LA CUARTA GENERACIÓN MILITANTE.
Históricamente siempre ha habido disputas y conflictos entre antiguos y modernos. Continuaciones y rupturas con la tradición constituyen el movimiento de la historia y la dinámica de sus actores. Desde hace un par de años una nueva generación parece haber entrado en la arena política proponiendo una nueva lógica de experimentación. En esta oportunidad, Diego García y Alan Ojeda, editores de Código y Frontera, reflexionan junto a Santiago Armando y Mariano Schuster sobre la escena política joven actual.

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Los últimos años parecen haber mostrado un cambio en las estructuras políticas en todo el mundo. Nuevos líderes se abrieron paso en las elecciones a lo largo y ancho del mundo. Personajes como Trump, Bolsonaro e incluso Bukele aparecen como un síntoma de una transformación, de una desconfianza y, también, de una fe. Nuestro país no se mantuvo al margen. El Partido Liberal Libertario, que hace diez años estaba compuesto por unas pocas personas que repartían volantes durante la visita de Mario Vargas Llosa en su visita a la Feria del Libro, luego de ganar el premio nobel, encontró recientemente un candidato atractivo en Javier Milei. Detrás de ese candidato, más que detrás del partido, comenzó a encolumnarse una juventud que no había encontrado lugar en las estructuras políticas tal como se organizan desde 2001. Esta juventud experimenta la política desde la militancia por twitter, donde se debaten entre chicanas, discusiones rabiosas y ataques a los candidatos de los partidos mayoritarios, clases de economía por Youtube, mundo crypto, y pequeñas reuniones en parques hasta los actos multitudinarios que hizo Milei en la Ciudad. La UCEDE revivió con una nueva juventud y candidatos como José Luis Espert y López Murphy se beneficiaron del fenómeno. Ahora ¿Qué diferencia a estos nuevos jóvenes militantes de los que se formaron bajo la fiebre del kirchnerismo? ¿Es un movimiento? ¿Un fenómeno orgánico? ¿Qué expresan?

Para discutir estos temas, Alan Ojeda y Diego García, editores de Código y Frontera, decidieron reunirse con Santiago Armando, Licenciado en Filosofía y docente de teoría política y epistemología en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Torcuato di Tella, y con Mariano Schuster, periodista, ex jefe de redacción de las publicaciones socialistas argentinas La Vanguardia y Nueva Revista Socialista, y editor de la plataforma digital de Nueva Sociedad.  Toda la generación sub40 creció a la sombra de la crisis democrática del 2001: conflicto social, protestas, inestabilidad política, “que se vayan todos” y el surgimiento del kircherismo, que dominó la discusión política por doce años y modeló una manera de hacer militancia entre los jóvenes. Todos observamos con curiosidad y sorpresa la práctica política de las nuevas generaciones, que muchas veces se presenta de manera tan intensa como inorgánica. De pronto, temas como la emisión monetaria, la intervención del Estado en la economía, la reforma laboral, el déficit fiscal y la ineficiencia estatal comenzaron a ser moneda corriente en las cuentas de Twitter de estudiantes de escuelas secundarias e ingresantes de la universidad, y coparon las discusiones en el aula. El impacto de ese nuevo movimiento se vio en las últimas elecciones, en las que el candidato de La Libertad Avanza obtuvo un 17% a cinco meses de haber sido creado.

Cuando comienza la reunión, Diego García plantea su primera idea. Habla de una generación con una formación “silvestre”, cuyo motivo de unión es, principalmente, el rechazo visceral al kirchnerismo y al pensamiento crítico de la izquierda. La hegemonía política del kirchnerismo post 2003 marcó las bases de lo que implicaba ser militante y qué constituía el prestigio político: universidad, militancia territorial y participación en las estructuras políticas tradicionales. “El otro día hablaba con unos pibes que se reconocían como militantes del PRO, uno que tenía 18 años y otro que tenía 25. Los percibía muy incómodos con su experiencia en el partido, porque sentían que el PRO no le daba ningún lugar a la militancia, y ellos, a su manera, trataban de ejercerla”, dice García. También señala que no se puede decir lo mismo de otros espacios como La Cámpora, que tiene referentes como Máximo y Kicillof. Es decir, los militantes de las nuevas organizaciones, al mismo tiempo que se oponen al kirchnerismo, deben encontrar una forma de ejercer una práctica cuyas formas parecieran estar determinada por aquellos representantes que buscan combatir. Diego, desde Twitter, les sigue el rastro a varios exponentes jóvenes con distintas características: algunos con una fuerte presencia en redes sociales, otros con agrupaciones estudiantiles o que se han destacado con reclamos muy específicos, como el retorno a las aulas durante la pandemia. Todos luchan por encontrar un lugar y lograr visibilidad política. Sin embargo, como todo lo incipiente, las formas a veces parecen algo rudimentarias. Se hace con lo que se tiene a mano, a prueba y error, explotando al máximo las posibilidades de un recurso como internet, una herramienta amplificadora tanto de aciertos como de equivocaciones.

El primero en tomar la palabra es Mariano Schuster: “Tiendo a no infravalorarlos, ni a pensar que es un tipo de militancia, digamos, menos significativa o menos trascendental que lo que podría ser la militancia de izquierda o kirchnerista. Para mí hay un cambio de prima época. Sí creo que es de nicho. No creo que sea un cambio de la juventud, sino de las juventudes políticas. Es decir, yo no estoy seguro de que se traduzca esa intensidad de participación en voto. Yo quisiera ver si los sectores jóvenes que tradicionalmente votaron kirchnerismo en determinados barrios no van a votar kirchnerismo de nuevo. Me gustaría ver qué pasa ahí, si no hay otros ejes que crucen esta cuestión más allá del despertar generacional”. Para Schuster es un despertar similar al despertar religioso, que lo abarca todo, cada aspecto de la vida, desde la casa hasta los aspectos públicos. Al mismo tiempo, esa actitud proselitista se traduce en una posición sumamente antiliberal. “Tiene la característica de cualquier militante cuando se despierta: convencer al otro diciéndole que lo que piensa está mal, que está siendo engañado. En nuestro caso es por las grandes corporaciones, el capital internacional y los dispositivos de poder, mientras que en ellos es por el Estado y la propaganda de izquierda», concluye. También destaca la participación, frente al prejuicio general, de sectores más populares. Si bien la clase dirigente pertenece, casi siempre, a la burguesía, las nuevas juventudes militantes antikirchneristas provienen de sectores más diversos, incluso más que algunos partidos de izquierda. Santiago Armando hace hincapié en el tema de clase y piensa en la repercusión que puede tener en el compromiso político: “Me cuesta pronosticar qué los contiene, si hay algo que los contenga. Yo me imagino que es muy posible que les pase lo que les pasó a los hermanos Salvatto. El pibe salía en lo de Mirtha, y ahora el hermano más grande da clases de inteligencia artificial en la Di Tella. Te vas a estudiar en una universidad norteamericana y te olvidaste. Durante cinco años entre tuviste haciendo esto y después tus alternativas de clase, digamos, te dan la posibilidad de dejar esto atrás sin demasiado costo, que es un poco lo que les pasó a otros funcionarios macrismo: me voy a dar clases al exterior y no tengo ningún problema”. “Eso está en el PRO, en el PRO fundacional. Desde el primer momento estaba la idea de meterse en política diciendo: ‘Yo no soy de acá. Yo vine acá a mejorar esto, a cambiar esto, a romper esto, lo que sea, pero yo no soy de acá, así que me puedo volver cuando quiera’”, acuerda Mariano. Podríamos decir que la intervención del PRO en el panorama político argentino subestimó algunos factores de la experiencia política como la militancia y el pathos. Tanto en su discurso como en sus gestos, parecían posicionarse en la periferia o en condición de exterioridad en relación a la política. Si bien lograban captar la indignación anti-kirchnerista, su aversión a la construcción de bases militantes, de una lógica política más tradicional, de un dispositivo discursivo más sólido y capaz de jugar con las imágenes que emanan de la historia argentina. Es decir, ninguna idea puede auto-operativa. No bastan con tener una idea para transformar la realidad ni para que esta se sostenga en el tiempo. El apotegma del peronismo “La organización vence al tiempo” no es una cuestión ideológica, es parte de la realpolitik. En este sentido, el movimiento libertario parece responder a la lógica del populismo de derecha que propuso Murray Rothbard en los 90: canalizaron el descontento social y lo pusieron a jugar en contra del Estado. Es por esa razón que una personalidad como la de Javier Milei resultó de gran utilidad como aglutinante. Su discurso inflamado, que apunta directamente contra la política, contra lo que él denomina “la casta”, implica, a su vez, un retorno del poder y la responsabilidad individual del cambio, dejando de lado el viejo discurso kirchnerista de la ausencia de poder real, en la que el poder está siempre en otro lado y nunca llegar a ser ejercido plenamente. Es posible pensar, si tenemos en cuenta esto, que la militancia joven antikirchnerista que actualmente adhiere al movimiento liberal es resultado de un vacío producido por el PRO frente a la oportunidad del canalizar de manera duradera ese descontento. Sin embargo, cabe pensar otros matices. Antikirchnerismo no significa directamente antiperonismo. Recientemente, algunos influencers sub40 del liberalismo, con influencia en la órbita de Javier Milei, declararon en el programa de radio La Misa que en otro contexto podrían haber votado al Partido Justicialista si este no hubiera sido cooptado por la izquierda.

Un problema que parece hacerse presente rápidamente ¿Cuáles son los espacios disponibles para alojar a la nueva generación? Para todos los que crecieron durante el turbulento comienzo del siglo XXI, las opciones estaban dadas: los partidos de izquierda, el kirchnerismo o el radicalismo. Cierto diálogo entre lo micro (las universidades) y lo macro (la política nacional) permitía articular una estructura capaz de contener las ansiedades, los deseos y las prácticas políticas de los jóvenes. Es por esta razón que el fenómeno también abarca algunos sub40 que a lo largo de los doce años de kirchnerismo no habían formado parte de ninguna agrupación o habían participado de espacios de la derecha liberal que habían entrado en desgracia luego del 2001. Sin embargo, el movimiento de la juventud liberal parece encontrarse lejos, al menos por ahora, del fenómeno de la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), fundada por el abogado, operador financiero e influencer Carlos Maslatón, que logró llamar la atención de Alsogaray, dirigente de la Unión del Centro Democrático (UCEDE), en 1986. “Con los jóvenes yo tengo la sensación de que o algo los contiene o eso se disipa. Se disipa porque se van a estudiar al exterior o se consiguen un trabajo a una empresa y se preocupa por hacer plata (los que tienen esa posibilidad, al menos). Creo que sí estaba un poquito más claro para el imaginario de izquierda en los 2000”, opina Santiago. Para él, de alguna manera, la discusión empieza en los espacios de formación, de estudio, en los que los jóvenes se introducen a un nuevo nivel de discusión política: “¿Cuál era esa estructura? Si vos entrabas a militar en una agrupación de izquierda en 2004 tenías alguna idea de qué cosa querías ganar ¿No? O sea, por lo menos ganar la universidad. Te parecía algo que tenía un valor en sí mismo, como el territorio. Eso espacios estaban más o menos predefinidos porque eran los que el mundo te había dado, o porque tenías una reflexión profunda sobre el rol de la Universidad en la transformación política de la Argentina, porque también te habían enseñado que militar era primero jugar a ganar la universidad o ganar comisión interna de tu sindicato, lo que fuera”. Para Diego la disputa es otra: ¿Twitter también es un territorio? ¿Qué prestigio se pone en juego? ¿No fueron las rede sociales las que también llevaron a Trump al poder? Mariano hace hincapié en “la batalla cultural”. Al igual que el kirchnerismo, pareciera que lo que se juega en redes sociales está en la apropiación de algunos significantes, de la imposición de una agenda, de un cambio en el debate: “Twitter es pura batalla cultural, pero ahí no podés controlar nada. Vos podés juntarte con gente de Twitter y después hacer algo y desarrollar política, pero de ahí a verlo como espacio de militancia, me parece raro. Lo que logra kirchnerismo, y lo que en buena medida lograr la izquierda, que no desapareció en Argentina porque hay una estructura, no puede ser reemplazado por Twitter para la acción política efectiva. Cuando vos tenés que ir a laburar para conseguir votos en un barrio, no lo puedes hacer por Twitter”. Existen momentos de hype, pero también de vacas flacas. Una estructura política se mide en relación a cómo sobrevive a sus momentos de crisis y a la capacidad que tiene de soportar contradicciones internas sin estallar. Para que eso suceda, debe haber una cohesión suficiente, una dirección clara y, sobre todo, una forma que organice. Todos coinciden con los problemas que implica el rechazo a “la política” en términos de burocracia. Hay una “tarea gris” (así la llama Mariano), que es necesaria para el desarrollo del partido, como la construcción alianzas que permitan la conquista territorios. Eso no se hace fuera de la política. Luego de las elecciones del noviembre pasado, el periodista e influencer Tomás Rebord dijo que deseaba que Javier Milei entre a la política, porque llenarlo de política iba a implicar burocratizarlo, realentizarlo, someterlo a una lógica que es totalmente ajena a la de los medios de comunicación y mucho más similar a la de las intrigas palaciegas. ¿Es posible cambiar la política sin apropiarse de ese aparato? ¿Es posible gobernar el país sin poseer esa estructura? Para Mariano, la búsqueda de la nueva juventud antikirchnerista es mesiánica: “Los veo más cerca de la búsqueda de su 17 de octubre. Entonces, cuando tengan sus 17 de octubre, alguien va a disciplinar todo eso. El partido peronista no existía previamente a eso, se generó después”.

Recientemente, luego del acto de Javier Milei en Gerli, se desató una interna en el seno de La Libertad Avanza. El influencer Carlos Maslatón acusó a Karina, hermana del candidato, de haber saboteado la organización y al partido. El acto, al que sólo asistieron 1500 personas, estaba planeado para ser un masivo lanzamiento de la candidatura presidencial de Milei para el 2023. A poco menos del año y medio de su creación, el partido encabezado por Milei experimenta su primera crisis. Su juventud política está dividida. Algunos han comenzado a reclamar una interna en la que apoyarían al fundador de UPAU. ¿Será esta la prueba definitiva para determinar el alcance de esta nueva militancia?

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