En septiembre de 1666 se incendió la ciudad de Londres, en lo que fue una de las tragedias más grandes de esa ciudad de siglos. De aquel incendio en el que se cuentan cerca de 100.000 víctimas  se salvaron el palacio real y los barrios más ricos. El incendio de Grenfell Tower del último 14 de junio puso al descubierto que los estragos que puede generar la maximización están llegando también al primer mundo.

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I

Vivo en Inglaterra desde hace 3 años. En este tiempo, se sucedieron cuatro elecciones cruciales para estas islas que en las últimas semanas ocuparon las tapas de todos los diarios del mundo. Así, apenas unos días luego de mi llegada, Escocia votó un referéndum para separarse del Reino Unido, que los independentistas perdieron por muy poco. Unos meses después se celebraron elecciones generales que los conservadores ganaron holgadamente, por lo cual David Cameron fue reelecto Primer Ministro. Luego, hace un año, el Brexit provocó un cimbronazo en el Reino Unido y en Europa en general: el 52% de los que votaron en el referéndum determinó que los británicos se separaran de la Unión Europea. El Brexit fue inesperado y, similar a lo que ocurrió con Trump, expresó una disconformidad de parte de la sociedad que fue canalizada de la peor manera. Como resultado, Cameron renunció y fue reemplazado por su colega tory Theresa May.

Hace unos días The guardian publicó un video que se titula “conozca al 52% de los británicos del Brexit”, en el cual los electores explican su voto. Sus razones expresan un malestar, un voto de protesta, más que una decisión consciente acerca del lugar del Reino Unido como socio europeo. En el video hay un hombre que dice su comunidad -en Inglaterra hay muchísimos pueblos dispersos por todo el territorio- sigue igual que hace 30, 40, 50 años, a diferencia de lo que ocurre en la capital. Londres, por el contrario, es una ciudad gigante, dinámica, de más de 8 millones de habitantes y de una diversidad cultural que impresiona a cualquier visitante. Pero Londres también es expulsiva porque vivir allí es demasiado caro. Londres es, a la vista de muchos, una ciudad para ricos, que le da la espalda al resto de los británicos y en donde se toman todas las decisiones importantes. Lejos de esas imágenes de edificios monumentales, vidriados y modernos, se encuentra una Inglaterra de casas pequeñas, de ladrillos, hechas en serie, con alfombras oscuras y cortinados de flores. Esa que se puede ver en I Daniel Blake, la última película de Ken Loach.

De vuelta, el malestar que provoca este contraste fue canalizado de la peor manera. En las razones de sectores que votaron a favor del Brexit no faltaron elementos de xenofobia y racismo, de conservadurismo y de una nostalgia sobre un pasado idealizado, razones que cristalizaron en una demonización errónea de la Unión Europea, de la cual el Reino Unido probablemente sacaba más provecho que otros socios.

Pero hay un malestar que proviene de otro lado del espectro social, quizás más joven también, y que es el que apoyó la candidatura de Corbyn en las últimas elecciones. Convocadas por Theresa May para refrendar su liderazgo, las elecciones tuvieron resultados negativos para los conservadores, que aún así retuvieron la mayoría. Como Bernie Sanders, con sus casi setenta años, Corbyn entusiasmó a los jóvenes con su discurso duro contra el capital y a favor de una activo Estado de bienestar que fortaleciera el sistema público de salud, redujera las cuotas de las universidades y cobrara más impuestos a los que más tienen. Como resultado, el partido laborista recuperó varios asientos en el parlamento. Contrariando a los que desconfiábamos un poco de la actitud de militancia universitaria de Corbyn, su campaña “for the many not for the few” supo expresar un deseo colectivo de mayor justicia social que es correcto y pertinente en un país desarrollado de fuertes contrastes. Aunque en Latinoamérica estemos acostumbrados a contrastes aún más fuertes, esto no invalida que aquí existan también.

 

II

Mientras escribo esto, aún no se sabe cuántas personas murieron en la Grenfell Tower en Londres. Dicen que son 79, que hay más personas desaparecidas y que algunos cuerpos ni siquiera pueden reconocerse. El impacto que tuvo esta tragedia fue distinto al de los ataques terroristas que sufrió el Reino Unido el último mes. Los atentados en Manchester y en el London Bridge -al que ahora se suma el de un hombre que atropelló a personas que salían de una mezquita en el norte de Londres- muestran que por más medidas de seguridad que haya y por más recursos que las agencias de inteligencia pongan al servicio de la lucha contra el terrorismo, los extremistas islámicos van a seguir encontrando la manera de atacar el corazón de las grandes capitales y que la violencia e intolerancia probablemente aumenten en el futuro. ¿Qué respuesta podemos encontrar a estas tragedias? Pareciera que las causas de los atentados terroristas se les escapan al general de la gente, queda en manos de los líderes de estado resolver el problema: si interviniendo o no en los países de Medio Oriente, y ninguna de las opciones pareciera conducir muy claramente a la resolución del conflicto.

En cambio, el incendio de la semana pasada convocó mucho más fuertemente a la sociedad: es lo que ocurre cuando una tragedia es evitable. Fue un episodio inesperado en un país en el que la seguridad y las reglamentaciones son aplicadas obsesivamente y donde las normas de  “Health and Safety” no paran de extenderse a ámbitos cada vez más cotidianos. ¿Cómo es que todos los mecanismos fallaron? La respuesta es clara para gran parte de una sociedad que se ve a sí misma cada vez más estratificada económicamente: la codicia de los especuladores inmobiliarios explica la tragedia.

La torre estaba ubicada en uno de los barrios más caros de la ciudad (el precio promedio de una propiedad allí es de 1.1 millones de libras), pero era de vivienda social. Las familias que alquilaban departamentos en el edificio provienen de estratos sociales medios y bajos. El edificio fue remodelado recientemente, pero aún así un grupo de vecinos (the Grenfell Action Group) advirtió hace 7 meses sobre los riesgos de incendio de la propiedad. El comunicado terminaba con una terrible premonición: “haremos todo a nuestro alcance para asegurarnos que aquellos que tienen la autoridad sepan cuán desastrosamente el propietario ha ignorado su responsabilidad en la seguridad de los inquilinos. ¡No pueden decir que no han sido advertidos!” La última noticia que leo en el diario cuenta que los paneles con que revistieron los exteriores del edificio eran la opción más barata aunque se sabía que no eran seguros en caso de incendio.

Lo que revela la tragedia de la Grenfell Tower es que las muertes evitables les están reservadas en mayor parte a los que menos tienen. O porque sus casas están peor hechas, o porque los mejores tratamientos médicos son más caros, o porque sus condiciones ambientales son, en general, peores que las de los ricos. El contraste es grande cuando se tiene en cuenta que en el barrio de la torre hay más de 20 mil viviendas ociosas, probablemente pertenecientes a millonarios que deciden ahorrar en ladrillos. Desde el partido laborista proponen ahora que las familias que perdieron su casa ocupen temporalmente parte de estos inmuebles. Corbyn y Sadiq Khan, el intendente laborista de Londres, reaccionaron rápidamente ante el hecho y fueron a encontrarse con las víctimas y a brindarles su apoyo inmediatamente. Mientras, Theresa May decidió solo encontrarse con el equipo de emergencia en el lugar y no con aquellos que perdieron a sus seres queridos. La popularidad de la Primer Ministro no hace más que erosionarse en lo que va del año.

 

III

Deslumbrada por la infraestructura y la calidad del espacio público en el Reino Unido -las Universidades, los medios de transporte, los museos, etc.- creí equivocadamente en un principio que consignas por la igualdad social tenían menos razón de ser en estas latitudes. También vi en un primer momento una manera de ser progresista juvenil un poco individualista: demasiado centrada en la decisiones personales de vida y no tanto en una actitud colectiva, aunque correcta y avanzada en sus apreciaciones respecto del lugar de la mujer y de la conciencia por el medio ambiente. Con el tiempo, mi imagen fue cambiando y la vista se acomodó un poco mejor: vi que muchas universidades son inaccesibles para la clase media baja, que hay falta de trabajo, de viviendas, y vi una exuberancia en Londres que no conocía. Al mismo tiempo, vi una sociedad de consumo mucho mayor que en América Latina, masiva y sostenida por industrias ubicadas en países lejanos. También en la campaña de Corbyn descubrí que hay muchos jóvenes dispuestos a utilizar un poco de su tiempo para contribuir a una campaña electoral.

Por último, lo ocurrido en la tragedia de la Grenfell Tower puso al descubierto que la maximización de los beneficios del capital sigue en contradicción con el bien común. Aquello que salió a la luz con la crisis financiera del 2008, esto es, que la irresponsabilidad especulativa iba a ser asumida por los últimos eslabones de los estratos sociales, sigue presente en la memoria de muchos aquí que piden, no una revolución, sino un límite más estricto para una fuerza que no tiene cara ni nombre, pero que a veces se lleva vidas.

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