Recientemente, a través de la editorial Beatriz Viterbo, se publicó el libro El gran Deleuze, del poeta e investigador del CONICET Matias Moscardi. El libro está dedicado a introducir las «pequeñas máquinas infantes» al mundo de ese nómada ontológico bifronte que es la dupla formada por Deleuze y Guattari. En las manos de Moscardi y Aruki, ilustrador del libro, la dupla filosófica, para muchos productora de una obra oscura, lejana y hermética, adquiere uno tono más cercano al que D&G hubieran deseado: una filosofía práctica y experimental, abierta al juego y al alcance de todos los interesados en vivir esa aventura que es pensar y hacer filosofía. En esta oportunidad, Alan Ojeda dialogó con el autor para conocer más sobre la producción del libro, el proceso creativo y el camino de aprendizaje que implicó. 

 *   *   *

 

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la obra de Deleuze? ¿Cómo fue tu recorrido por su obra?

El primer contacto que tuve con Deleuze fue en la Universidad de Mar del Plata. No le di mucha bola en su momento. Después, ya trabajando en la tesis doctoral, recuerdo que un año entero me la pasé leyendo Deleuze. Yo trabajé editoriales independientes de poesía argentina en los noventa y Deleuze no tenía nada que ver con eso. Pero lo que sucedía era que Deleuze me hacía pensar, incluso aunque me resultara “incitable”. No me pasa lo mismo, por ejemplo, con Bourdieu, a quien tenía que citar casi por obligación pero no me sugería nada. Aunque –ojo– algunos tramos de la obra de Deleuze se potencian si son leídos desde Bourdieu. La cuestión es que, siempre que leo a Deleuze, algo se me ocurre. Es un autor que me funciona como combustible. Creo que un gran libro para empezar a leer Deleuze es el libro que escribieron con Guattari sobre Kafka. Ahí, muchos conceptos que parecen abstractos en otros lados, cobran cuerpo. Por otro lado, en el caso de Deleuze hay una voluntad de ser claros en contra del registro deliberadamente lúdico y oscuro. No olvidemos que Mil mesetas incluye… ¡un glosario! Los conceptos siempre aparecen repetidos, rumiados. Y los ejemplos también: se recurre al cine, a la literatura, a la vida, a la pintura, a la física, a la biología… Esa búsqueda constante habla de una precisión que, sin embargo, no quiere negociar con un estilo que confía su fuerza a la comunicación. Por eso, creo que leer Deleuze y Guattari no es solo decodificar palabras, reponer saberes enciclopédicos, contextos o debates, sino ir mucho más allá: es una lectura que compromete el cuerpo, los afectos, incluso las propias inseguridades o incertidumbres; una lectura donde el no-saber juega –como en Lacan, aunque a Guattari no le gustaría la comparación– un lugar fundamental en la construcción de la experiencia de lectura.  

¿Qué elementos de su obra te hicieron pensar en la posibilidad de hacer un libro como El Gran Deleuze?

El lugar de la infancia, de la mirada infantil, es un elemento muy importante en los trabajos de Deleuze y Guattari. A menudo recurren a lxs niñxs para pensar distintos tipos de ejemplos para sus conceptos. Se trata de un verdadero “personaje conceptual” que recorre todos sus trabajos en colaboración y por separado. Es extraño que nadie haya advertido esta centralidad. Sobre todo, cuando Deleuze mismo es un fervoroso lector de Lewis Carroll y toda su Lógica del sentido se construye a través de los juegos infantiles incluidos en Alicia en el país de las maravillas. También en aquel famoso último texto, “Inmanencia: una vida”, Deleuze explica el concepto de inmanencia y singularidad a partir de lxs niñxs:   “Los niños pequeños se parecen todos y no tienen individualidad alguna; pero ellos tienen singularidades, una sonrisa, un gesto, una mueca, acontecimientos que no son caracteres subjetivos. Los niños pequeños están atravesados de una vida de inmanencia que es pura potencia, e incluso beatitud a través de los sufrimientos y las debilidades”. Este breve fragmento sirve para ver en acción cómo lo infantil no es solo un ejemplo sino que deviene concepto o “personaje conceptual”. En este caso, en relación a la inmanencia o la idea de singularidad. Pero la cosa va mucho más allá. Creo que vi cierta predisposición o afinidad en los textos de Deleuze y Guattari con el universo de la literatura infantil. Ese fue el punto de partida: releer Deleuze desde mi propio devenir-máquina-infante.     

¿Por qué sentiste que era necesario escribir un libro dedicado a las máquinas infantes?

El libro no surge de una operación intelectual sino más bien como un experimento lúdico. La idea no era “explicar” Deleuze sino escribir con Deleuze. Esto quiere decir: hacer migrar sus gestos filosóficos principales a otro plano de expresión distinto. Desterritorializar sus conceptos para reterritorializar su lenguaje. Por eso hay muchos conceptos asociados a Deleuze –las multiplicidades, el nomadismo, los rizomas, la rostridad, el devenir animal– y otros tantos que no están en la obra de Deleuze pero que pueden, sin embargo, extraerse de ella: el de “máquina infante”, pero también el del “adulto adultizado”, las “lluviosidades” y la “amigosofía”, la “gimnosofía”, los “parpagundos”, entre varios otros. Incluso una palabra como “idea”, tan extraña a la filosofía de Deleuze, acá aparece como “pecidea”. Deleuze y Guattari dicen: “la filosofía es el arte de crear conceptos”. Y yo reescribí: la filosofía es el arte de atrapar pecideas, porque la pecidea convoca cierta materialidad clave del “concepto”. La pecidea se pesca, se atrapa en la interacción con el cuerpo, se capta por medio de la espera y la paciencia, en un espacio plano –que es el mar de las pecideas (DyG lo llaman: “planómeno”)– pero también requiere una dimensión instrumental y material, la de los medios necesarios para pescar-pensar… En definitiva, la pecidea llega a traicionar el vocabulario de DyG en la misma medida que lo respeta. El libro hace esto muchas veces: la creatividad es una traición-respeto, una respetraición.   

Dentro de el halo de seriedad que parece recubrir la filosofía ¿En qué crees que puede contribuir un libro como El Gran Deleuze?

Creo que el libro es, a su modo, una máquina de guerra, pero en el sentido de Peter Pan. Peter Pan es la gran máquina de guerra contra el pensamiento adulto, contra la adultización del pensamiento. Quienes crean que Peter Pan lucha contra los adultos, no comprendieron el sentido de Peter Pan. Los adultos no representan, en la novela de Barrie, ninguna edad, ninguna segmentación cronológica. Por el contrario, los adultos son modos de actuar, modos de sentir, modos de estar en el mundo. Eso combate Peter Pan. No es casual que en la película Hook, nos encontremos con un Peter Pan adultizado. Esto no significa simplemente que “creció”. No. Peter Pan se transformó en un pirata, es decir, en un abogado corporativista. Los niños perdidos –que parecen una horda punk sacada de El señor de las moscas– quieren matar al abogado. Pero no es la batalla del bien contra el mal: es la batalla de la pobreza contra la riqueza, de la infancia contra la adultización. En este sentido, El Gran Deleuze es un aliado de Peter Pan: porque lo que se combate son modos de pensar, de sentir y de actuar, que son individualistas, egoístas, en una palabra: capitalistas. El capitalismo es la adultización. Me gusta pensar que El Gran Deleuze es un libro para lxs niñxs perdidxs, un libro de Nunca Jamás.     

¿Qué expectativa tenías sobre el libro en lo que refiere al público lector? ¿A qué público apuntabas?

El libro está dedicado y destinado a lxs niñxs. Aunque siempre desconfío de la segmentación por edades del público. Cuando me han preguntado para qué edad es el libro, no sé qué responder: de 0 a 100 años. Yo creo que cualquier lector es bienvenido: las personas divertidas siempre tienen la diversión garantizada, porque, por definición, pueden divertirse con cualquier cosa. Una verdadera persona divertida es la que puede hacer devenir-divertido una piedra, un moco, una servilleta, lo que sea. Lo veo en mi hijo Fermín, que tiene un año y medio: puede hacer devenir-juguete absolutamente cualquier objeto, una olla, el escobillón, una tapita de plástico, una botella, un pedacito de papel, una llave… Fermín fue mi lector modelo. Y esa actitud suya de transformar cualquier cosa en un juego posible puede pensarse como una posición de lectura. Hay lectores muy poco creativos, que se aburren fácilmente, que se rinden, que no ponen nada para que las cosas funcionen. Cuando Jean-Luc Godard escuchaba que alguien, a la salida del cine, comentaba que la película había sido mala, entonces lo increpaba y le decía: “¿Y vos qué hiciste para que fuera buena?” Las máquinas infantes no necesitan someterse a un sentido dominante. Estoy seguro que las personas que lean o escuchen leer el libro, tengan la edad que tengan, encontrarán algo, su propia alguidad para intervenir el texto, para discutir, reír, enojarse, rayarlo, tacharlo, usarlo como almohada, o como escudo, o como paraguas, seguir escribiéndolo –porque tiene espacios para completar– o llenar la casa de hilos de colores.  

¿Cómo fue el proceso creativo de adaptar el complejo lenguaje deleuziano? ¿Qué dificultades encontraste?

Hay un libro de Claire Colebrook que se llama: Deleuze. Una guía para los perplejos. Hay algo en la lectura de Deleuze asociado a la perplejidad…me gusta esa palabra. El libro de Colebrook es un libro interesante pero –otra vez– sin humor, sin gracia. También están esos libros del tipo Deleuze para principiantes, que son el mal. Yo no quise escribir en ninguna de esas direcciones: ni ordenar para divulgar, ni mucho menos simplificar para principiar. El Gran Deleuze es todo lo contrario: en el disparate encuentra su paródica pedagogía. Porque el disparate, bien mirado, analizado de cerca, es siempre complejo y complejizante. El enredo, la maraña, es divertida para las máquinas infantes pero a los adultos los pone de mal humor. El adulto quiere entender, quiere sentirse inteligente, sabio, docto, actualizado y conocedor. A las máquinas infantes, en cambio, no les importa nada de eso porque su potencia de pensamiento y de creatividad está en otra parte, pasa por otro lado: en la tontería activa, en la maravillosa payasada fantástica de una risa inteligente –en la inteligencia misma de una carcajada–, que explora y experimenta, que no solo saca la lengua sino que va probando el gusto de las cosas, el gusto de los conceptos. Por eso, no hay temor a la complejidad. La apariencia de sencillez puede venir del prejuicio que tenemos en relación al lenguaje de lxs niñxs: ¿se puede hacer crítica literaria, teoría o filosofía hablando como lxs niñxs? Ese es el reclamo de Nietzsche al comienzo del libro: hablar como niñx es ya un signo filosófico. Hablar como un adulto, en cambio, suele ser signo de burocratización e institucionalización.      

¿Descubriste algo nuevo en el proceso relectura/reescritura de Deleuze que implica el libro?

En una carta a Arnaud Villani, Deleuze dice que un libro de filosofía que merece la pena ser escrito tiene que tener 3 características: 1) Combatir un error; 2) Reparar un olvido; 3) Crear un nuevo concepto. Mientras escribía El Gran Deleuze tuve muy presente estos tres objetivos. El error que pretendo combatir es un prejuicio: la idea de que Deleuze “es difícil”. El olvido tiene que ver con la recurrencia de la infancia en su obra. Y los conceptos: las máquinas infantes, la adultización. 

Foucault dijo, alguna vez, que el siglo será Deleuziano ¿Qué implica eso? ¿Hay alguna forma de pensar un devenir deleuziano de la educación? 

Es una gran pregunta. Así como están dadas las cosas, la educación está completamente adultizada. Para que ese devenir fuera posible, habría que incorporar el disparate, el juego, el sinsentido, el no-saber, las preguntas y el humor, como horizontes o potencias activas y positivas de aprendizaje. 

¿Qué otras formas de procurar la promoción de las máquinas infantes se te vienen a la mente?

Creo que cada disciplina debe encontrar la propia. 

¿Qué otros autores en la línea de Deleuze creés que merecen un acercamiento similar que permita a los más jóvenes interactuar con su obra? ¿Por qué?

He intentado seguir pensando en esa dirección. Y la verdad es que, con tan solo ensayar un título, se comprueba que no funciona: El Gran Lacan sería inviable. El Gran Derrida, menos que menos. El Gran Barthes, jajaja. No sé. Por momentos pienso que solo funciona con Deleuze. 

¿Qué lecturas recomendarías para que las máquinas infantes se introduzcan poco a poco en el camino de la filosofía?

Creo que cualquier cosa que lean o vean, o tengan al alcance, puede ser una gran aventura filosófica.

Sumate a la discusión