En un principio era un virus respiratorio. Los primeros síntomas que se registraron indicaban eso. Poco a poco en las redes empezaron a aparecer otras preguntas: «¿Saben si el Covid genera pérdida de olfato? ¿Y perdida de gusto?». Más tarde, otras personas empezaron a reportar otros síntomas que nada tenían que ver con una inflamación respiratoria. Sorpresa y paranoia se manifestaron por igual. En esta oportunidad, Mariana Bendersky, docente, doctora, investigadora especializada en neurología y coordinadora del Registro Argentino de manifestaciones neurológicas de COVID-19, nos presenta el estado actual de la investigación sobre los efectos neurológicos de este virus que aún no terminamos de conocer.

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En junio de 2021, M.B., 30 años,  sana, tuvo una forma leve de COVID. Perdió transitoriamente el olfato y el gusto y tuvo algo de dolor de cabeza. Esperaba recuperarse y volver a su activa vida previa: dos hijos chiquitos, es escritora, traductora y poeta, con un doctorado en Letras en curso. Pero semanas más tarde notó que le costaba concentrarse o escribir, como si su mente se encontrase dentro de una nube.  En sus propias palabras: “Noto que la falta de memoria temporal me pasa por dispersión más que por olvido, como si de repente múltiples ideas diversas aparecieran  a la vez y me motivaran a  actuar, pero al intentar ejecutarlas van quedando todas por la mitad por sucesivos olvidos pequeños que entorpecen la concreción. Siento que hay algo vinculado al pensamiento-ejecución de acción que entra en corto.” Estos síntomas persistieron durante 6 meses. Su estrategia para recuperarse fue escribir. Si no recordaba una palabra entonces realizaba asociaciones hasta llegar a la definición por caminos mentales alternativos. Su compañero,  tras haber atravesado el COVID, quedó con alteraciones en el olfato. Si la comida se está quemando en la hornalla, él siente olor a membrillo.

A otra joven mujer, FG, de 18 años, le encantaba la comida gourmet que le preparaba su mamá. La comida no tenía sentido para ella sin cebollas, ajos, morrones, o una buena dosis de pimienta. Se enfermó de COVID en la primera ola, con síntomas similares a los de MB al inicio. Se recuperó casi totalmente, aunque a más de un año del alta aun no recupero el sentido del gusto. Aquellas cosas que tanto le gustaban hoy tienen otro sabor para ella, como desinfectante, y ya no las puede tolerar. 

En febrero de 2021, MT, un profesor de secundaria con sobrepeso pero por lo demás sano, de 40 años,  fue llevado por su hermano a una guardia por agitación y convulsiones. Días antes había tenido fiebre y dolor de garganta, pero lo interpretaron como una angina. En la internación constataron que en realidad era COVID y que su nivel de oxígeno en sangre estaba bajísimo al ingresar. Afortunadamente, pese a haber tenido una forma severa y a haber pasado varios días en asistencia respiratoria mecánica, se recuperó sin ninguna secuela. 

Estos tres casos (reales) son solo un ejemplo de las consultas por manifestaciones neurológicas de COVID, que comenzaron desde el inicio de la pandemia y son cada vez más frecuentes. Si bien al principio se pensaba que era una enfermedad fundamentalmente respiratoria, pronto comenzaron a aparecer reportes desde diferentes partes del mundo acerca de síntomas neurológicos y ya nadie duda de su existencia. Muchos países, incluyéndonos, registraron sistemáticamente estas manifestaciones, presentes en aproximadamente la mitad de los casos, que en la escala de la pandemia actual implica una gran cantidad de personas.  Todos concluyeron que COVID-19 puede producir dos tipos de síntomas neurológicos: algunos potencialmente incapacitantes o mortales como el síndrome de Guillain Barré (una polineuropatía desmielinizante aguda, que paraliza los miembros de manera ascendente y puede producir compromiso respiratorio o cardiovascular), las complicaciones cerebrovasculares o la encefalitis. Otros, menos devastadores pero muchísimo más frecuentes,  como dolor de cabeza, pérdida de olfato y gusto, y dolores musculares. Estos llamados síntomas menores, en algunos casos continúan durante más de 12 semanas y han sido etiquetados como COVID-19 prolongado («long COVID») o síndrome post-COVID. (Para más detalles acerca de cómo el virus entra y afecta el sistema nervioso se puede ver aquí)

El Registro Argentino de neurocovid se llevó a cabo desde la Sociedad Neurológica Argentina, desde mayo de 2020 a enero de 2021, e incluyó 817 pacientes de todas las provincias, con una edad promedio de 38 años, la mayoría sin comorbilidades ni patología neurológica previa. (Recordemos que a principios de 2020 la mayoría de los contagiados eran trabajadores esenciales, ya que el resto se encontraba cumpliendo el aislamiento social preventivo y obligatorio). El primer síntoma de la infección en más de la mitad de los casos fue neurológico (dolor de cabeza, pérdida del olfato). En los pacientes más críticamente enfermos (menos del 20% del total de infectados) fue posible encontrar manifestaciones neurológicas que también suelen verse en otras patologías graves, como la encefalitis de MT, que mejoró junto con su estado general. Las manifestaciones neurológicas se pueden ver incluso en formas leves de la infección. 

El dolor de cabeza, por ejemplo, fue el síntoma más común (71%). El dolor es pulsátil u opresivo, empeora al inclinarse, y puede asociar sensibilidad a luces y sonidos, como una migraña. Puede ubicarse en cualquier parte de la cabeza, pero mayormente es occipital y detrás de los ojos. En la fase crónica, los dolores pueden hacerse constantes. La pandemia de 1890, conocida como la «gripe rusa o asiática», que mató a un millón de personas, tiene una amplia documentación sobre las secuelas neurológicas que se presentaron meses o años post pandemia, entre ellas, el síndrome de «neurastenia»: cefalea, letargo e insomnio, lo que ahora conocemos como una posible rama del síndrome de fatiga crónica/encefalomielitis miálgica y/o fibromialgia, pero algunos de estos casos parecen ser cefaleas persistentes postinfecciosas. El mismo complejo de síntomas se observa ahora en pacientes con la variante de enfermedad prolongada del SARS-CoV-2. Los estudios de imágenes cerebrales e incluso análisis del líquido cefalorraquídeo, en los casos que se hicieron, fueron siempre normales.

La pérdida súbita del olfato (anosmia) es una manifestación llamativa y característica del SARS-CoV2 (66%), no vista en otras enfermedades virales. Muchos pacientes también tienen disgeusia o ageusia (alteración o pérdida del gusto, respectivamente), o cambios en la quimioestesia (la capacidad para percibir las sustancias irritantes). Se debe al compromiso de los receptores y los nervios destinados a percibir estas sensaciones, y que son una de las puertas de entrada del virus al sistema nervioso. La recuperación de los pacientes es progresiva, pasando de anosmia total, que dura en promedio una semana, a una hiposmia que se resuelve en aproximadamente dos semanas en la mayoría de los casos, aunque muchos persisten varios meses con alteraciones de estos sentidos. Algunos refieren distorsiones curiosas del olfato, “todo tiene olor a…(distintas variantes llamativamente personales): bosque quemado, calabaza quemada, lavandina, vómito, membrillo”. La cepa omicron, al parecer, no provoca tanta anosmia como las anteriores. 

Hasta ¼ de los convalecientes de COVID-19, como MB, consultan por embotamiento, lentitud mental, pérdida de memoria, niebla mental, confusión o esfuerzo excesivo para lograr recordar algo. Atendemos diariamente a individuos previamente altamente funcionales, acostumbrados a hacer múltiples tareas a la vez, en la cresta de su rendimiento intelectual, pero que durante los 6 a 7 meses siguientes a la infección, luchan para poder realizar sus tareas cotidianas. Los pacientes temen que la infección haya dañado permanentemente sus cerebros, pero ese no es necesariamente el caso. Aún no hay una explicación clara para este fenómeno, una  podría ser la llamada «hipoxemia feliz» del COVID. Ocurre cuando baja mucho el nivel de oxígeno en la sangre y el paciente no se da cuenta, no siente la falta de aire: esa caída en la saturación puede traer consecuencias a largo plazo en el funcionamiento cerebral. También se han encontrado áreas del cerebro que tienen mayor concentración de ciertos receptores que usa el virus para ingresar a las células, y que justamente tienen que ver con este tipo de memoria. Por último, se postula que ante la respuesta inflamatoria que hace el cuerpo para darle pelea al virus (la “tormenta de citoquinas”, que ocurre entre el día 5 y 7 de la infección), el dolor de cabeza puede aumentar o incluso provocar síntomas neurológicos más graves, (aunque afortunadamente menos frecuentes) como confusión, excitación, convulsiones. De hecho muchos pacientes ancianos debutan con confusión. Ante esta situación la consulta al médico no se debe demorar. 

La revista científica The Lancet publicó un estudio sobre Post COVID realizado por especialistas del University College de Londres, que incluyó 3.762 personas en 56 países y encontró más de 50 síntomas persistentes en diferentes órganos a los 7 meses post covid. El sistema nervioso no fue la excepción.

En resumen, existen manifestaciones neurológicas diversas tanto en la fase aguda como en la fase crónica, que implican grandes cantidades de personas con síntomas neurológicos nuevos. No hay que dudar en consultar ante cualquiera de estos síntomas. No hablamos aquí de las consecuencias en la salud mental, que merecerían una nota aparte. 

Las complicaciones neurológicas, tanto las más severas, que causan una discapacidad de por vida, como otras más leves, pero mucho más frecuentes, demandan y demandarán en forma creciente atención a largo plazo, con costos sanitarios, sociales y económicos que deberán considerarse dentro de futuros planes y políticas de salud.

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