¿Por qué cuando los asiáticos llevan al extremo una protesta eligen el auto-sacrificio a través del bonzo? ¿Por qué los que profesan la fe musulmana, dentro del imaginario social, eligen inmolarse con explosivos? Y, por último ¿Por qué los norteamericanos eligen realizar sus asesinatos con armas de fuego? Comprender la relación entre esa regularidad y la idiosincrasia de una cultura nos permite acceder a una posible respuesta.
* *
Pese al título este trabajo no habla ni de la cultura asiática ni de la árabe, sino de la norteamericana. ¿Y por qué nombrarlos en el título? Porque si pensamos en grandes formas de protesta en distintas culturas y cómo buscan solucionar conflictos, nos vienen a la mente imágenes como la del monje budista vietnamita Thich Quang Duc, que se inmoló quemándose a lo Bonzo en una concurrida zona de Vietnam para protestar contra las políticas de Vietnam del Sur. Durante el tiempo que ardió se mantuvo en posición de loto, inmóvil, sin mostrar señales de dolor o sufrimiento. Si bien el método parece haberse extendido a otros países, la capacidad de someterse a ese nivel de sufrimiento de manera estóica nos remite directamente a los monjes ardiendo. También nos viene a la mente la auto-inmolación explosiva de los extremistas árabes, que explotan frente a instituciones de poder, como sucede en varias regiones del medio oriente y África. Mientras el bonzo sólo pone en juego la vida del que lo realiza, la auto-inmolación explosiva busca afectar también a terceros. Ambos métodos parecen exponer un tipo de idiosincrasia sobre cómo actuar frente a la injusticia o los conflictos de poder, pero hay una tercera vía: generar daños a terceros preservando la vida propia. Este último modelo corresponde al de los mass-shootings de Estados Unidos. Es por esta razón que este texto va a intentar rastrear el génesis de ese fenómeno social norteamericano y la forma en la que la cultura de masas ha moldeado un imaginario donde pareciera que cada uno está sólo contra todos.
Happy shoot Mr. President
Hagamos un poco de historia. Cuatro presidentes norteamericanos fueron asesinados en pleno ejercicio de su mandato y otros nueve sobrevivieron a un atentado en su contra, en su mayoría con armas de fuego. El ultimo caso fue en 1981, cuando Ronald Reagan, a meses de haber ocupado su cargo recibe una bala que le perfora un pulmón. A Lincoln lo mata un simpatizante del sur en 1865, como consecuencia del lugar que había ocupado el presidente en la discusión por la abolición de la esclavitud en las tierras sureñas; a su sucesor, James Garlfield, lo asesina un abogado desempleado en 1881, luego de que el presidente no quiso darle un puesto de trabajo; a McKinley le dispara un anarquista en 1901, por considerarlo un enemigo de los trabajadores. Los casos posteriores, el de Kennedy sobre todo, son más oscuros. Estos antecedentes pueden sumar indicios para una reflexión más compleja que nos permita analizar el fenómeno de los asesinatos masivos con armas de fuego en EEUU.
¿Es la elección del método un simple resultado de la abundancia de armas y la laxa regulación que posee el país? Los estudios realizados en Estados Unidos y Europa señalan, principalmente, dos factores: 1- Componente racista de la sociedad 2- Problemas de salud mental y salud pública. Adam Lankford[1], sociólogo de la Universidad de Alabama, suma a esos elementos el “factor fama”, hipótesis para nada despreciable considerando la forma en la que la necesidad de éxito y reconocimiento se ha fusionado con la industria del espectáculo, sobre todo en Estados Unido, cuna del formato Reality. Sin embargo, hay otro factor, más íntimo quizá, que la discusión pública parece no tener en agenda, que tiene que ver con la forma en la que los individuos, dentro de una comunidad, deciden enfrentarse a un problema o deseo. Esa construcción de la consciencia cívica del ciudadano está construida, en gran parte, por un relato del orden de lo mitológico.
Una peli de tiros
En el caso de Argentina, por ejemplo, podemos encontrar dos textos que determinan gran parte del imaginario de nuestra nación: “El Matadero” de Echeverría y El gaucho Martín Fierro de Hernández. Si, como señalaba Borges glosando a Wilde, la vida imita al arte, podemos encontrar en estos dos textos el origen de la desconfianza del argentino por la autoridad, el poder, el Estado y sus vínculos con el populismo. Entonces ¿Cómo se construyó ese imaginario en Norteamérica? Si hay que buscar una producción norteamericana que haya marcado un hito sobre la representación de la relación entre el hombre y la ley es el Western. El western es la construcción del mito del avance de la “civilización” sobre el desierto. El desierto, entre cactus, indios y bolas de pasto rodantes, es el espacio donde le ley aun busca establecerse, donde el hombre es el lobo del hombre, pero un lobo con Smith & Wesson o Winchester. La ley se resume, entonces, en una cuestión de velocidad: ¿Quién es el pistolero más rápido del Oeste? Cada pequeño enclave posee su ley, es casi autónomo del Estado Central (que sólo es una fuerza más en el débil equilibrio de fuerzas) y parece constituido, más que por una comunidad, por una serie de individuos en un libre juego de fuerzas, a veces limitado (no siempre con éxito) por el alguacil del pueblo, cuyo poder para hacer cumplir la ley no es mayor que el de los demás para imponer la suya. Si bien podemos observar una evolución desde las películas de John Ford en los años 50 hasta el western crepuscular de Los imperdonables de Clint Eastwood en 1992 o las versiones modernas de violencia estetizada de Tarantino, en toda esa producción que implica más de medio siglo de cine podemos ver una regularidad: las instituciones del estado no son los agentes principales en la resolución de conflictos y la aplicación de la ley para asegurar el funcionamiento de la justicia. Cada película parece llevarnos por el camino de un individuo que busca ejercer su derecho a la justicia o, mejor dicho, su justicia. Es ahí donde el derecho se construye como algo individual antes que comunal. El individuo percibe que hay otra forma de vida que existe en posible detrimento de la suya, por lo que la coexistencia es imposible (“This town’s too small for the both of us”). Esa máxima parece haber terminado por cimentar, de alguna manera, las bases del federalismo norteamericano y el amor por la segunda enmienda[2], que es la que protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas, y que tiene su razón de ser específica en la época colonial, donde las armas eran necesarias para defenderse de los ingleses.
Podemos pensar entonces que la fe en el poder argumental de las armas de fuego en una reside en la concepción particular de libertades individuales norteamericana (libertades que pueden ser arrasadas si pertenecen a otro país cuya libertad puede perjudicarlos). Este tipo de subjetividad se ha construido a lo largo de los años a partir de una experiencia vital que va desde el desembarco del Queen Mary, pasando por el “American Dream” y el “self-made man”, y que la globalización, la inmigración, la cultura massmediática y las promesas insatisfechas del capitalismo han sacado a la luz de manera más clara. Esa estructura de sentimiento, como la llamaría Raymond Williams, se condensa en el concepto del Pioneer. ¿Qué implica esto? Si se puede encontrar una diferencia entre el desarrollo del capitalismo norteamericano y el europeo es que el primero, mientras promete respaldar las libertades individuales, confía en el proyecto cívico de sus ciudadanos que saben y entienden que todos deben realizar bien su trabajo para no perjudicar al otro y que son esos pequeños esfuerzos individuales y de respeto por el otro lo que construye la comunidad. En este contexto el Estado cumple un rol muy importante como regulador social. En el caso de los Estados unidos, el desarrollo del capitalismo norteamericano se produce de manera más anárquica, posicionando al Estado como el que debe salvaguardar, antes que nada, las libertades irrestrictas del proyecto individual sin entrometerse, sin imponer su fuerza por sobre las demás, por lo que la sociedad se presenta más como el resultado de la interacción de un libre juego de fuerzas, idea que termina por condensarse en la idea de “Oferta y Demanda” en el Mercado. Un ejemplo claro es la película de Far and away (“Un horizonte muy lejano” en español), protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman, donde ambos se ponen en la piel de irlandeses que llegan a la tierra de las oportunidades para hacer su proyecto de vida. En la escena final de la película se realiza una especie de competencia similar a “Los autos locos” (pero con caballos) donde la consiga es: el que clava la bandera en un terreno, se transforma en su dueño. La idea del Pioneer y su relación con “lo fundacional” y por lo tanto con la ley nos presenta un conflicto: el pionero es, al mismo tiempo, fundador (de una empresa, un terreno, una cultura) y creador de la ley. Se ha ganado sus derechos por sobre los demás a causa de su habilidad individual, de su velocidad, de su capacidad de trabajo. En consecuencia ¿Qué le debe él a la sociedad? Cada ser humano es un territorio defendido a punta de pistola. El otro no merece, en este caso, ninguna consideración especial. La idea de comunidad como un todo heterogéneo pero solidario no puede tener mucha importancia acá. Si la comunidad existe es, a lo sumo, la consecuencia inevitable de habitar un mismo territorio regido por un conjunto determinado de leyes, siempre en puja con el interés individual.
Es esta noción de libertad irrestricta y proyecto individual, unida a la idea de “Destino manifiesto” que ha gestado el pueblo norteamericano, lo que permite pensar también la libertad con la que parece posible avanzar sobre la vida de todos aquellos que puedan ser considerados “otros” y pongan en peligro, de la alguna manera (económicamente, ideológicamente o en sus creencias religiosas) los proyectos individuales. El norteamericano enfrentará a toda amenaza al “American way of life” con una buena reserva de balas. Concebir que uno posee o forma parte de un “destino manifiesto” implica, automáticamente, una dosis no menor de paranoia. Como señala Elias Canetti en su ensayo sobre Memorias de un enfermo de nervios de Daniel Paul Schreber, ex presidente del senado de Dresde: “[…] la paranoia es, en el sentido literal de la palabra, una enfermedad del poder” ¿Por qué es una enfermedad del poder? El poder tiene enemigos que quieren desestabilizar y frustrar los planes, que también quieren acceder a esa posición privilegiada. En consecuencia, el que ejerce el poder debe crear una serie de estructuras y laberintos mentales que le permitan detectar la amenaza. La paranoia es como un muro defensivo frente a las amenazas posibles (existentes o no). Afirmar que se posee un destino nos posiciona de manera trágica ante la vida, transformando cada lucha en un “mal necesario” que se debe superar, porque el paranóico siempre tendrá razón. En la tragedia hay enemigos, y esos enemigos nos ponen a prueba para demostrar cuan fuerte es nuestro destino, para reafirmarlo. Esto nos presenta el siguiente dilema: mientras más se insista en despojar al ciudadano norteamericano en resignar sus armas –así sea para salvar la vida de otros- más encarnizada será la lucha por mantenerlas, porque vivirá ese cambio social como una amenaza directa a los valores individuales que son el fundamento de la nación. Así de arraigada está la cultura de las armas en la subjetividad norteamericana. Desde su lucha contra los ingleses hasta el presente, las armas son sinónimo de la determinación del pueblo norteamericano de defenderse contra todo lo que sea “otro”, imaginario o real.
La hermenéutica del disparo
CNN en español publicó a fines del año pasado una nota titulada “¿Por qué Estados Unidos lidera en el mundo en cuanto a tiroteos masivos?”[3]. De este artículo podríamos destacar dos citas. La primera: “Muchos de los pistoleros en Estados Unidos son enfermos mentales, de acuerdo con los datos, pero otros estudios han demostrado que el número estimado de casos de enfermedad mental no ha aumentado significativamente, mientras que el número de tiroteos masivos si lo ha hecho”. Este pequeño dilema que presenta la CNN expone, rápidamente, el problema de transformar a los tiroteos masivos en una consecuencia de la proliferación de gente con desordenes mentales. Ya es parte del acervo humorístico norteamericano el chiste sobre esa discriminación entre “terrorista” y “enfermo mental” dependiendo del color de piel. Fuera de eso, al igual que sucede con el famoso “Síndrome de déficit de atención” o la proliferación de enfermedades psiquiátricas medicalizadas en los jóvenes, la adscripción directa de un acto “fuera de la ley” en el ámbito psiquiátrico ha sido, desde antaño (como no se ha cansado de demostrarlo Foucault[4]) la primer estrategia para no hacerse cargo de las verdaderas razones sociales que generaron esas subjetividades. Sucede exactamente lo mismo que señala el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en relación a los efectos en la salud y el estado de ánimo que generó y genera esta nueva etapa del capitalismo free-lance. La segunda cita ayudará a complementar esta reflexión: “Los incidentes se triplicaron del 2011 al 2014, según un nuevo análisis realizado por la Escuela de Salud Pública de Harvard y la Universidad del Noreste. La investigación de Harvard mostró que en ese período los ataques públicos ocurrieron cada 64 días en promedio. Durante los 29 años anteriores, estos ocurrieron cada 200 días, en promedio. En contraste, la tasa mundial de homicidios de Estados Unidos y la tasa de violencia armada se ha reducido significativamente en las últimas dos décadas”. No solo nos enteramos que no aumentó la cantidad de “looneys” no aumentó de manera directamente proporcional a los tiroteos, sino que además, si extendemos ese número hasta el 2018, sólo en los últimos 7 años la cantidad de casos se triplicó. Eso es un dato fáctico pero lo importante son las interpretaciones. Para todo eso hay que hacer la pregunta filosófica por excelencia ¿Por qué? Si no aumentó el número de “looneys” ¿Por qué desde 1966 los tiroteos vienen in crescendo y se han triplicado en los últimos 7 años? Si los responsables no padecen ninguna enfermedad psiquiátrica, esto implica que hay una razón que podríamos llamar “lógica” o que atiende a una forma “lógica” de la estructura de razonamiento norteamericana. ¿Habrá pasado algo especial en esos años? ¿Habrá sido algo cultivado desde años anteriores? ¿Habrá influido la presidencia de Obama? ¿Qué cambios sociales se produjeron entre esos años? ¿Habrá afectado la crisis del 2008? ¿Qué relación hay entre el proceso de globalización cada vez más acelerado y los tiroteos? ¿Habrá una relación entre estas cifras y la victoria de Trump? Las preguntas son muchas pero hay una que vale la pena agregar: habiendo hecho este recorrido por algunos aspectos de la idiosincrasia norteamericana ¿El control de armas funcionaría como funcionó en todos los países donde se aplicó? ¿Será el pueblo norteamericano extremadamente consciente de que esto excede a una política de corto plazo como podría ser la simple aplicación de una ley?
Para pensar la carga individualista de la portación de armas podemos ejemplificar con una nota que publicó El País de España hacia fines del 2017, luego de la masacre de Las Vegas, titulada: “Más de 33.000 muertos al año por armas de fuego en EE UU”. En la nota se lee algo que podría categorizarse (no sin ironía) como un Fun-fact: “Algunos confiaron en haber llegado a un punto de inflexión el pasado junio cuando un hombre abrió fuego contra varios congresistas a las afueras de Washington, hiriendo gravemente a uno de ellos. Pero el principal efecto que ha tenido es que varios legisladores republicanos hayan propuesto que ellos mismos puedan ir armados. Es decir, que haya más armas y no menos”. Es decir, aquellos que son los legisladores de la nación confían más en su habilidad de disparo que en la posibilidad de ser defendidos por una política estatal estricta.
Para el Washinton Post la decisión de matar con armas de fuego es puramente pragmática: “El lugar cambia, el número cambia, pero la elección de las armas de fuego se mantiene igual.En los Estados Unidos, la gente que quiere matar a muchas personas usualmente lo hace con armas de fuego». Frente a la idea de usar explosivos, muy común en el fundamentalismo islámico, el norteamericano prefiere preservarse detrás de una mira. El arma de fuego es más selectiva en su accionar. A diferencia de los explosivos que pueden acabar con la vida de su usuario (aun no habiéndose inmolado), el arma de fuego solo ofrece el efecto de retroceso o patada, dependiendo del calibre del arma usada.
Regulando la mira
Dicho todo esto ¿Es posible pensar un cambio en la política de armas de Estados Unidos? ¿Ignoran las causas más profundas o sólo aceptan resignadamente que lo máximo que podrían lograr ejecutar es el parche de la regulación? ¿Cambiar la política de armas implica un conflicto directo con la idiosincrasia norteamericana? Lo que podemos afirmar es que, a diferencia de otras culturas, muchos estadounidenses parecen encontrar en las balas una especie de herramienta argumental, directa y mortífera. Este argumento aumenta su efectividad si, como sucede usualmente en los Estados Unidos, las penas para los blancos son menores que para los negros. Sobran los casos en los cuales, por un mismo crimen se aplican penas disímiles[5][6], aplicando, obviamente, las mayores penas a la gente de color, es decir toda la escala cromática que incluye desde la comunidad latina hasta la afro. Esta selectividad parece amplificar la idea de “la eliminación del otro” o “la peligrosidad del otro” que se apoya, principalmente, en una idea: “Yo tengo el derecho a la violencia, vos no”. El Estado, lejos de intervenir en la asimetría ante la ley, mantiene ese status-quo, discriminando en tipos de violencia legítima e ilegítima dentro de la sociedad, señalando una como delictiva y salvaguardando a otra bajo la figura legal de “looney”, dejando de lado cualquier tipo de cuestionamiento sobre el origen social del conflicto.
Dicho todo esto ¿existe alguna posibilidad de intervenir en este problema o no encontramos ante un camino sin salida, donde la propia cultura nortamericana se negará siempre a asumir una cultura crítica frente a las bases que fundan la nación?
[1] https://edition.cnn.com/2015/08/27/health/u-s-most-mass-shootings/index.html
[2] La Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América (o Enmienda II) protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. Es parte de la llamada Bill of Rights o Carta de Derechos estadounidense. La Corte Suprema de los Estados Unidos ha aclarado en numerosas ocasiones el texto constitucional: ha afirmado que el derecho a portar armas es un derecho individual que tienen todos los estadounidenses, pero también ha declarado que el derecho no es ilimitado y que no prohíbe la regulación de la producción y compra las armas de fuego o de dispositivos similares. La Segunda Enmienda establece que ni el gobierno federal de los Estados Unidos ni los gobiernos estatales y locales pueden infringir el derecho a portar armas.
[3] http://cnnespanol.cnn.com/2017/10/02/por-que-estados-unidos-lidera-en-el-mundo-en-cuanto-a-tiroteos-masivos/
[4] Para indagar más léase Los anormales de Michael Foucault.
[5]“Desde 1976, cuando se reinstauró la pena de muerte, en todo Estados Unidos se le ha aplicado la pena de muerte a 20 blancos por matar a negros y a 288 negros por matar a blancos” http://www.eldesconcierto.cl/2017/08/25/pena-de-muerte-en-ee-uu-por-primera-vez-ejecutan-a-un-blanco-por-asesinar-a-un-afroamericano/
[6] https://elpais.com/internacional/2014/04/18/actualidad/1397840385_149332.html