y a no mostrar lo que siento/ Tengo que aprender a fingir más, y a pilotear lo que pienso”. La postura recrudece cuando el dandy reconoce nuevamente a su par. Nostalgia de otras épocas es la “Yegua”, forma gastada de la putita: “Tiempo atrás/ Lo salpicabas todo con tu encanto/ Te he visto reducir hombres al llanto/ Y a la fortuna despreciar”. El encanto se diluye, es poder mermado. La yegua es animal herido que se refugia en la multitud, como un flâneur que no se rescató a tiempo de la gira. El dandy se diferencia, se fue avivando, se vino sabio en boicotear. No hay lugar para el derroche emocional. La fragilidad no es una opción: “Y con el tiempo fui aprendiendo a ser robot/ Era programable en cuestiones del amor”. Administra el placer: “Algunas noches, soy fácil”.
Un desborde contenido es el dandy. Como en “Un flash”, aparece una nueva “Mirada speed”, pero que no busca el éxtasis sino que se oculta en la oscuridad. El dandy abraza la conspiración y el sigilo. El encuentro solo se abre frente a la posibilidad de lo íntimo, un entre-nos. El dandy narra su encuentro amoroso y fugaz, y transforma el acontecimiento en anécdota. Toda la escena está para justificar la ejecución de una frase. L’esprit de l’escalier, nunca. Todo va de acuerdo al plan. Cazador nocturno es el dandy.
¿Pero qué queda por decir? “Pobre duende”. El dandy deja caer un reproche y un gesto melancólico. Opone dos figuras poéticas de fuerte tradición. Cisne y duende se enfrentan. La artificiosidad modernista vs el juego telúrico, las fuerzas ctónicas y lo espontáneo: “como agitadores en un medio conservador,/ Muy desquiciados, bajaron mambo,/ Alto cope, estilo y provocación/ Y se marcharon sin decir nada”. ¿Pero sobre qué pulsión creadora se asienta? ¿Qué se puede decir si ya los demás no dicen nada y el cisne agarró al duende y se lo llevó lejos? Queda la consciencia de la distancia. Queda la poética de la pérdida. Queda la simulación de un estilo que parece espontáneo. Dandy: última conciencia de lo perdido y de la caída. Cantar cayendo y disfrutar el vértigo.
“Solita”, “Puesto” y “Falsario” siguen profundizando la apuesta por lo premeditado. Primero el yo lírico se dirige a su “presa”. El dandy es un cazador furtivo. Construye el juego para el máximo logro con el mínimo esfuerzo. Su encanto es centro gravitarorio y trabaja en la sombra como un stalker:
Sé tu nombre hasta cuando sueño
Sé que en ellos no sabes quien soy
Sé cuando, a que hora, donde y como te gusta
También se que la sorpresa es para vos
Tengo pensado no decirte nada
Mirarte, una sonrisa y esconderme
Hasta que vos solita te des cuenta que te gusto
Que estabas confundida en la pavada total
Que estas enamorada de un chico como yo (…)
En “Puesto”, el dandy es un artesano de la actuación. Construye la escenografía, la simulación de casualidad. Nada es azaroso. Cada detalle es parte de la performance, es actor, decorado y escenografía.
Es posible construir un puente entre el yo lírico de “Gratis”(Infame) y “El Colmo” (Anoche). Si “Gratis” es la declaración de un proyecto, de una experiencia y su legado (“Me estiré/ Para alcanzar/ Una porción de la locura/ Y así traer/ Lo a que a vos te es invisible/ Lo que nunca percibiste/ Lo que bajo tus narices nunca entenderías”), “El Colmo” es esa buscando su radicalidad, tanteando el límite: “Quiero tentar el abismo/ Y a la muerte estafar/ Volvamos a cero/ Borrémoslo todo/ Y festejemos si mañana/ Me despierto sobrio y feliz”. El personaje ya parece fusionado con el actor: “Por eso, canción, llévame lejos/ Donde nadie se acuerde de mí/ Quiero ser el murmullo de alguna ciudad/ Que no sepa quién soy”. Anonimato en la fama, despersonalización, triunfo de la superficie.
En Anoche, la poética del dandy colisiona con su resaca: memoria de los excesos nocturnos y su inevitable desmoronamiento. Todo el encanto se sostiene en el filo de la caída. Canta en el declive y disfruta del vértigo. El contexto, lejos de opacar al dandy, lo acompaña: una frivolidad permitida solo en relativa abundancia. Cabe preguntarse: ¿Qué propicia la subjetividad de un dandy? ¿Qué forma del discurso liberal encarna? ¿Es la ideología cínica del neoliberalismo?
El dandy, en su misión final, preserva el estilo incluso mientras derrapa, peinando su tupé en plena caída. Pero esto no es el final, su aventura sigue viva: aún queda Mucho.