LA CUARTA GENERACIÓN MILITANTE.
Silvestre: que crece al natural y sin intervención. Así define Diego García a esta militancia nacida al fervor del «Do it youself» (DIY). Twitter, Instagram, Youtube y Twich se transformaron en un campo de aprendizaje donde, a prueba y error, los nuevos interesados en la política interctúan con sus pares tratando de gestionar una nueva formas de transformar la realidad y construir una identidad.

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4G: Antiguos y Modernos, de Alan Ojeda.
4G: El Estado de la militancia, de Santiago Armando.

La primera generación militante de la nueva democracia fue alfonsinista y se dio la misión de defender la democracia. La segunda fue antimenemista y enfrentó al neoliberalismo. La tercera fue kirchnerista y bancó un proyecto nacional y popular. La cuarta es antikirchnerista y viene a ajustar cuentas con veinte años de progresismo. Desconfiada de la agenda ambiental, de la agenda feminista y, más en general, de la crítica social, esta generación habla de impuestos, de emisión momentaria y de incentivos a la empresas. En las discusiones sobre la violencia política de los 70’s, sobre derechos de minorías y sobre otros campos de los derechos humanos, oscila entre decir exactamente lo contrario que el kirchnerismo y acusarlo de hipocresía. No hay rastros de anti imperialismo en su discurso, mucho menos de anti norteamericanismo; muchos se jactan de su admiración por Donald Trump. No cultivan ninguna forma de animismo latinoamericano. Para ellos, Latinoamérica es una región, no un espíritu, una madre ni una cofradía. Hablando con ellos no se advierten rastros de interés, respeto o nostalgia alguna por las historias de Cuba, Fidel Castro o el Che Guevara, ni reivindican el comunismo en ninguna de formas, ni como historia, ni como símbolo, tampoco como utopía. Su discurso no viene de la izquierda en ningún sentido. Sobre política internacional se reúnen alrededor de dos posiciones. Los que reclaman una alineación con Occidente, sin ocultar ecos de choques de civilizaciones al estilo de la Europa católica y los que hacen votos por una política de pragmatismo comercial. En política concreta, apoyan al Pro, a Juntos por el Cambio o a Milei, pero todavía guardando una distancia crítica; de una manera, critican al peronismo, aunque reconociéndole activos, como la confianza que sabía inspirar en los trabajadores. 

Está generación todavía es el magma sin forma de algo que despertó después de las PASO de 2019. El findesemana posterior a las PASO de 2019 el pueblo antiperonista salió a la calle para despabilar a sus representantes políticos. Esa movilización a Plaza de Mayo liberó fuerzas que sobrevivían bajo tierra y la nueva generación de jóvenes militantes es el magma más caliente de esa erupción. En ese río humeante, ya coagulan algunos referentes y un puñado de organizaciones, pero todavía le falta esqueleto a su experiencia, crece sin un líder, una experiencia o una organización que la vertebre. También se identifican un borboteo de debates como cuáles es la distancia correcta respecto de la agenda de género y la agenda ambiental, cómo organizar una militancia al tiempo que se critican las organizaciones políticas; hasta dónde hay que mantener el apoyo al Pro y Juntos por el Cambio; la relación con el peronismo. En estas horas, un debate se volvió el clivaje central de esta generación: los que creen en Milei y lo que creen Milei y lo que creen Milei no está a la altura. 

En términos de tradición intelectual, no se advierte un cánon teórico ni histórico. No hay libros, ni autores que sirvan de referencias comunes. No hay cuerpo de conocimientos que delinee su identidad ideológica. Se ve, más bien, una anarquía de fuentes en la que cada quien toma referencias de acá y de allá: liberalismo clásico, Trump, Partido Republicano, escuela austríaca Ménem o Laclau (sic) son algunas de las tradiciones o fuentes que mencionan, sin mayores precisiones. La carencia en la formación los vuelve menos precisos en los debates, pero deja ver su determinación para construir una crítica del kirchnerismo desanclada de los límites retóricos de los últimos veinte años. 

Mal que le pese, toda generación es hija de su tiempo. Esta nueva generación antikirchnerista también. Con La Cámpora comparte la desconfianza hacia los medios, subestimación por las minucias del funcionamiento institucional, el descuido del pluralismo, crítica de la experiencia socialdemócrata. La Cámpora es hija del 2001, estos jóvenes son nietos, ambos se mantienen a distancia de la experiencia y el vocabulario radical de la democracia moral.

Lo que conocemos de esta generación es sólo su punto de partida. Empezamos a entender los debates que la tironean desde adentro: la crítica al kirchnerismo, la confianza en Macri, la desilusión con el Pro y Juntos por el Cambio, el entusiasmo con Milei, la espera sobre el peronismo, la expectativa de llegar al poder, la confianza en sí mismos. Pero el sentido y rol que terminará teniendo es una moneda en el aire. Nadie tiene el destino sellado, la historia no tiene axiomas y todos corremos el riesgo de transformarnos en cualquier cosa. Si alguien cree que está a salvo, tenga presente a la generación anterior, que nació denunciando el peronismo bonaerense.

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