Hace algunos años comenzó a escucharse la etiqueta «stand-up villero». Ahora ¿Qué quiere decir? ¿Es un lugar de enunciación, es un tema de tópicos o que? Quizá el punto más importante en esta discusión sea cómo esa etiqueta puede articularse a una práctica política, social y cultural en el barrio, donde «villero» ya no sea un adjetivo peyorativo sino el sinónimo de una voz con consciencia. Para esta oportunidad, Alan Ojeda entrevistó a Damian Quilici, humorista argentino de la localidad de Pacheco y uno de los exponentes del género.

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– El stand up aumentó en popularidad en los últimos años, desde los shows hasta los talleres ¿A qué crees que se debe?

– Se debe a que los tiempos van cambiando. Hace 10 años venía en decadencia el humor. El stand up llegó para darle una lavada de cara. No requiere mucha inversión ni logística, apenas un micrófono y un mínimo de público asistente. Es rentable por donde se lo mire. En cuanto a los talleres es como todo, está lleno de chantas que no saben escribir un chiste y quieren enseñarles a otros. También es cierto que se amplió el público, antes era exclusivo entretenimiento de la clase media consumista y ahora llegó a las clases populares, gracias a la difusión en los canales de aire y cable. Instagram también aportó lo suyo. A mi en particular me re cabe hacer humor para la gente del barrio, personas que no tienen de que reírse y que la pasan mal. Creo que eso es lo que me mantiene en ambiente.

– Los norteamericanos parecen tener una larga tradición de humor político y muy ácido: Bill Hicks, Dave Chappelle, George Carlin, Louis C.K y Doug Stanhope (por nombrar algunos). ¿En qué medida ha influenciado la tradición norteamericana al stand up argentino?

– Acá todavía es joven el género. Se siguen haciendo chistes de ascensores, de suegras, de pedos o de comprar en el Dia%. Estamos a años luz. Somos pocos los que vemos al stand up como herramienta para visibilizar y denunciar con humor. Y hay público para todo, el snobismo porteño te habilita una bocha, es el que consume series yankees, tipo Seinfeid. También los comediantes progres tienen un material con ese estilo. Para mi acá es hacer stand up en bares del conurbano, con público genuino. Como en los años 60 en los clubes de comedia de Estados Unidos. Muchos borrachos, y si no hacés reír te bajan del escenario. Una vez en un ciclo que producia en un bar de Pacheco, uno del público al que el comediante lo agarró de punto en el show, sacó un arma y le puso los puntos delante de todo. Igualito a los yankees!

– ¿Cuáles son los humoristas que tenés como referentes y cuáles son los artista locales que crees que están haciendo un trabajo particularmente bueno en la linea del humor más político?

– Me gustan mucho Juan Barraza, Federico Simonetti, Pablo Picotto, Luciana Faitsman, Vero Lorca, Guillermo Selci, los tengo allá arriba, más allá de haber compartido escenario con todos ellos, me hacen reír y pensar mucho. Son comediantes con sensibilidad social. Y acá hay banda que están haciendo un laburo increíble, Flor Di Felice, La Gallega Stand up,  Seba Ruiz, Gustavo Berger, El Flaco Legal, Joe Lopez, humoristas con conciencia social y que merecen ser reconocidos.

– ¿Cómo se lleva el stand up actual con el humor político? 

– Me llevo genial. Si bien no es mi estilo trato de marcar siempre de qué lado estoy. Para los troskos soy K y para los K soy trosko. Hay como diferencias igual en el ambiente, mucho comediante de derecha pegándole a los de abajo. Hay hasta un gendarme que hace stand up, no querrás escuchar su monólogo. Y con el feminismo pasa lo mismo, ambos bandos. Yo pienso que digas lo que digas, la ideología se nota en los primeros minutos. Hoy en día todo es político. Suelen llamarme mucho de unidades básicas del PJ, se pone lindo. Salvo en algunos donde no entendían el tipo de humor y se han levantado de sus mesas.

– El humor tiene un gran poder para desestabilizar la autoridad, razón por la que goza de un potencial político muy fuerte. Sin embargo, esa rama del humor no parece ser muy popular en el circuito argentino hoy en día ¿a qué se debe?

– Nadie se compromete. Me incluyo a veces con tal de quedar bien con todos o que te tengan en cuenta para algunos festivales, nos hacemos los boludos. No caemos en el arma que tenemos, que es nuestra voz para comunicar. Yo trato siempre de levantar la voz de los que no tienen voz. Porque yo también viví situaciones como todos, el prejuicio, el clasismo, y nada más lindo que derribarlos con humor y estilo. Hoy en día estoy muy comprometido con muchas causas. Y espero seguir por este camino.

– Como fue tu experiencia en el stand up desde tus comienzos hasta ahora ¿Cómo se fue modificando el tipo de humor que hacés?

– Al principio uno más del montón. Después de actuar en la villa 31 y en otros espacios culturales fui modificando el tipo de humor. Y con ello la denuncia. Antes solo hacia humor con gaseosas segunda marca y de como hablaban los pibes en el barrio. Me fui deconstruyendo digamos, pasé del chiste fácil al razonamiento. Hoy es más importante decir lo que pienso que el chiste en si. Entre lineas siempre estoy atacando a alguien. Antes era muy tibio, me daba miedo que no me llamen de tal lado o el qué dirán los productores. Con la autogestión me saqué toda esa presión-

– ¿Cómo es el trabajo de autogestión para los shows de stand up? ¿Cómo arrancó la necesidad de dedicarte de lleno a esto?

– Yo laburaba 12 horas por día en Pepsico y cobraba no más de cuatro mil pesos por mes en el 2011/2012. En ese tiempo arranqué con el stand up y generaba un poco más haciendo lo que me gustaba. Tiempo después supe que podía producirme yo solo y ahí arranqué. Dejé mi laburo en la multinacional y me dediqué de lleno. Si bien a veces me cuesta un poco más, me siento libre y yo soy mi propio medio de producción.

– Siempre que te nombran, tu nombre viene acompañado de la aclaración “stand-up villero” ¿Cómo te sentís con ese rótulo? ¿La gente acepta “lo villero” sólo como algo de lo que se puede reír?

– No me molesta. A los demás comediantes puede ser. Es un subgenero. Y la gente lo acepta pero porque la palabra villero viene acompañada de stand up. Porque según ellos hay villeros malos y villeros buenos. Villero bueno el comediante, poeta, la garganta poderosa, villero malo el que toma terrenos, roba celulares o sale en los programas de Ciccioli. También es un poco sacarme el estigma y hacerle saber a la sociedad que en las villas hay arte, mucho. Solo hay que tener las herramientas para influir en los pibes. Mucha poesía, mucho rap, tenemos de todo. Y lo mio es mostrarlo en donde sea. Lo de grabar en Comedy Central fue la venganza de todos. Los que no pudieron llegar y aún así lo siguen intentando.

– Dijiste que el barrio estaba lleno de arte. ¿Qué otros proyecto hay circulando de los que deberíamos enterarnos?

– En mi barrio por ejemplo, comparto calle con Malajunta, hoy en día popular en las redes con su trap barrial sin autotune. Pero también hay poesía, Juan Coronel, Florencia Piedrabuena, por decirte algunos nombres. La idea es armar un frente artístico barrial y que la gente se vaya sumando. Es un proyecto a corto plazo para este año.

– El año pasado el stand up Nanette de Hannah Gadsby estuvo en boca de todos. Frente a la queja continua de muchos humoristas sobre la corrección política y los límites del humor, Hannah se plantó negando cualquier posibilidad de chistes que se burlen de cualquier tipo de minoría. ¿Cómo te plantás vos frente a esto que denominan “stand-up villero”? ¿Es posible hacer humor desde ese lugar sin transformarse en objeto de burla de la clase media?

– Acá es común burlarse de las minorias. Hay comediantes que le sacás esos chistes y se les acaba la carrera. Yo por suerte tengo en claro adonde apunto con mi comedia. Ya no somos lo bizarro que alimenta el morbo. Y la clase media está más cerca de la villa que de Puerto Madero. Aparte ahora con esto de la expropiación cultural de los íconos marginales, pasamos un poco a ser vanguardia. En Palermo tienen todos los berretines y frases que se estampan en remeras. Así como la cumbia villera hizo lo suyo en el 2001, ahora es tiempo de revolucionar con el humor.

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